PEDRO GARCÍA CUARTANGO
Cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado aquella amistad, decía la famosa canción de Presuntos Implicados. Es difícil saber lo que pasaba ayer por la cabeza de Isabel Tocino, sentada entre el público en la quinta fila, luciendo, como siempre, una larga melena rubia con un lazo azul. Ella simboliza mejor que nadie el transcurso de las tres décadas sucedidas desde el Congreso de la refundación hasta ayer, un periodo de cambios vertiginosos en nuestro país y en el PP.
Una foto muestra a Tocino en aquella cita junto a Manuel Fraga, que pensaba en ella como futura líder del partido. Al final no pudo ser y el sucesor fue Aznar. En la imagen, aparecían también Abel Matutes, Marcelino Oreja y Herrero de Miñón, tres jubilados de la política. A Fraga, fundador y alma mater del partido, ni siquiera se le citó.
Esos veteranos no estaban ni se les esperaba porque muchos de los cientos de jóvenes que asistían ayer a la Convención probablemente no saben quienes eran. Fueron los que más aplaudieron a Pablo Casado, que, acompañado de Mariano Rajoy, hizo una entrada estelar, iluminado por los focos y rodeado de cámaras, ante los miles de asistentes al acto. Se palpaba en el ambiente un clima de euforia, al que no era ajeno el éxito de Juanma Moreno al lograr formar Gobierno en Andalucía.
Cada paso que se dio, algo más nos separó, rezaba la canción. Y eso es lo que se palpó en las palabras de Mariano Rajoy que, entrevistado en un insólito formato por Ana Pastor, habló siempre en pasado: «He sido, he estado, lo he pasado muy mal». Todo en un tiempo pretérito que convierte en muy lejanas estas fechas hace sólo un año cuando el presidente no parecía tener que afrontar ningún obstáculo serio para agotar la legislatura.
Vivimos en tiempos líquidos, donde el cambio se ha acelerado y el futuro es completamente imprevisible, como dijo Ana Pastor. Y, por ello, Rajoy parecía el jubilado de una empresa al que la dirección regala un reloj tras 37 años de servicio. Soraya Sáenz de Santamaría, con un elegante vestido rojo, sentada a unos metros de su antiguo jefe, pasó totalmente desapercibida.
Como hemos cambiado, sí. Todo parecía nuevo en el pabellón de Ifema, con una puesta en escena cuidadosamente diseñada para ensalzar la figura de Pablo Casado, que se dio un baño de masas. Junto a él, Rajoy, el democristiano alemán Manfred Weber, sus fieles García Egea, Maroto, Levy y alguna otra persona de su equipo mientras el público aplaudía a rabiar. Una orquesta tocaba el himno del PP, las luces convertían el pabellón de Ifema en una discoteca, la gente se daba abrazos y besos. Ese era el primer círculo, el más cercano al poder.
En el segundo, estaban con caras de despiste los ex ministros Zoido, Villalobos, Catalá, Soria, Tejerina, Posada y Arenas. Margallo, ataviado con un chaquetón azul de cazador, llegó tarde y se sentó en una fila de atrás. Y en el tercer círculo concéntrico, los diputados, concejales y dirigentes territoriales del partido, que fueron los que más aplaudieron. En ninguno de los tres, estaba Angel Garrido, situado en un lateral, y con una mirada de tristeza que denotaba su estado de ánimo, prueba viviente de la dureza de la política.
Todo, casi todo era nuevo ayer en el PP. Lo era desde luego el nuevo logotipo del partido, que ha sustituido la gaviota, o el charrán como apuntan algunos, por una especie de hoz invertida hacia arriba con los colores de España. Y lo era la profusión de carteles con la bandera de España con un cielo azul de fondo. Y también lo era el clima de euforia, muy distinto de la Convención celebrada hace menos de un año en la que flotaban graves signos de inquietud.
El orador más aplaudido fue Núñez Feijóo, que afirmó venir de la Baviera… gallega. Era un homenaje a Manfred Weber, aspirante a presidir la Comisión Europea, que lanzó varias cargas de profundidad contra el nacionalismo catalán, subrayando que el Parlamento Europeo ha declarado a Puigdemont persona non grata.
El presidente gallego realizó un emocionado homenaje desde la tribuna a Juan Vicente Herrera, que abandona la política tras las elecciones de mayo. «Un hombre discreto y honesto con los pies en el suelo», fueron sus palabras. Otro que se va, otro que deja paso a la nueva generación de cuarentaañeros que va a dirigir el PP y que va a intentar derrotar a esa «izquierda trasnochada comunista» a la que se refirió el secretario García Egea.
La única nota discordante la dio Jaume Vives, portavoz de Tabarnia, que provocó un tenso silencio al iniciar su intervención con un duro ataque al PP por su política en Cataluña. «Vengo aquí a deciros lo que no queréis escuchar: habéis pecado de dejadez, nos habéis abandonado». La moderadora Dolors Montserrat no sabía qué cara poner cuando Vives pidió el voto para Vox. También en eso hemos cambiado, aunque las palabras del agorero le pueden costar la cabeza al iluso que le invitó.