España ha superado ya el triste récord de China en número de muertos por la pandemia del coronavirus. Ya nos faltan 3.464 compatriotas, 3.464 españoles, fundamentalmente padres y abuelos, madres y abuelas, a los que, encima, sus hijos y nietos, hijas y nietas, ni siquiera pueden despedir.
Ayer me contaba una amiga el caso de su padre. “Lo llevé al hospital -me decía-, lo internaron y me dijeron que me fuera a casa, a aislarme, que allí no pintaba nada. No supe más de él hasta ayer, en que me mandaron un wasap diciendo que se había muerto y que lo llevaban al Palacio de Hielo; que ya me avisarían de lo que harían con él”.
Mi amiga lloraba, y yo con ella. Hoy me entero de que las UCI’s de algunas comunidades ya no ingresan a positivos de más de 79 años. No creo que quepa mayor deshumanización, menor respeto por la condición humana. Nos tratan como a perros.
Y no creo que hacerlo así sea del agrado de nadie, que nadie lo haga por gusto, sino por la fuerza de las circunstancias, de este tsunami de horror al que nos han traído la imprevisión, la incompetencia y -digámoslo de una vez- el sectarismo y la torpeza ideológica de quienes pretendieron el interés público, el más básico, el derecho a la salud y la vida, en beneficio de su demagogia y su sectarismo.
Porque se dijo que la cancelación del Mobile World Congress no obedecía a una alarma sanitaria; porque primó la reunión con Torra a atender que ya había 14 casos en España; porque con 27 casos, se dedicaban a subir al inhabilitado el techo de gasto, para pagar sus favores; porque con 125 casos, lo que nos importaba a todos parece que era el cambio climático y la ‘Descarbonización del Planeta‘; porque ya íbamos en 169, pero era muy urgente presentar la de Ley de Libertad Sexual de la ‘feministra’ infectada; porque con los tres primeros muertos y 282 positivos, se hizo un llamamiento a “llenar las calles el 8-M”; y porque con 17 muertos y ya 676 casos, 120.000 personas, solo en Madrid, se dedicaron, además de corear las soflamas de la pulsión feminazi, a contagiarse alegremente del virus que nos está matando, porque decían (Carmen Calvo) que “les iba la vida” en estar sujetando esa pancarta. Para -dicen ahora- al día siguiente caer en la cuenta de que se nos iba a llevar la ola.
Me enternecen los vídeos de esas magníficas gentes que se han puesto a coser mascarillas en empresas o en su mesa camilla; la imagen de esa mujer que apenas puede sujetar las tijeras por el Parkinson, pero diciéndonos que vamos a salir de ésta todos juntos.
Me estremece pensar en la pista de patinaje sobre hielo de mis hijos cubierta de cadáveres, en imágenes que no veremos; porque ya se cuidarán de ello quienes prefieren hacer pasar como iniciativa suya lo que era la manifestación espontánea de los españoles de agradecimiento a sanitarios y fuerzas de seguridad, a los héroes de este drama. Sí, me refiero a las cadenas que retransmiten en directo el aplauso desde los balcones. Ya veremos si lo hacen cuando, pronto, se tornen en caceroladas y silbidos.
Y me remueve, me amarga y me cabrea que los culpables de todo esto sigan apareciendo ante todos sin el menor asomo de autocrítica, sin el menor arrepentimiento, sin empezar ya a pedir perdón por su incompetencia, por su imprudencia, por su interesada dejadez. Pero iremos a por ellos.
ANTONIO IMIZCOZ