ASÍ ME PARECE

 

ANÁLISIS DE JUAN RAMÓN CALERO, EX PORTAVOZ DEL PP EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

 

Durante varias décadas, en España ha habido un bipartidismo imperfecto. El PSOE, como partido de izquierdas, y UCD o PP, como partidos de centro derecha, se han ido turnando en el gobierno de la nación. Sin embargo, a partir de 2011, las cosas han empezado a cambiar. Podemos le ha disputado la hegemonía en la izquierda al PSOE; y Ciudadanos, actualmente, se la disputa al PP en el centro derecha. La última encuesta del CIS pone de manifiesto las dificultades de los dos grandes partidos. Sin duda, los problemas del PP y del PSOE obedecen a múltiples y heterogéneas causas. Pero, en mi opinión, hay un fondo común: el desprestigio social de la política, al que innegablemente ambos han contribuido. Pero ¿cuándo y por qué empieza ese desprestigio?.

En los primeros años de la Transición, la política era una actividad bien valorada por la sociedad española. Fue el periodo en el que se elaboró la Constitución, mediante el consenso y la transacción. Hubo generosidad por parte de todos. Y todos, el primero el Rey, supieron comprender que la gran aspiración del pueblo español era vivir en paz y en libertad. Había un objetivo nacional común: la democracia, en cuanto que ello significaba convivencia , respeto y solidaridad. Este espíritu colectivo permitió superar el intento de golpe de Estado del 23-F de 1981, e hizo posible alcanzar grandes logros, como la consolidación de la democracia y del Estado Social de Derecho, el establecimiento de las autonomías y nuestra incorporación a Europa. Al servicio de la política había grandes hombres de Estado, de cuya capacidad daban continuo testimonio sus brillantes y profundos debates, e incluso sus actitudes personales ante los problemas. Nadie en la izquierda dudaba de la altura moral y política de Felipe González, o de Alfonso Guerra. Y nadie en la derecha cuestionaba la audacia de Suárez, la seriedad de Landelino Lavilla, la inteligencia de Manuel Fraga, o la brillantez de Miguel Herrero. Los debates en el Congreso de los Diputados tenían altura, y algunos hasta grandeza. Para quienes han vivido esos momentos, es muy difícil no añorarlos, al compararlos con la situación actual.

 

 

¿Cuándo y cómo empezó a estropearse todo?  A principios de la década de los noventa del siglo pasado, se inició un proceso de profesionalización de la política, la cual dejó de ser una vocación de servicio, una dedicación temporal, para convertirse en un medio de vida. Sin duda, la política requiere un cierto grado de profesionalización. El que vive para la política, de la política ha de vivir. Pero dentro de un orden. Un exceso de profesionalización puede resultar perjudicial. Cuando una persona decide vivir siempre de la política, o cuando no tiene la posibilidad de ganarse la vida de otra forma que no sea en la política, inevitablemente pierde capacidad crítica, y libertad de contradecir a los dirigentes que le proporcionan la permanencia en los puestos políticos. Y esta amputación de la iniciativa personal, adocena y empobrece la vida política. El interés personal de permanecer en el puesto político se antepone a la defensa de los intereses generales. Y este afán de permanecer origina, a su vez, otra consecuencia: la patrimonialización de las estructuras de los partidos. Si la política es un medio de vida, aquellos que se han profesionalizado se ven impelidos a ocupar los puestos del partido en los que se deciden los destinos personales, para impedir que esos puestos sean ocupados por otros que pudieran truncar sus carreras. Y, así, el partido, ocupado por los instalados, termina cerrándose a la sociedad, en una especie de burbuja endogámica  que impide que accedan gentes nuevas.

Con políticos vitalicios y partidos endogámicos,  inevitablemente la política se achata y se vulgariza. Los discursos y los debates en las instituciones públicas nos parecen ramplones, cuando no chabacanos. Si a ello añadimos que, día a día, comprobamos que algunas gestiones públicas no alcanzan los niveles mínimos de eficacia y honradez exigibles a todo político, nos explicaremos el que la política, como actividad humana, haya dejado de ser atractiva. Pocas personas que, en su vida privada, hayan alcanzado el éxito y la consideración social, están dispuestas a dejar su trabajo para dedicarse a la actividad política. En consecuencia, no hay flujo suficiente de talentos entre las esferas sociales y las esferas políticas. Se cierra, de este modo, el círculo de hierro del desprestigio. El desprestigio se alimenta a sí mismo, porque aleja de la política a quienes podrían prestigiarla.

¿Cómo se rompe ese círculo de hierro?. En mi opinión, resultaría imprescindible una drástica renovación de cuadros. Habría que mandar a mucha gente a su casa. Pero esta renovación es muy difícil. Primero, porque la vanidad humana es ilimitada. Muchos se consideran imprescindibles. Son pocos los que saben retirarse a tiempo. Y, segundo, porque en las estructuras internas de los partidos no hay mecanismos democráticos suficientes que favorezcan la renovación.

Me temo que, actualmente, en España el círculo de hierro va a resistir, y el desprestigio social de la política seguirá alimentándose a sí mismo. Lo malo de todo esto es que, en los tiempos difíciles que vivimos, necesitaríamos grandes hombres de Estado.

 

 

 

 

Fdo. Juan-Ramón Calero Rodríguez

 

 

NOTA DE LA REDACCIÓN:

El señor Calero Rodríguez fue presidente regional del Partido Popular y portavoz en la Asamblea Regional de Murcia. Ex vicesecretario general en Génova 13. Ex portavoz del PP en el Congreso de los Diputados. Fundador de Alianza Popular. Abogado del Estado, número uno de su promoción. Autor de numerosos libros de tipo profesional y colabora en medios de comunicación. Murciano de vocación.