lo largo de los ocho días en que EL ESPAÑOL ha ido desgranando la encuesta de SocioMétrica se ha ido dibujando una realidad sociopolítica que dista mucho de la que había en 2017: por segunda vez en la historia (la anterior fue en 1982), un partido absorbe a otro, sustituyéndolo en pocos meses como fuerza más votada.
Es cierto que en este caso hablamos de encuestas, no de urnas, pero los cambios son tan profundos que el vuelco al centro es un hecho. Los movimientos políticos registrados desde el 15-M, principalmente la crisis catalana, han establecido unas nuevas reglas de juego que harán que Albert Rivera sea el próximo presidente del Gobierno. Esas reglas son cinco:
1.-Los españoles sitúan a Cs en el centro derecha
En una escala de 0 a 10 (donde el 10 es la extrema derecha), los españoles ubican a Cs en el 6,8. No es un dato arbitrario ni menor. Ahora lo ha recogido SocioMétrica Y hace dos meses también lo hizo el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) utilizando una metodología diferente.
La importancia de este dato poco comentado es que, a diferencia de Podemos, que se ha instalado a la izquierda del PSOE -un terreno que estaba prácticamente vacío o infraocupado por Izquierda Unida (entre el 1 y el 3)-, Ciudadanos ha pasado a ocupar un espacio (entre el 6 y el 8) cuya mitad había sido exclusivo del PP (del 7 al 9).
Como dos partidos no pueden compartir el mismo espacio ideológico, o bien Ciudadanos desplaza al PP a la derecha, o bien lo absorbe y lo sustituye. En nuestra encuesta se percibe que muchos votantes del PP están dejando de tener reparos para pasarse a Cs, ya que, a sus ojos, ambas formaciones comparten un espectro ideológico similar.
Este hecho tiene diferentes derivadas, pero la más importante es que opera con más fuerza en las grandes ciudades, es decir, en contextos de baja participación y baja presión social, y donde el anonimato propicia cambios de voto con mayor facilidad. Por ello, Ciudadanos crece más en las capitales (con Madrid a la cabeza), pero menos en contextos rurales o núcleos urbanos pequeños.
2.- Los mayores han perdido el miedo a cambiar
Desde que se produjo la tormenta perfecta a partir de 2012 -corrupción, crisis económica, recortes, rechazo a las élites…-, la lenta decadencia de los partidos tradicionales (PP y PSOE) siempre tuvo el freno de los sectores de la tercera y cuarta edad, anclados en el bipartidismo.
De hecho, hasta el 47% de los mayores de 65 años siguió votando al PP en 2016 y hasta un 30% lo hacía por el PSOE. En los estudios cualitativos se reflejaba una y otra vez que lo hacían «por miedo a Podemos» y/o con «la nariz tapada».
Sin embargo, en los últimos meses las encuestas detectan que una proporción importante de mayores de 65 años está empezando a perder el miedo a cambiar de partido. Algo que ocurre o bien porque sus hijos lo han hecho ya y les empiezan a convencer sus argumentos, o bien porque la diferencia ideológica está dejando de ser un problema. En cualquier caso, a no ser que exista un giro copernicano en PP o PSOE, el goteo de fugas de este segmento -hasta ahora fiel-, va a ser imparable.
3.- Ciudadanos no gana: PP y PSOE pierden
No es que estos cambios de preferencia estén motivados por lo atractivo del programa de Ciudadanos. De hecho, es difícil encontrar en las encuestas atributos positivos sobre esta formación, salvo ambigüedades del tipo «son nuevos», «no corruptos», «jóvenes», «enérgicos», «ideas claras», «serios», etc. Pero es sabido el principio general de que las elecciones no se ganan, sino que se pierden.
En este caso, Ciudadanos no es más que el refugio de aquellos descontentos con el PP cuyos atributos son también generalidades, pero de un peso mucho mayor: «corruptos», «recortes», «casta», «privilegios». Ni rastro en las encuestas de otros conceptos como «gestión económica», «unidad de España», «política educativa», «política exterior», «mejorar la justicia», «regenerar la democracia», «contener el gasto público», ni en uno ni en otro partido.
Por lo tanto, no es descabellado decir que Ciudadanos no tiene programa, porque es verdad, al menos desde el punto de vista de la opinión pública. Pero tampoco lo es afirmar que el ciego seguidismo de los cuadros populares a Rajoy es un lastre que, unido a los adjetivos antes citados, explica el hundimiento colectivo del PP, con todos los aderezos típicos del Titanic, orquesta incluida.
4.- Los nuevos votantes prefieren partidos nuevos
Desde los comités de estrategia de los dos grandes partidos, normalmente capitaneados por gente de cierta edad, existe la tendencia a pensar que los electores son siempre los mismos y que lo único que cambian son sus preferencias según el programa se adapte más o menos a sus necesidades, expectativas o valores. Sólo algunos incluyen en la ecuación la posibilidad de que los electores actúen por titulares de prensa, propaganda persuasiva, voto del miedo o voto de castigo. Pero poco o nada se habla del relevo político-generacional que lleva operando en España exactamente desde el comienzo de la crisis económica.
Conviene recordar que Zapatero, como protagonista de la crisis, y Rajoy, como protagonista de los recortes, vieron cómo se instalaba en el subconsciente colectivo el lema del 15M «no nos representan», popularizado entre el 2011 y 2012. Y aunque el eslogan no caló en las personas de mayor edad, sí que lo hizo entre los más jóvenes, cuyas generaciones electorales se incorporan al censo a razón de un 4% anual, aproximadamente.
Desde el año 2010, el censo electoral tiene un 25% de votantes para los que Rajoy y Pedro Sánchez son «lo viejo», «lo anterior», y representan todo aquello que el CIS se encarga de recordarnos cada mes: que los principales problemas de España son el paro, la corrupción, la mala marcha de la economía, la congelación de las pensiones, etc. Si no hubiera más partidos, crecería la abstención, pero al surgir Podemos y Ciudadanos, los más jóvenes suelen decantarse por ellos, pues representan la novedad.
5.- El efecto ‘band-wagon’ o la profecía autocumplida
Nada de lo anterior sería suficiente para originar el giro que estamos observando en las encuestas sin reconocer el propio efecto que las encuestas tienen sobre la opinión pública. Cuentan que en la campaña presidencial del duodécimo presidente de Estados Unidos, Zachary Tailor, uno de sus asesores utilizaba un vagón con músicos como final de la comitiva para atraer la atención del público (el band-wagon), lo que a su vez atraía más público que se agolpaba para ver qué estaba pasando.
Este efecto de comportamiento colectivo inconsciente (multiplicado a su vez por mecanismos psicológicos de anonimato, contagio y sugestión) fue rápidamente popularizado para designar el voto masivo a un partido, sólo por el hecho de parecer que va a ganar.
El argumento del PP y del PSOE es que la espectacular subida de Ciudadanosen apenas seis meses sólo responde a un efecto de curiosidad, moda, arrastre, y que cuando se confronten programas electorales, el voto racional imperará, y todo volverá a sendas de normalidad electoral. Pero los que hacemos e interpretamos encuestas sabemos de estos efectos. Es razonable pensar que con Ciudadanos puede estar operando una suerte de efecto de profecía autocumplida: cuando algo parece que va a ocurrir, la gente comienza a actuar como si ya hubiera ocurrido para evitar incertidumbre, generando un nuevo marco de referencia que aumenta las probabilidades de que el citado hecho acabe realmente ocurriendo. Pero en el caso del partido de Albert Rivera, como hemos visto, hay otros argumentos que explican el vuelco de España al centro.
FUENTE: ELESPAÑOL