Muchos creían, durante la II Guerra Mundial, que, si caía Stalingrado ante el avance de las tropas alemanas, la guerra estaba perdida. La actual Volgogrado, sin embargo, resistió después de una batalla atroz, y eso significó, a la larga, el principio del fin del nazismo. El frente oriental, de hecho, fue la tumba de Hitler.
No es que las elecciones de este domingo en Suecia se presenten, de ninguna manera, de forma tan trágica y transcendental, pero lo que parece claro es que el pequeño país del norte de Europa (no en extensión, sino en población) significa mucho para las democracias europeas.
En primer lugar, porque Suecia representa el símbolo de los estados de bienestar, lo que supone que, si el populismo xenófobo se convierte en el eje de la vida política, se demostrará que las prestaciones públicas y los altos estándares de calidad democrática de las instituciones —la verdadera línea Maginot de los estados liberales—, ya no son suficientes para contener la demagogia y el populismo.
Es singular, en este sentido, que en estas elecciones no se haya producido un debate intenso sobre la naturaleza del Estado protector construido a base de altos impuestos, al contrario que en anteriores comicios. Probablemente, porque, tras varias legislaturas conservadoras, hay un consenso esencial sobre la necesidad de mantener un modelo económico y social que ha llevado a Suecia a ser uno de los países más envidiados y prósperos del mundo.
El debate, por el contrario, ha girado en torno a la inmigración. Pero no como problema actual acuciante, de hecho, la socialdemocracia en el poder aprobó leyes restrictivas en los últimos años. Sino como un legado de la crisis de los refugiados de 2015, cuando Suecia recibió un récord de 163.000 solicitantes de asilo. Hasta ese momento, el país (poco más de diez millones de habitantes) había sido un ejemplo de liberalismo social en Europa: abierto a la integración de los refugiados.
Todo cambió hace tres años, cuando las solicitudes de asilo per cápita del país fueron las segundas más altas de la Unión Europea, lo que ha provocado un amargo debate sobre los aumentos de la criminalidad. Y que el propio Trump, que puso a Suecia como ejemplo de un país desbordado por la delincuencia a causa de la inmigración, espoleó ya desde la Casa Blanca. Su entorno llegó a poner en circulación la falsa idea de que había barrios en los que las mujeres no podían caminar solas.
Olof Palme
Sería un error, sin embargo, culpar solo a la inmigración del vuelco que, probablemente, se vaya a dar en las elecciones. Según las encuestas, socialdemócratas, conservadores y demócratas antiinmigración alcanzarán alrededor del 25% de los votos, respectivamente, lo que significa el peor resultado de los herederos del partido de Olof Palme desde hace más de un siglo.
Detrás del desastre, sin embargo, se encuentran también los profundos cambios sociales que afectan no solo a Suecia, sino al conjunto de los países avanzados, y que castigan especialmente a la izquierda.
A medida que la economía de Suecia se ha vuelto más tecnológica y orientada al sector servicios, la influencia de los socialdemócratas se ha debilitado
Como han puesto de relieve muchos analistas, los procesos productivos a consecuencia de los avances tecnológicos y las nuevas formas de empleoestán socavando los ecosistemas que han sido históricamente fructíferos para la socialdemocracia. Es decir, el desgaste tiene que ver con el declive de los lugares de trabajo donde los sindicatos y los partidos políticos de centro-izquierda han construido tradicionalmente una lealtad ideológica al defender los derechos de los trabajadores.
Como sucede en otros países, a medida que la economía de Suecia se ha vuelto más tecnológica y orientada al sector servicios, la influencia de los socialdemócratas sobre sus votantes se ha debilitado. Mientras que, en paralelo, los empleos menos cualificados están siendo ocupados por inmigrantes, que ofrecen su fuerza de trabajo por menos salarios aprovechando, al mismo tiempo, los beneficios del Estado protector, lo que crea un enorme malestar entre los trabajadores tradicionales, con menos formación y recursos, y que son, mayoritariamente, quienes votan ahora a fuerzas xenófobas. Ha sucedido en Francia, en EEUU, en Alemania, en Reino Unido y en otros muchos países.
Criminalidad
La tasa de desempleo entre suecos fue del 4,4% el año pasado, en comparación con el 15,3% entre sus ciudadanos nacidos en el extranjero. Además, el número de asesinatos con armas de fuego en el país ha aumentado drásticamente en los últimos años, alcanzando un máximo de 11 años en 2017, con 43 muertes, lo que ha creado una falsa imagen de un país violento.
El declive socialdemócrata, en definitiva, es parte de una tendencia global basada en cambios sociales que indican que la sociedad industrial se está desmoronando. Aunque no solo eso. El modelo de Estado de bienestar, que en Suecia se construyó alrededor del partido socialdemócrata, ha sido aceptado básicamente por todos los partidos del espectro político sueco, incluidos los xenófobos. Ya no es exclusivo del centro izquierda
El resultado para Suecia es un horizonte de ingobernabilidad, que es la tendencia clara en la mayoría de los países europeos, donde se ha roto el tradicional eje izquierda y derecha, sin que haya sido reemplazado por ningún otro eje. Aunque en el caso de Suecia es más complicado.
Mientras, en otros países escandinavos, los viejos partidos del ‘establishment’ han hecho de tripas corazón y se han aliado de forma pragmática con los nuevos partidos populistas para seguir gobernando, en Suecia ni socialdemócratas ni conservadores han querido contaminarse. La razón tiene que ver, según algunos analistas, en que mientras en Dinamarca y Noruega tienen una larga tradición de partidos populistas dedicados principalmente a recortes fiscales agresivos, que se remontan a la década de los 70, cuando los tipos marginales eran superiores al 60%, la experiencia de Suecia con tales partidos es más limitada.
Habrá quien piensa que es un problema sueco, pero lo que parece fuera de toda duda, gane quien gane, es que se aproxima un cambio de posición de Suecia respecto de la construcción europea. Se imponen las soluciones nacionales, lo cual, inevitablemente, debilitará a la Unión Europea. Eso es lo que se juega España en estos comicios.