Casado sale de la votación de la cuarta prórroga de la alarma más lejos que nunca de su objetivo de aglutinar a todos los votantes a la derecha del PSOE.
Inés Arrimadas se desmarcó, tiró a puerta y marcó gol. De penalti y en el último minuto. Anunció su acuerdo con Pedro Sánchez de noche y pocas horas antes de la votación. Su “sí” a la cuarta prórroga del estado de alarma contra el coronavirus llegó tras haber arrancado al Gobierno varios compromisos, todos ellos por escrito.
Con ese gesto -que provocó un terremoto en el seno de su partido- recobró aquella tradición centrista que dibujó a Ciudadanos como una organización capaz de pactar con izquierdas y derechas en función de las circunstancias. Una tradición que abolió Albert Rivera, convencido de que Sánchez no merecía siquiera la negociación.
La audacia de Arrimadas, que insufló a Ciudadanos de manera transitoria la influencia de los días de gloria, rompió el esquema más cómodo para PSOE y Podemos: la foto de Colón y aquello de «las tres derechas».
Y es que, tras la sesión de este miércoles, Pablo Casado está más lejos que nunca de conseguir su objetivo de aglutinar en torno a su figura a todos los votantes a la derecha del PSOE. En la votación de la cuarta prórroga del estado de alarma, cada uno de los tres partidos situados en el centro derecha del tablero político elegía un camino distinto para marcar perfil propio frente al Gobierno y a sus rivales políticos.
El “sí” de Ciudadanos, efectivamente, arrinconó al PP en una abstención difícil de explicar y relegó a Vox a un extremo uniendo a Santiago Abascal a los tres independentismos catalanes(ERC, JxCat y CUP). Se trata de la maniobra más trascendente -y arriesgada- de Arrimadas desde que fue nombrada presidenta de los liberales.
Ni cerca ni lejos
Casado había mantenido en vilo toda la semana al Gobierno sin desvelar sus cartas. Según ha sabido este periódico, el líder del PP hizo una larga ronda de consultas, con sus líderes regionales, los dirigentes más cercanos a su núcleo duro e incluso con algunos empresarios, para sondear cuál debía ser la posición de los populares.
Finalmente, optó por la abstención, lo que colocaba al PP ni cerca ni lejos, ni con Arrimadas ni con Abascal, ni del lado de Sánchez -desatendiendo a parte de sus bases- ni del de la derecha extrema -abandonando la posición centrada que le exigen sus barones-. Y, por primera vez desde que se declaró este estado de excepcionalidad, los 89 diputados del grupo conservador decidieron abstenerse.
presidente del PP asistía, de hecho, a la realización en directo de aquello que le anticipó su mentor, José María Aznar, al llegar a la cabeza de Génoava: «Lo tienes más difícil que yo, el centro derecha está más desunido que nunca». Así, para compensar que no saltaba directo al no, llenó su discurso de motivos para creer que esa era la posición que, en el fondo, deseaba defender.
En sus intervenciones, Casado volvió a acusar al Gobierno de «mentir a los españoles» y adelantó que si el Ejecutivo central vuelve a pedir la quinta prórroga, esta vez sí, votará en contra.
Bisagra
Arrimadas había logrado lo que buscaba: rentabilizar sus pocos diputados. No en vano, el presidente lo expresó ante el micrófono, en un guiño malvado: «Le agradezco su apoyo en esta votación», dijo, «ha demostrado usted que con 10 escaños se puede ser más trascendente que con 56«, una bofetada en diferido a su predecesor.
Además, guardándose para el día clave, su aparición en el pasillo del Congreso le aseguraba los focos, sólo 12 horas después de lograr un pacto con el Gobierno. Y ese acuerdo suponía un viraje al centro arriesgado pero con fácil defensa. Así lo demostró al cerrar una de sus intervenciones con la voz quebrada y apelando a su inminente parto: «Traigo a un niño al mundo en pocos días, créanme cuando les digo que hay que mantener el estado de alarma para defender las vidas».
Lo cierto es que la líder liberal ha convertido a los suyos en una bisagra fundamental. Pero también ha desencadenado las dimisiones de dos históricos como Juan Carlos Girauta y Carina Mejías, dos de los que, como Rivera, creían que jamás habría que sentarse a la mesa con Sánchez. Ciudadanos se desmarcaba totalmente de la vieja línea marcada de Albert Rivera y votando a favor de que el presidente mantuviera plenos poderes.
La propia Arrimadas escenificó la importancia de este nuevo perfil de los liberales saltándose su confinamiento autoimpuesto por su avanzado estado de gestación y defendió su voto afirmativo «por conciencia»: si la prórroga no salía, los ciudadanos tendrían plena libertad de circulación desde el domingo. «Éste no es un acuerdo de investidura», recordó la lideresa en el primer discurso donde soltaba amarras de la herencia recibida.
«Tricentrito»
El partido de Santiago Abascal se situó en el lado opuesto, completamente enfrentado al Ejecutivo central. Y reiteró de nuevo su rechazo absoluto a que se mantenga el estado de alarma. De hecho, este miércoles dio un paso más allá y promovió desde la tribuna «manifestaciones en coche» y amenazó con una «moción de censura» para echar a Sánchez de La Moncloa.
En realidad, no para echarlo. Sino para «dejar claro cuáles son los partidos que quieren mantener a este Gobierno ruinoso que está abusando del poder». La andanada iba directa hacia Ciudadanos y PP. Contra los primeros, porque con ellos compiten por el votante más vinculado a la bandera nacional: no en vano, Cs creció con el desafío separatista catalán, y encabezó la rebelión cívica.
Contra los segundos, porque Abascal sostiene que «sería al primer partido de la oposición al que le correspondería» ir de frente contra Sánchez, «pero si no lo hacen nos tocará a nosotros». Y contra los dos a la vez, porque los considera parte del «tricentrito» junto al PSOE del presidente.
DANIEL RAMIREZ / ANA I. GRACIA / ALBERTO PRIETO