La primera huelga en la que participó fue en su colegio porque no les dieron un día de fiesta tras haber ganado un concurso radiofónico. Luego, la primera multa se la puso un municipal por besar a una chica en el parque de María Luisa. Yla primera ficha policial, en la que se le acusaba de filocomunista, la rellenó un crítico teatral a cuenta de una función de ‘Eurídice’ de Anouilh que él dirigía.

¿Y, al margen de la ficha,qué escribió en el periódico?

– Me puso fatal.

Alfonso Guerra se ríe al recordarlo. El segundo político más poderoso de España en los años de la gran transformación del país (aunque no pocos sostienen que en el fondo era el primero) se define a sí mismo como «el último romántico que camina por esta tierra», asegura que su «convicción más firme es la duda» y cita a Machado:«En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad». Llueve en Sevilla y en el despacho de Plácido Fernández Viagas, presidente del organismo preautonómico de Andalucía –donde tiene lugar la entrevista–, se escucha levemente el rumor del agua mezclado con el de la multitud de turistas que se detienen ante la Giralda. Con ese fondo, este político ya retirado, famoso por su afilada dialéctica y su capacidad de maniobra entre bambalinas, va desgranando aspectos de su vida más allá del personaje público. Ese ‘romántico’ que puede parecer inverosímil a quien solo lo conoció en la tribuna del Congreso o en el calor de los mítines. Y, sin embargo, es cierto:hay otro Alfonso Guerra.

Usted aparece en la famosa fotografía ‘de la tortilla’ con un grupo de jóvenes socialistas, en 1974. ¿Qué habría dicho si alguien le hubiese anunciado entonces que ocho años y medio después sería vicepresidente del Gobierno?

– Que quien me lo decía estaba loco. Fui a la política por la cerrazón de la dictadura, pero no era más que un joven provinciano a quien le interesaban el teatro y la poesía.

Me gustaría empezar por el principio. Por la infancia de un niño que era el número 11 de una familia humilde de 13 hijos.

– Muy humilde. Mi padre había cuidado una piara de cerdos en su infancia, y aprendió a leer y escribir en el campo, con un ‘catón’. Se vino desde Utrera y entró a trabajar de fundidor.

Ese padre que les decía que los zapatos debían ir siempre muy limpios, aunque las suelas estuvieran desgastadas. Les inculcó normas de urbanidad.

– Teníamos un respeto excepcional por mi padre. Cuando murió, uno de mis hermanos, para entonces casado y con cinco hijos, me dijo:«Ahora me podré comprar unos zapatos de color». Era una persona muy cuidadosa de la urbanidad, que hoy se ha perdido.

Ha comentado en ocasiones que en su infancia y adolescencia hizo numerosos trabajos para ganar dinero. ¿Cuáles?

– Con tanta gente, los medios eran escasos. Buscábamos chatarra y la vendíamos, atendí la cantina de un cine de verano y un quiosco de chucherías. Todos los veranos salía a trabajar. Con 19 años, pinté la Sorbona.

¿Pintó la Sorbona?

– Literalmente:las rejas de la Sorbona.

Machado escribió que su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla. ¿Cómo fue la suya?

– Muy divertida. En una familia con tantos alguien siempre daba el espectáculo. Al llegar la noche había que montar las camas por toda la casa, y por la mañana, desmontarlas. Todo era una fiesta. El 26 de julio, santa Ana, íbamos a Coria en tranvía para festejar el santo de mi madre. Cuando ya éramos mayores y se sumaban novias y novios, más alguna abuela y primos, llegamos a ser casi cuarenta. Comíamos en el campo. Mi padre hacía un arroz maravilloso.

¿Cómo era de niño?

– Muy buen estudiante. Sacaba muchas veces 10, y cuando era un 9 me enfadaba. Fui el primero de los hermanos que no fue a trabajar a los diez años. Estaba muy bien considerado por los profesores y tenía un sentido de la responsabilidad excesivo para mi edad.

¿Por qué?

– Por lo que oía en casa sobre mí. Mi madre decía:«Este nos va a sacar de la pobreza». Eso pesa mucho.

¿Cómo fue su adolescencia en aquella Sevilla de los cincuenta?

– Mis primeros recuerdos son de una ciudad gris, mediatizada aún por la guerra. Luego tengo la imagen de los chicos que nos subíamos a la ‘jardinera’ del tranvía para dar vueltas y charlar con libertad. Yno olvido las películas que veíamos en el cine de verano, subidos a un árbol.

Les salía barato.

– Eran programas dobles, así que aún más barato. Íbamos contando los besos de las películas.

¿Ligaba mucho?

– ¿Ligar? Era distinto a lo de ahora. Y muy difícil. Eso de conocer a una chica y en horas llevártela a la cama… era imposible. Lo más que conseguías era besarla en el cine.

 

 

FUENTE: DIARIOSUR