De las grandes pasiones humanas contemporáneas (por lo menos de las más próximas a nosotros) hay muchas de las que yo no puedo participar. No estoy dotado para ello. Nunca me gustaron los toros, me aburro mucho con el fútbol y, por más esfuerzos que he hecho, no he logrado nunca emocionarme con el flamenco. Esto me causa una enorme envidia y no pocas dificultades en mis relaciones sociales, porque muchos amigos me miran con esa cara de lástima apenas disimulada que se pone, pues no sé, ante los sordomudos o ante los ancianos demenciados: no pueden comprender que yo ni sienta ni padezca, por ejemplo, ante la eliminación del Madrid de la Copa de Europa o sobre todo ante el drama de Leo Messi.

Hombre, entenderlo sí lo entiendo. Por eso prefiero no llamar ahora a mi amigo Isaías,una de las personas más buenas y más brillantes que he conocido en mi vida, que da clase en Chicago y que tiene la sangre no roja, sino a rayas rojas y azules: no conozco a nadie más culé que él. Le he visto llorar alguna vez, de puro dolor, tras una derrota severa del Barça. Eso lo respeto profundamente, aunque no pueda compartir su extrema pasión. El gran Isa tiene que estar ahora demolido por la salida de Messi. Después de veinte años. Ay.

A muchísima gente le pasa lo mismo. A millones de personas. En realidad yo no sé cuál es la verdadera causa de que Messi quiera dejar el Barcelona, ni por qué los seguidores del equipo piden airadamente la cabeza del presidente del club, que no se quiere ir a ninguna parte, en vez de la del jugador, que es el que sí se quiere ir. Tampoco entiendo que el club se agarre a la letra de la ley y trate de impedir a Messi que se vaya, cuando está claro que no hay nada más inútil ni pernicioso que obligar a alguien a permanecer en un lugar en el que no quiere estar… a no ser que se trate de una prisión. Que es en lo que podría convertirse el club catalán para Messi. Una jaula de oro, evidentemente. Pero una jaula.

La conmoción es muy grande

A lo que voy: muchísimas personas, la mayoría en Cataluña pero desde luego en más sitios, están conmocionadas con el adiós –largo adiós va siendo– de este muchacho argentino que es un genio en lo suyo y que, como tantos genios más (Spielberg, Einstein, Bill Gates, Michael Phelps, Stanley Kubrick, Anthony Hopkins, seguramente Mozart) tiene el síndrome de Asperger. La conmoción es muy grande. Y la tristeza. Con esto de Messi, los del Barça no ríen, los del Barça no sienten; los del Barça persiguen por el cielo de oriente la libélula vaga de una vaga ilusión: que al final el chico se quede.

Torra vuelve a olvidar que él no es Cataluña, que lleva años gobernando solo para la mitad aproximada de los catalanes y que Cataluña no es el Barça ni al revés

Uno de los conmocionados más curiosos ha sido el presidente autonómico, Quim Torra. A este hombre, ya de por sí reservado y antojadizo, la melancolía le ha llevado a repetir un error que en él es frecuente: confundir la parte con el todo y, sin duda con la mejor intención, asegurarle al prófugo que “Cataluña será siempre su casa”. Sí, claro, cómo no; y Argentina, y Rosario, y el Manchester, y allá donde vaya; Torra vuelve a olvidar que él no es Cataluña, que lleva años gobernando solo para la mitad aproximada de los catalanes y que Cataluña no es el Barça ni al revés, porque hay otros equipos. Pero se comprende el volatín emocional del señor Torra, al que la aflicción le ha llevado a ponerse en plan padrazo.

A esa misma pesadumbre creo que puede atribuirse uno de los patinazos más sonoros (y más cómicos) de este hombre en lo que va de año. Estando como estamos en plena segunda oleada de la covid-19, a dos pasos de un nuevo confinamiento general, le preguntaban al señor Torra si, con los casos de infección multiplicándose de nuevo en todas partes (su región está entre las más afectadas), debería limitarse el derecho de manifestación. Y Torra, ya digo que algo confuso y desatento por tantos disgustos, dijo lo que pensaba: que sí, que claro, que eso es lógico, que si se prohíben las reuniones de más de diez personas cómo van a organizarse manifestaciones.

El festejo de la Diada

Craso error. Al rato sonó el teléfono y eran los de la ANC, Asamblea Nacional de Cataluña. Nadie más que Torra y ellos conoce los términos exactos de la conversación, pero no es nada difícil imaginarlos porque la ANC, grupo de ángeles incorpóreos que se dedican a propagar la paz, la armonía entre las gentes y a ayudar a las ancianas a cruzar las calles, se gasta en cada Diada entre dos y tres millones de euros para organizar y disponer el gentío que allí acude; y ni el virus, ni la peste bubónica que volviese, ni la bomba de Hiroshima, ni Torra ni San Torra, ni desde luego la ley, les iban a impedir a ellos celebrar el festejo el 11 de septiembre. Solo faltaría eso.

Así que Torra no tuvo más remedio que volver sobre sus pasos y declarar públicamente que, ejem, sus palabras habían sido malinterpretadas y sacadas de contexto (es lo que se dice siempre que uno mete la pata hasta el ombligo) y que, como es natural, el derecho de manifestación debe respetarse, siempre que se mantengan las distancias de seguridad y todo el mundo lleve su correspondiente mascarilla.

Si en una pacífica reunión familiar de quince personas se contagian diez, no es nada difícil imaginar lo que puede pasar en la ‘manifa’ independentista del 11 de septiembre

Bien. Hagamos cuentas con los dedos, que es como no se equivoca uno nunca. El año pasado, con el independentismo ya muy dividido, la Diada del 11-S reunió a 600.000 personas… según datos de la Guardia Urbana de Barcelona, organismo, como se sabe, independiente a machamartillo, veraz y exactísimo en sus cálculos. Este año hay que agregar una variable muy importante: que la gente no es idiota y sabe perfectamente el peligro que corre. Si en una pacífica reunión familiar de quince personas se contagian diez, pues no es nada difícil imaginar lo que puede pasar en la manifa independentista, donde, a poco que empiece a llegar el personal embanderado, la ‘distancia de seguridad’ de metro y medio o dos metros entre las personas se convertirá en lo que pintaba Goya: el sueño de la razón, es decir, un imposible metafísico.

Cabe esperar, por tanto, que la asistencia a la manifestación sea mucho más escasa que en todos los años anteriores. Es lógico. Entre la patria y la salud, incluso los más soñadores y autoenamorados de los indepes preferirán la salud, por la sencilla razón de que a la gente no le termina de parecer bien eso de morir (o al menos de ser hospitalizado) por la patria. vYa están hechas las camisetas. Ya están movilizados todos los bondadosos arcángeles, tronos y dominaciones de la ANC, Ómnium Cultural y la AMI. Ya está todo preparado. Esta vez será una manifestación “descentralizada”: los feligreses se reunirán delante de un centenar de edificios tan dispares como la Universidad, la Agencia Tributaria, el Banco de España o la Seguridad Social. A mí me parece que eso no es una manifestación sino ochenta o noventa reuniones, pero es que imagínense ustedes que convocan una sola manifestación; que acuden, yo qué sé, 50.000 personas separadas entre sí por dos metros y que la cola de gente, en esas condiciones, llega hasta Palafrugell. Cómo los devuelves luego a casa.

Tengo la clara sensación de que esta Diada, en las condiciones en las que estamos, va a ser un fiasco del tamaño del Vesubio. Si la gente no pone en riesgo su vida para ir a ver a los abuelos, no la va a arriesgar por un sueño que se está llevando el viento, más cada día que pasa.

A causa de la covid-19 se han suspendido las Fallas de Valencia, la Semana Santa, todos los viajes del Imserso, el carnaval de Venecia, el rezo de los viernes para los musulmanes en muchos países, la asistencia a los estadios de fútbol, miles de conciertos y estrenos y rodajes y todo lo imaginable. Pero la manifestación independentista del 11-S no se toca. La patria, perdón, la Patria, está por encima de todo. Incluida la salud.

En cualquier caso, si sale mal, no pasa nada: siempre se le podrá echar la culpa a Leo Messi, por haberse ido del Barça. Y ya está.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI