MIQUEL GIMÉNEZ
Con unos diez años tuve mi primer contacto con la historia imaginada por el separatismo. Un compañero de clase me dijo muy serio que Los Picapiedra eran obra de una catalana. Al mostrarle mi sorpresa, se reafirmó en el aserto diciéndome que me fijase en el nombre de quien los producía: «Anna Barberá». Como todo el mundo sabe, los responsables de la primera sitcom en el mundo de la animación con humanos como protagonistas – si bien con cuatro dedos y no cinco – es la famosísima dupla Hanna-Barbera, apellidos correspondientes a sus fundadores William Hanna y Joseph Barbera, así que nada que ver con ninguna Anna, con ninguna Barberá ni mucho menos con Cataluña. O, al menos, eso pensaba hasta que esa TV3 lanzó la exclusiva: el dinosaurio catalán existió, y se llamaba Titanosaurio.
Ahí es nada. Las pisadas del monstruo prehistórico sitas en el yacimiento de Fumanya, cerca del municipio de Fígols, hace tiempo que son motivo de visita y curiosidad, porque es un notabilísimo enclave de pisadas fósiles de dinosaurios, más de 3.500. Lo que desconocíamos, pobres incrédulos de nosotros, es que, según calificó TV3, “en el prepirineo catalán existieron unos enormes dinosaurios herbívoros de hasta 15 metros de altura, los Titanosaurios”. Dinosaurios catalanes. Para qué queremos más.
No seré yo quien niegue la catalanidad de tales seres, pacíficos en tanto que vegetarianos y muy lejanos del terrible y depredador T-Rex, que debió ser español y de Ciudadanos, sin duda alguna. Enlazando con Hanna Barberá, ha llegado el momento de pedir disculpas a mi condiscípulo de aquella academia del Poble Sec a la que acudíamos para aprender lo que se pudiese. Con la noticia de TV3 queda claro que, al igual que hubo dinosaurios catalanes de toda catalanidad, también podemos asegurar sin miedo al error, por aquello de la propiedad transitiva, que Los Picapiedratambién fueron catalanes, que vivieron, no en Rocadura, sino en la misma Berga y que sus nombres eran Pere Picapedra, Pau Marbre y el propietario de la cantera donde trabajaba el primero, el señor Rajola. Por descontado, eran separatistas, bebían Ratafía y comían mongetes amb botifarra.
Siguiendo ese camino que, una vez trazado, es cómodo de seguir, Anna Barberá, que era catalana, creó en sus más de 3.500 films de animación una legión de personajes inequívocamente de la terra como lÒs Iogi, guarda bosques de la Generalitat que cree en la república, la Formigueta Atòmica, capaz de escamotear dinero de todas las partidas del presupuesto autonómico para gastárselo en financiar el proceso, en Lleonci el lleói en Tristot, oh, sielos, Lleonci, activistas de la ANC y Ómnium, o los inefables Autos Esbojarrats, un séquito de automóviles oficiales descacharrantes capitaneados por Pere Noendonopasuna y su gos d’atura, Patà, doblados al catalán por Quim Torra y Carles Puigdemont.
Es atribuible a la mendacidad y al secular anticatalanismo de España, que solo tiene en su haber dibujos animados como Garbancito de La Mancha, que hayamos vivido ayunos de estas verdades. Titanosaurios catalanes y Picapiedras con lazo amarillo convivieron en estas tierras de manera apacible y jocosa, y no se hable más, que si Santa Teresa de Ávila era catalana ya me dirán si no lo han de ser Los Picapiedra.
Esperamos nuevas revelaciones que sacarían a la luz que el murciélago que orna el escudo del Reino de Valencia está ahí porque Batman era también catalán – ya saben, lo de los países y tal -, que el archienemigo del crimen es nacido en Olot y que, en vez del llamativo y eficaz Batarang, lanza a sus adversarios sendas llesques de pa amb tomàquet. Una peliculilla producida por Toni Soler, con Joel Joan haciendo de Cruzado de la Capa y Pilar Rahola en el rol de la Gatona, colmaría nuestros más fervientes deseos. Y si el personaje del comisario Gordon lo encarna Trapero, para qué les cuento. La pura delicia.
Visto lo visto, no me extrañaría.