ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR

 

Dentro de cuatro semanas nos esperan las urnas con su convocatoria de Elecciones Generales. Esa cita bien merece unas reflexiones previas por su trascendencia política. Lo peor que puede ocurrirle a la democracia es lo que precisamente está pasándole a España. Todo empezó con un desánimo popular generalizado que siguió creciendo hasta consolidarse como una autentica desafección política, de tal manera, que lo que impera hoy es la ruptura del vínculo de confianza entre los que gobiernan o aspiran a ello, y el pueblo llano.

Ante esa perspectiva tan hostil, “nosotros, el pueblo”, hemos sido llamados a las urnas para elegir con plena libertad, si no lo mejor, lo menos malo para España. Con esta convocatoria se define la mayor grandeza de la democracia. El ciudadano es el único que puede corregir con su voto los desafueros de los partidos políticos regidos a veces por indocumentados y ególatras que asaltan el poder para perpetuarse en el mismo, sabiendo a ciencia cierta que volverán a ser votados porque los electores están acostumbrados a mirar hacia otro lado.

Ese tipo de ciudadano que se abstiene en unas Elecciones Generales y no va a votar; ni se informa debidamente antes de hacerlo, y ni siquiera es capaz de dedicarle a España media hora escasa cada cuatro años yendo a votar, ese es el culpable de cuanto está pasando. Al ignorar el valor que tiene su voto, voluntariamente o no, está apoyando a líderes y agrupaciones sectarias de un signo u otro con idearios populistas extremos, y de ese modo suelen optar al poder.

Cuando vaya a votar este 28A lo haré con sentido patriótico, y por tanto votaré a aquella lista que con más firmeza y seguridad, según mi criterio, apoye los principios constitucionales con todas sus consecuencias. El patriotismo del que hablo forma parte del sentimiento democrático y supone una actitud solidaria con el resto de los ciudadanos en defensa de la igualdad, la libertad y la solidaridad. Nunca votaré a un partido nacionalista, ni a cualquier otro partido que esté minando las instituciones y la Constitución, erosionándola y dividiéndonos, o estén en connivencia con los independentistas.

El nacionalismo secesionista se basa en la exclusión del otro. El patriotismo en el que creo es el que se identifica con los valores republicanos recogidos en nuestra Constitución, defensores de la libertad e igualdad de todos los españoles. Mientras que el independentismo construye sus objetivos sobre las ideas de la pureza lingüística, la homogeneidad cultural, la identidad étnica y la exclusión del otro, el patriotismo defiende la solidaridad. El nacionalismo sólo está basado en el egoísmo.

Cuando recuerdo que desde el Gobierno español se ha cortejado meses atrás al independentismo catalán, y no se defendían con firmeza y abiertamente los principios en que se fundamenta la Constitución, me sublevo. Las veces que por ambiciones personales se ha mirado hacia otro lado, o minimizando y disculpando la erosión sistemática protagonizada a sus anchas por los separatistas, esa vacilación institucional me espolea aun más en mi sueño de una España multicultural, diversa y unida. Diversa, pero no dispersa.

La Constitución española debe ser más fuerte de lo que imaginábamos porque aguanta y resiste todos los ataques a los que se ve sometida. ¿Cuándo se dará cuenta Pedro Sánchez de que hay que poner coto ya a todos los desmanes independentistas, y que no existe otra vía que la unión de todos los constitucionalistas? La alergia de Pedro Sánchez a ese proyecto es insuperable hoy, porque prefiere otros apoyos populistas y radicales, distintos a Ciudadanos y populares. Esa obcecación personal suya, se enfrenta al otro sentimiento socialista generalizado en toda España, similar al que estoy alabando.

Manuel Valls, candidato a la Alcaldía de Barcelona en una plataforma promovida por Ciudadanos, ha dirigido una carta abierta a Sánchez, Casado y Rivera pidiéndoles la unidad del voto constitucionalista, y yo la suscribo. Reivindica un “gran pacto que garantice la gobernabilidad entre los partidos constitucionalistas, sin condicionamientos de formaciones políticas ajenas al orden constitucional”. Dice con toda clarividencia que la suma de socialdemocracia, centro derecha y liberalismo, es la única vía para hacer frente a los que sí están unidos en el ataque frontal a la democracia española socavando delictivamente el orden Constitucional.

La confección de las listas electorales ha provocado grandes tensiones convulsionando a los partidos políticos. Sobre todo el maremoto del PSOE con las purgas de Ferráz donde han saltado por los aires las primarias. Dice Susana Díaz en Andalucía: “Tomo nota”. Y Lambán en Aragón dice que no respetar el voto de los afiliados “no es ni socialista, ni democrático”.

El intelectual alemán Robert Michels explicó muy bien lo que es la ley de hierro de la oligarquía que se ha adueñado de los partidos que es la causa de su decadencia. Esa oligarquía la forman unos cuantos militantes, (los aparatschiks), que son los encargados de controlar la selección de candidatos, las primarias, la elección de líderes. Nada tiene que ver ese procedimiento con la democracia, ni con el bien común, ni con el principio de mérito y capacidad, pero sí con el populismo y el dominio de una pequeña cocinilla donde se guisa todo y nunca ganan los mejores.

Bueno, pues a pesar de esas contrariedades, “nosotros, el pueblo”, tenemos la obligación ineludible de ir a votar para legitimar la voluntad popular, y al elegir la papeleta más acorde con los principios que a nuestro juicio deberá ejercer el próximo Gobierno le otorgaremos ese poder para que actúe como garante del cumplimiento de los derechos fundamentales establecidos en la Constitución. Debemos decidir personalmente si votamos con la razón, el sentimiento o el posibilismo. Ese es el dilema. Es cuando descubriremos la utilidad o inutilidad de nuestro voto, y sirva o no para formar un gobierno constitucionalista fuerte para España. Ha llegado la hora de acertar en la elección de los gestores más fiables del orden constitucional. “Nosotros, el pueblo”, tenemos la palabra.