Más de seis millones y medio de ciudadanos andaluces están llamados hoy a las urnas para elegir a los 109 diputados de su Parlamento. Pero no sólo. La campaña electoral ha sido propia de unas generales, porque este 2-D trasciende con mucho el ámbito autonómico. Andalucía ha marcado la pauta de algunos cambios trascendentes en los 40 años de democracia. El referéndum andaluz del 28 de febrero de 1980 alteró para siempre el mapa del Estado autonómico, al convertir Andalucía -por decisión de sus ciudadanos- en comunidad histórica como Cataluña, País Vasco y Galicia. También las últimas elecciones andaluzas, celebradas en marzo de 2015, adelantaron el vuelco que llegaría en las generales de ese año. Los españoles pusieron fin de la hegemonía absoluta del bipartidismo PP–PSOE y nacieron con fuerza dos nuevos partidos, Podemos por la izquierda y Ciudadanos por el centro.
La fragmentación política comenzó en aquellas andaluzas -aunque el PSOE revalidó el Gobierno autonómico con el apoyo de Ciudadanos- y se extendió a toda España. La inestabilidad y la falta de mayorías cualificadas para gobernar en los sucesivos procesos electorales han llevado a los partidos a un estado de excitación electoral permanente, ante la imposibilidad de gobernar. Ni Mariano Rajoy antes ni Pedro Sánchez ahora han podido desarrollar una auténtica acción de gobierno.
En este escenario llegan hoy las elecciones andaluzas, convocadas de forma anticipada por Susana Díaz, que se refugió en su tierra en busca de una segunda oportunidad, tras fracasar en su intento de ser la líder del PSOE a manos de Pedro Sánchez. El propósito de Díaz de que los comicios tuvieran únicamente acento andaluz ha fracasado. El resultado del 2-D se medirá en clave nacional. Los andaluces decidirán en las urnas el futuro del inestable Gobierno de Pedro Sánchez, medirán la potencia del nuevo liderazgo de Pablo Casado en el PP, resolverán la duda de si Rivera puede llevar a Ciudadanos a superar a los grandes partidos, determinarán la fortaleza de Podemos y sentenciarán si las transformaciones del mapa político español han terminado o continuarán en el futuro, con el surgimiento de un nuevo actor político en España que responde al nombre de Vox.
La capacidad de convocatoria del partido liderado por Santiago Abascal -escisión del PP por su derecha-, que ha llenado los recintos en la campaña, es una señal de que algo se está moviendo en la sociedad española, a tono con los fenómenos encuadrados en la ultraderecha que están alterando el mapa político y social en el resto del mundo. Y, como ya sucediera con Podemos en la campaña de las elecciones europeas de 2014, lo ha hecho bajo el radar de expertos, analistas y estudios demoscópicos. La aparición inesperada de Vox puede alterar la vida política nacional, como ya alteró la campaña electoral, en la que el resto de los partidos -sorprendidos por el fenómeno- le han dado carta de naturaleza como peligroso enemigo a derrotar. Una campaña electoral, por lo demás, que pasará a la Historia como una de las peores que se recuerdan. El griterío sin sentido -lindante con el frikismo en algunos actos-, los mítines con entradas más que discretas y un obsesivo debate sobre Cataluña han protagonizado una campaña que ha servido para dar espectáculo, aunque está por ver que logre movilizar al electorado.
El PSOE de Pedro Sánchez y Susana Díaz -que en público han enterrado las hostilidades del pasado- afronta en las urnas una prueba de resistencia. Los socialistas han gobernado siempre en Andalucía -puede decirse que representan en esa comunidad algo parecido a los nacionalismos de otras comunidades-, a pesar de los casos de corrupción y de los sucesivos retrocesos electorales. Los sondeos coinciden en que Díaz ganará las elecciones aun perdiendo votos y escaños, auxiliada por la fragmentación del centroderecha. Pero la presidenta sabe que ese triunfo no es garantía de gobierno y su temor es que se reproduzca la pesadilla que vivió después de las últimas elecciones. Más de 80 días tardó en formar Gobierno tras vencer la resistencia de Ciudadanos a apoyarla. Una vez que Marín y Rivera han jurado que no la sostendrán otra vez, la presidenta andaluza quedará en manos de Podemos e IU, con quien podría sumar suficientes escaños para seguir en San Telmo.
Mientras, Pedro Sánchez en La Moncloa espera como agua de mayo el veredicto del electorado andaluz sobre el Gobierno que preside surgido de una moción de censura. Un buen resultado del PSOE andaluz supondría un espaldarazo para el Gobierno central, cuya legitimidad de origen cuestionan el PP y Ciudadanos. De este 2-D pende también la posible convocatoria de unas elecciones generales antes de las municipales del mes de mayo. Una vez analizados los resultados de las andaluzas, Sánchez podría disolver para convocar sus elecciones en el mes de marzo.
Aunque sin duda el combate más intenso y decisivo que se dirime hoy en las urnas es el protagonizado por PP y Ciudadanos, a la búsqueda de la hegemonía del centroderecha español. El nuevo líder del PP, Pablo Casado, es quien afronta el examen más delicado en las urnas. El terremoto del sorpasso de Ciudadanos, un pánico cierto antes de comenzar la campaña, ha ido diluyéndose en los últimos sondeos publicados. Aunque el partido de Rivera experimenta un importante crecimiento, no llega a arrebatar al PP la condición de segundo partido de Andalucía.
Pablo Casado no ha rehuido su responsabilidad en esta campaña, ha recorrido Andalucía de punta a punta, como si él mismo fuera el candidato, opacando a Juanma Moreno. En esta noche electoral sabremos si el nuevo líder del PP -muy distinto a Rajoy en todos los sentidos- logra consolidarse como tal, y cuántos votantes es capaz de retener con el fondo y la forma de su relato de recuperación de las tradicionales esencias del partido y de feroz oposición al Gobierno de Sánchez. La entrada de Vox en el Parlamento andaluz sería un mazazo para Casado, que en la campaña ha extremado su discurso, sobre todo en la cuestión migratoria, para evitarlo.