Trump, Salvini, Orban… Poderosos líderes occidentales cimentan su poder en mensajes xenófobos. Discursos proteccionistas y sentimentales de miedo al otro que calan en sociedades en crisis sin una reacción contudente ¿Por qué se contagia el odio?
«Carne humana, aliens ilegales, delincuentes, invasores». La proliferación de mensajes xenófobos desde Occidente en los últimos años ha encontrado un caldo de cultivo en sociedades emocionales con sistemas en crisis. Donald Trump, Matteo Salvini o Viktor Orban ondean banderas racistas sin una contestación firme y efectiva de sus homólogos, que contemplan perplejos su ascenso ¿Por qué se generan estos discursos? ¿Qué poder tiene el odio? ¿Cómo se propaga y quién lo contrarresta? Dice Miguel Ángel Aguilar que “la xenofobia se combate o se contagia”. No hay término medio. Es fácil generar un relato común de repulsa cuando el miedo ataca desde fuera. Hay consenso social en rechazar, por ejemplo, los planteamientos yihadistas, pero cómo afronta el ‘primer mundo’ la irrupción de discursos totalitarios en regímenes democráticos. Los líderes ultraderechistas, como el fascismo de los años 30, ya han dado el primer paso: activar un proceso de deshumanización hacia al otro, en este caso los inmigrantes. Como sociedad, ¿estamos desarrollando una tolerancia hacia lo intolerable?
Por qué se genera un discurso de odio
«Uno de los motivos clásicos del odio hacia el externo es generar cohesión interna. Y claro, frente a la diferencia racial, la creación de un afuera distinto, genera esa cohesión. Antes las correspondencias entre partidos y sectores sociales se basaban en cuestiones económicas y materiales, quienes procedían de una familia obrera, votaban a un partido de izquierdas, quienes tenían, por ejemplo, una vinculación religiosa, a los de derechas. Esta serie de identidades tradicionales se ha difuminado. Ante esa especie de desconcierto y desorientación, es necesario generar nuevas maneras de agrupar, de adhesiones colectivas. Cómo se genera eso, pues en base a nuevas identidades que tienen que ver con la creación de un otro”, opina Gonzalo Velasco, profesor de Humanidades en la Universidad Camilo José Cela.
Ese oportunismo político encuentra un buen aliado en sistemas caducos y en decadencia, pero también hunde sus raíces en sociedades educadas culturalmente en el recelo. «El miedo al diferente es una tónica en la historia de la humanidad, todo lo que es diferente supone lo extraño, lo desconocido, y ante eso, los seres humanos, por lo general, han reaccionado de forma hostil a lo largo de la historia. Esa tendencia o creencia se ha materializado en cada época, según el contexto histórico del momento, ahora en el presente se traduce en la xenofobia. El drama de las democracias liberales es que esto se utilice democráticamente para alcanzar el poder. Se utiliza el odio, tocando las fibras adecuadas, para conseguir poder», analiza Javier Traité.
El historiador cree que estamos viviendo un renacer totalitarista. «Los sistemas no funcionan, la gente lo ve. Nadie ofrece soluciones y todo se va al garete, no hay una respuesta común, es un sálvese quien pueda», detecta mientras recuerda que ahora nos echamos en la cabeza por la política migratoria de Trump pero las fotos de niños en jaulas son de la era Obama y aquí en España existen Centros de Internamientos de Extranjeros. Europa, mientras tanto, debate sobre campos de concentración en Libia y hace unos años pagó a Turquía para que contuviera a los refugiados sirios. Velasco también invita a una reflexión colectiva, una especie de examen de conciencia entre pensamientos y acciones. «Todavía tenemos un ideal, tanto en la Europa occidental como en EEUU, muy cultural, racial de nosotros mismos. Hemos aceptado sobre la letra a nivel de discurso, de la teoría, todas las tesis de interculturalidad, pero después nos seguimos imaginando como colectivos civilizatorios que tenemos en común ciertos principios religiosos, filosóficos e incluso raciales. Es verdad que la idea de una verdadera mezcla racial, de una interculturalidad, es algo que no llevamos bien, ese imaginario se activa fácil. Cuando hay un atentado yihadista en Europa, sí hay una respuesta común occidental, porque de algún modo se considera que viene de algo extraño, del otro, del bárbaro. Del mismo modo pasa en EEUU cuando produce más alarma un conato de atentado que un chaval que mate en un instituto. Sobre el papel, decimos que somos muy tolerantes con la diferencia, pero luego a la hora de la verdad, nos sigue resultando extraño».
Los elementos de un mensaje efectivo
La virulencia del lenguaje empleado contra los migrantes en los últimos meses no es casual. El miedo al diferente se abre paso como pilar del nuevo pacto social en sociedades emocionales y volubles. El experto en comunicación política Rafael Rubio considera que los mensajes lanzados activan a una parte de la población porque son presentes y sentimentales. «Tienen dos elementos que la comunicación moderna prima. El mal o la amenaza se ven inmediatos y reales y acaba calando un discurso del miedo que genera odio. No hay una amenaza tal, pero se alimenta desde el punto de vista comunicativo de forma permanente. La inmediatez de la información y la carga sentimental que tienen hace que el discurso de odio sea muy poderoso«. Los líderes políticos no crean mensajes de la nada, han detectado un caldo de cultivo más potente y extendido de lo que parece, opina Rubio. «Aquellos que tienen la necesidad de crear mayorías alternativas utilizan temas fuera de la oferta política tradicional. Te ahorran tener un programa, pero sí cuentas con una oferta transversal. Hay muchos temas que no son lo suficientemente importantes para que alguien cambie el voto, pero este tema del odio asociado a la inmigración acaba generando adhesión, no necesitan ofrecer más».
Velasco alerta del poder de este populismo conservador para generar adhesiones colectivas. «El mensaje emocional de protección, en estos contextos de crisis integral, cala. De algún modo, utilizan expectativas y emociones que están en la sociedad o las resignifican desde el punto de vista xenófobo». Ilustra con Marine Le Pen cómo se articula esta estrategia rentable electoralmente. “Ella va a las zonas mineras y obreras del norte de Francia, a comunidades desintegradas, gente educada en la protección, la seguridad, la cohesión… Llega y les dice que les da eso, pero solo para ellos, no para quien venga de fuera. Entonces reactivan esas emociones en la sociedad, que tienen que ver con el ansia de seguridad, y buscan un nuevo enemigo».
Además del impacto de los fenómenos virales y las noticias falsas, hay otros dos factores que ejercen actualmente influencia en las sociedades occidentales. Por un lado, un diálogo de sordos fruto de la fragmentación. «Dado el exceso informativo y la mercantilización, gran parte de la población empieza a alimentarse de aquello que le favorece. Esto acaba generando sociedades muy compartimentadas y polarizadas. Grupos fragmentados que no tienen más relación que la oposición y el odio. Todo esto genera que cualquier noticia pequeña acabe generando reacciones sentimentales, sobrerreacciones sin tener ninguna lógica ni ningún agarre a la realidad«, asegura Rubio, también doctor en Derecho Constitucional. Traité añade, a este peligro de deslumbrarse por las opiniones de círculos cerrados en redes sociales, el exceso de retórica. «Tenemos un concepto demasiado elevado de nuestra sociedad. El cacao final viene cuando descubres buenas personas con estos pensamientos, somos así de complejos. Mucha gente no piensa ni cree en lo que dice, pero se abona a lo políticamente incorrecto, a lo que hay que decir, a esa corriente anti-establishment. Cuando viene un tío que tiene poca moral, sale, se gusta, chulea, dice cosas políticamente incorrectas, la gente lo ve como rompedor y se siente más liberada para darle apoyo, y de ahí la volatilidad en las encuestas».
Xenofobia que también es aporofobia
Neologismo procedente de dos voces griegas, aporofobia fue elegida por la Fundéu palabra del año en 2017. Es el miedo, rechazo o aversión a los pobres. Infiere Xavier Traité que en el fondo de todo ese discurso totalitario se esconde una explotación muy eficiente del miedo que lleva a una batalla de pobres contra pobres. «Al inmigrante que viene de fuera ya le tienes ese miedo histórico y cultural, el diferente, el extranjero, el de las culturas que no conoces porque lo has distorsionado, no tenemos ni puñetera idea de la cultura de gente que vive a 600 kilómetros de nosotros. Entonces ya tienes esa base, y ahora te cuentan que vienen a delinquir, y tú te lo crees. Claro, algunos delinquen, igual que los españoles, y no les preocupa tanto. Además te dicen que te van a quitar el trabajo, que van a competir contigo, otro miedo tremendo con el paro de España. Vienen a violar, el punto de siempre patriarcal no puede faltar. Todos estos puntos tocan el tuétano de muchas personas, como han hecho con el terrorismo, es muy fácil. La gente lo cree, porque quiere seguridad, tranquilidad y estar con los conocidos y que no ocurra nada especial».
Gonzalo Velasco profundiza en esta idea. Buscan que exista un enemigo, un componente de amenaza, para nutrir ese mensaje de odio y explotar una falsa sensación de injusticia. La evolución de Salvini, aupado por el crecimiento en las encuestas, ejemplifica la liquidez de unos mensajes que aguantan muchas contradicciones. «El oido tradicional de La Liga Norte era el sur de Italia, una región muy pobre. Cuando se ha podido ampliar la base electoral, ese odio se ha extrapolado al exterior. El enemigo externo siempre debe existir. Esos mensajes detectan una cierta base social, una inquietud, tampoco son meras construcciones, saben tocar con las teclas sensibles de la sociedad. La lucha de pobres contra pobres es totalmente así. La persona italiana de un bajo estrato social tiene más en común con un inmigrante que con alguien que viva en Milán o en Turín. La condición social o la clase generan muy poca identidad hoy en día. La gente no se vincula por eso, se vincula por otros motivos», zanja.
Y cómo combatimos el odio
Europa afronta noqueada la irrupción de políticas xenófobas. La inmigración es el gran desafío de la UE tras la crisis económica, el reto que amenaza el proyecto común. Con Merkel en una situación de debilidad, Macron en una posición tibia y cada vez más gobiernos de corte conservador, el miedo vence a la solidaridad. El último Consejo Europeo endureció la postura común pese a la tozudez de los datos. Frente al millón de inmigrantes que llegaron en 2015 o los 250.000 de 2016, hasta julio de este año poco más de 50.000 han llamado a las puertas de Europa. La crisis política del viejo continente toma la inmigración como rehén en una deriva peligrosa de repliegue nacionalista. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿se quiere hacer frente a los totalitarismos?
«Con el tema de los nacionalismos y otras tantas cosas, nos estamos dando cuenta de que apelar solo a ese ideal ilustrado de personas que deliberan racionalmente y toman sus decisiones en base a una información objetiva, es cada vez más complejo. Los datos están ahí pero las motivaciones psicológicas conscientes e inconscientes tienen que ver con otros elementos. Hay que dar la doble batalla. Evidenciar los datos, enseñarlos bien, explicarlos, tienen fuerza si están bien enmarcados, pero no podemos olvidar esa otra parte, la emocional. Todos construimos nuestra vida en base a emociones, hay que jugar la batalla de ese lado y, en este caso, posiblemente la derecha intransigente ha estado jugando muy bien sin que nos demos cuenta hasta ahora», señala Velasco. Su opinión la comparte Rafa Rubio, los datos son fríos frente al relato. «La gente toma decisiones o construye su visión del mundo en torno a sus percepciones, no en torno a una realidad teórica o abstracta. En una situación donde la parte sensible pesa mucho, los datos parten en desventaja con el relato. Su peso hace que los datos sean inútiles y que solo sea posible hacer frente a esa ola de odio a través de contrarrelatos, a través de relatos que utilicen historias personales para contar lo contrario».
Traité ve prioritario reorientar los discursos. Por ejemplo, generar relatos en base a los estudios que demuestran que la inmigración es positiva frente al envejecimiento de Europa. «Para 2020-2030, Europa será el 5% de la población mundial. No vamos a pintar absolutamente nada. La inmigración es útil, pero tú la puedes integrar de dos maneras. Intentando crear discursos de crisol, oportunidades y crear proyectos hacia adelante o crear dos bloques de mano de obra barata que además se están ‘matando’ entre ellos. Unos por miedo, porque acaban de llegar y son deportados, y otros porque los rechazan. Es una jugada redonda». Rubio invita a ir a la raíz del problema. Estos discursos tienen una base social profunda que se lleva alimentando mucho tiempo, no es un problema momentáneo. «Tiene que haber una apuesta decidida por construir un relato en todos sus términos, no solo en la generación de contenidos, sino también en la distribución. En hacer un esfuerzo serio por mostrar esa realidad a mucha gente que no la conoce y no hemos hecho el esfuerzo de dar la batalla». Igualmente Velasco propone un trabajo a largo plazo en el imaginario colectivo, atacar la hegemonía cultural. «Tanto los partidos, como los medios o las productoras de ficción tienen que cambiar los roles que le dan a los inmigrantes. Esa es la vía, necesita tiempo, pero va calando y seguramente las nuevas generaciones no tengan ese reparo y no sean tan vulnerables a ese relato supremacista», concluye esperanzado.
FUENTE: CADENASER