Cuando se dice que el PSOE se parece a España se dice una gran verdad. Uno, el PSOE, y otra, España, han de pasar media vida preguntándose qué son, qué no son, qué les define, siempre bajo la severa vigilancia del tribunal de la ortodoxia patria

 

En Italia el centro izquierda se viene abajo. Renzi dimitió. El año pasado los socialistas fueron barridos en Francia, y en prácticamente todo Europa se han deshinchado o desvanecido. En Alemania han tenido que asumir su condición subalterna, con asiento en el sidecar de la moto de Angela Merkel, y conformarse con impregnar con su pensamiento a un vencedor conservador. ¿Es este el papel al que va a quedar relegado el pensamiento socialdemócrata? ¿A fuerza impregnadora? ¿A tinte ideológico con el que matizar un color dominante ajeno? ¿Algo así como los partidos verdes, que no alcanzan el poder y han de conformarse con filtrar algunas de sus ideas en los programas de los que mandan? Portugal es la excepción, tan próxima como mal conocida. ¿Y en España? En España el PSOE mantiene su protagonismo con áreas tan destacadas como Andalucía, y tiene mérito, porque además de la confusión general de toda la socialdemocracia europea, el PSOE padece el plus agotador derivado de su españolidad. Cuando se dice que el PSOE se parece a España se dice una gran verdad. Uno, el PSOE, y otra, España, han de pasar media vida preguntándose qué son, qué no son, qué les define, qué deben hacer para no traicionar su esencia, siempre bajo la severa vigilancia del tribunal de la ortodoxia patria, mientras que el pensamiento conservador o liberal no se devana los sesos: es una tabla de surf, requiere, eso sí, habilidad y determinación para mantenerse en la cresta de la ola.

En la jungla de la sociedad actual, inclemente y simplificadora, se impone el marketing de la geometría política, y en ella, las derechas son vistas como la línea recta; los populismos, como el atajo; las izquierdas, como el laberinto.
 

 

 

 

FUENTE: CADENASER