Uno de los aciertos estratégicos de los impulsores del procés, detrás del cual están, nadie debe engañarse, grandes empresarios catalanes que financian la fiesta sin aparecer en los papeles, fue la de mantener bajo control a los sectores más radicales, conectados con la tradición anarquista y violenta en Cataluña. Hasta que el juez Pablo Llarena puso al descubierto -en un auto de lectura obligatoria para entender lo que ha pasado estos años- la estrategia de tirar la piedra de la violencia y esconder la mano emprendida por la élite independentista, la cínica apelación al pacifismo y la no violencia han sido una constante entre los secesionistas, hasta el punto de utilizar grosera y espuriamente para sus fines figuras como Gandhi o Rosa Parks. Los líderes del intento de golpe, incluidos los que como Oriol Junqueras o Joaquim Forn hacen ante el juez alarde de su fervor religioso, como si eso fuera un salvoconducto para eludir la acusación de rebelión, se dedicaron en realidad, como describe el magistrado, a utilizar el «poderío de la masa» para tratar de que «el Estado de derecho se rindiera». Pero con la precaución de intentar ponerse a salvo de las consecuencias jurídicas de la presión violenta inducida.

Esa manipulación de la masa radical por parte del independentismo no es nueva. Desde finales del XIX hasta la Guerra Civil, en Cataluña, y en Barcelona en particular, se desarrolló el mayor movimiento anarquista de Europa. Su germen no estuvo en el independentismo, sino en la llegada masiva de obreros de otras zonas de España, a los que esa oligarquía catalana sometió a condiciones laborales durísimas. Y, sin embargo, el independentismo, por medio de la demagogia, se atrajo el apoyo del anarquismo, que votó en masa a ERC en las municipales de abril de 1931, germen de la Segunda República.

Todo el procés ha sido un nuevo intento de la élite independentista catalana de manipular a las masas con falsas promesas de prosperidad y con la recreación del mito de una España como enemigo que saquea y somete a Cataluña. El fracaso del golpe y la vergonzosa desbandada de sus líderes ha arrebatado sin embargo a ese secesionismo de salón el control de los sectores independentistas más radicales que ellos mismos han alimentado y manipulado, y que amenazan ahora con una escalada de violencia explícita en Cataluña a partir de mañana martes que en nada va a beneficiar a quienes pretenden escapar de la acción de la Justicia en España, en Suiza y en Alemania, defendiendo la tergiversadora tesis de que el procés independentista catalán ha sido un movimiento pacifista que se ha visto aplastado por la violencia del Estado español.

El resultado de todo ello es que vamos a asistir a una borrokización del procés, con crecientes episodios de violencia en las calles protagonizados por las juventudes de la CUP y los Comités de Defensa de la República que van a elevar enormemente la tensión en Cataluña. Lo que queda por ver es si el independentismo falsamente pacifista de Puigdemont y Junqueras está dispuesto a desvincularse de esa violencia callejera o si jugará a lo que ya patentó el PNV con el cuento de que unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces.

 El PP duda si el PNV va de farol o acabará pactando

Situados al borde del abismo, el Gobierno y el PP se dividen ahora entre quienes aseguran que el PNV juega de farol y que, a pesar de sus amenazas, acabará pactando para apoyar los Presupuestos del Estado para el 2018 a cambio de una suculenta oferta de financiación de infraestructuras en el País Vasco y quienes consideran que los nacionalistas vascos preferirán optar por la unidad de acción con los independentistas catalanes, negándose a negociar siquiera con el Gobierno, como aseguran, mientras no se levante el artículo 155 en Cataluña. De cuál de los grupos acabe teniendo razón en el PP depende el futuro de la legislatura. Por ahora, ganan los que, como Rajoy, creen que el PNV va de farol.

El fantasma del guerrismo pone en aprietos a Sánchez

La comisión del Congreso sobre el modelo territorial, impulsada por el PSOE como una estrategia para forzar al PP a sumarse al consenso en torno a la necesidad de una reforma de la Constitución para tratar de solucionar el problema catalán, se está volviendo en contra del propio PSOE. La decisión de Ciudadanos de llamar a comparecer en la comisión a santones del socialismo totalmente opuestos a la estrategia de Pedro Sánchez, como Alfonso Guerra, Juan Carlos Rodríguez Ibarra o José Bono, y el veto de la dirección socialista a esas comparecencias solo ha servido para acrecentar la sensación de división en el partido y para recordar la debilidad del propio Sánchez.

El silencio de Rajoy juega en contra de Cifuentes

El tiempo transcurrido sin que Mariano Rajoy haya dicho una sola palabra sobre el polémico máster y al trabajo de fin de curso de Cristina Cifuentes que no aparece, pese a los intentos de la prensa por obligarlo a pronunciarse, juega en contra de la presienta de la Comunidad de Madrid. Preguntados por ello, líderes del PP apuestan a que, a pesar de que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, puso las dos manos en el fuego por ella, Rajoy acabará aplicando su implacable doctrina, que consiste en que si un líder popular se ve en apuros, acabe quitándose de en medio sin necesidad de que él dé un golpe en la mesa. Así ocurrió con Camps, Soria y hasta con la difunta Rita Barberá.

 
 
 
 
 
FUENTE: LAVOZDEGALICIA