FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN

 

No tardará mucho Pablo Casado en comprobar como la elección de Moreno Bonilla es un enorme espejismo político. Son, por el contrario, sus dos socios de gobierno, Albert Rivera y Santiago Abascal, quienes se han apuntado la reconquista de la Junta de Andalucía, por decirlo con la muy nítida y expresiva terminología  de Vox. Por fin, el Partido Popular consigue barrer el gran feudo del PSOE, después de haberlo intentado infructuosamente durante más de tres décadas, pero a un precio altamente costoso para Génova. Son las amistades peligrosas las que han hecho a Moreno Bonilla rey por un día.

Imposible un gobierno más provisional que el que  hoy va a formar Moreno Bonilla. En cuanto desaloje a Susana Díaz, finalizará la mayoría parlamentaria sobre la que se va a sostener el presidente pepero. Cumplir con dos pactos simultáneos, los firmados con Rivera y Abascal, va a serle tan complicado como sentarse sobre las dos sillas de Ciudadanos y Vox.  Justo por ello, nace pendiente del resultado de las triples elecciones del superdomingo 26 de mayo, que bien podrían ser las de su fecha de caducidad.

Albert Rivera y Santiago Abascal preparan el reparto de la túnica manchada de Pablo Casado. La mitad del PP para Vox , la otra mitad para Ciudadanos. Abascal lo necesita tanto como Rivera. El primero para poder alinear a Vox con las restantes formaciones de la derecha populista europea, el segundo para pactar con el PSOE en igualdad de condiciones tras las elecciones generales, en la que todos los partidos estarán muy lejos de lograr la mayoría absoluta. Esta pinza que hoy agarrota Casado, cuesta entender su desenfrenada alegría,  es ya el primer paso para una recomposición de toda la derecha.

Desde Galicia y Euskadi, Alberto Feijóo y Alfonso Alonso, advierten sobre el peligro de cabalgar un tigre, a la vez que todos los sondeos muestran un descenso del PP y un ascenso de Ciudadanos y Vox.Parte de los dirigentes del PP expresan su inquietud por la errática línea de Casado, amplios sectores de su base electoral buscan su identidad perdida en Rivera o Abascal. Máxime cuando el actual líder del PP habla como el de  Vox. Sevilla ha sido  un ejemplo elocuente de como el PP, sin política propia, se apoya los lunes, miércoles y viernes en Vox y los martes, jueves y sábados en Ciudadanos.

El Partido Popular, que nació del reparto de UCD entre AP y el PSOE, puede acabar muriendo al poder ser dividido entre Vox y Ciudadanos. Quien a hierro mata a hierro muere o, como en este caso, puede morir. Como fuerza política relevante, por supuesto, sin que esta probable muerte suponga que pase ya al basurero de la historia, donde merecería estar por su amplio historial delictivo. Como ocurrió con Unión de Centro Democrático, hoy en el PP unos se sienten atraídos por  Santiago Abascal y los restantes por Rivera. Con la agravante de que a Pablo Casado le falta tanto liderazgo como le sobra a  Albert Rivera o Santiago Abascal.

Pero el problema del PP trasciende la frágil personalidad política de Pablo Casado y entronca con el hecho objetivo de que la respuesta populista a la creciente crisis social española está cambiando de adjetivo. Ya no es de izquierda, sino de derecha. Si se dijo que la existencia de Podemos impedía hoy en España una oferta política de la derecha populista, cabe preguntarse sobre las causas profundas de la irrupción de Vox . Probablemente, son las mismas que han llevado al estancamiento de los morados. En el pecado va la penitencia, porque cuando una grave crisis como la que vive hoy la sociedad española no encuentra una salida progresista acaba siempre encontrando una salida reaccionaria.