ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR
Iba Pablo Iglesias cabalgando hacia Damasco cuando oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?” Derribado por esa voz portentosa cayó a tierra desde su montura al suelo, y preguntó: “¿Quién eres?” La voz celestial dijo: “Soy la Constitución, a quien tú persigues”. Sudoroso y temblando, vio una Constitución en sus manos y dijo: “¿Qué quieres que haga?”. Dijo la voz: “Ve al debate de TVE, y en mi nombre, con la Constitución en tus manos proclama sus verdades ante gentiles, reyes e hijos de Israel”. Esta fue la milagrosa conversión de Pablo Iglesias, aquel que inventó otrora el populismo español más salvaje y el frente popular contra “el régimen del 78”. Hace unos días, durante las Elecciones Generales, se consumó ese prodigio. Saulo se transfiguró en Pablo. Murió el “hooligan” del independentismo que gritaba: “Visca Catalunya, lliure y soberana”, y nació un virtuoso Apóstol Constitucionalista.
Creía ingenuamente que ya lo había visto y oído todo hasta esa noche prodigiosa. Pero no. “Cosas veredes Cid que faran fablar las piedras”, dicen que dice el Romancero del Cid. Y no crean que el populismo solo es exclusivo de España, porque ahora les hablaré de Europa, y comprobarán que no es una borrasca, sino un auténtico tsunami.
El cómico Voldimir Zelenski, con el 73% de votos a su favor, acaba de derrocar al anterior Presidente de Ucrania Petro Poroshenko. Esto de votar a los payasos va en serio en todo el mundo desde 1981 en que el payaso Coluche se presentó desnudo y un lazo con la bandera francesa en sus genitales; la actriz porno Cicciolina, que hizo algo parecido en la Italia de 1981, y después apareció Beppe Grillo. Dentro de 15 días votaremos en las Elecciones Europeas. Europa es el epicentro del tsunami devastador donde reinan los populistas Salvini, Le Pen, Farage y Janos Ader, líderes de Italia, Francia, Reino Unido y Hungría. Abriendo más el abanico aparecerán Trump en EEUU y Bolsonaro en Brasil.
El populismo también está de moda en España. Primero llegó Podemos y después Vox. Son dos corrientes políticas gemelas con vocación incendiaria ambas y tea dispuesta para prender la democracia, predispuesta a arder. Todo ha sucedido vertiginosamente. El 15 M escenificó el hartazgo justo y explosivo de los indignados. Llegaron grupos políticos marginales de extrema izquierda después y los sodomizaron enarbolando arcaicas banderas bolcheviques alcanforadas.
En el otro extremo está Vox aglutinando un movimiento radical de derechas que recoge a manos llenas los votos de un PP sin pulso e incapaz de borrar su pasado. Vox solo es un movimiento de ultraderecha, que no es poco, pero tampoco es el demonio en que quieren convertirlo sus rivales. Sus votantes son los mismos del PP, muy, pero muy cabreados, y todo quedaría ahí si pudiéramos olvidarnos de sus propuestas sobre pistolas o muros pagados por Marruecos, que son las mismas “boutades” de Trump.
Es el hartazgo ciudadano, la radicalización que reina hoy en todo el mundo. Sin ir más lejos ahí está Francia con un clima urbano prebélico protagonizado por los “chalecos amarillos”. Todo arrancó con la gran recesión económica de 2008 y una izquierda enmudecida que propició el nacimiento de izquierdas y derechas extremas que adoptaron el populismo como método de acción.
En “Reflexión”, mi último artículo, clamaba por la formación de un bloque constitucionalista para España. Hoy hago lo mismo pidiendo un bloque europeísta promovido desde España en defensa de Europa. No puedo silenciar mis ideales centristas. Sin centro la democracia colapsa y la radicalidad amplía sus matices fascistas erosionando la capacidad de consenso de las sociedades abiertas.
Pocas veces los españoles han mostrado tan claramente su voluntad como en estas elecciones. Han dado a socialdemócratas y liberales una mayoría absoluta sobradamente abrumadora haciendo innecesarios los votos de los nacionalistas, independentistas y podemitas. Esa es la esencia del bloque constitucionalista que proponía como idóneo para el bien de Europa y España. Pero no prosperará. Lo obstaculiza la demagogia; los intereses partidistas; la inquina personal entre Sánchez y Rivera y otros intereses ajenos al interés común. La historia los juzgará.
Este año celebramos el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín y todo lo que simbolizó. En nombre de sus ideales de libertad, prosperidad y paz para Europa, lo ideal sería apoyar los pilares ideológicos que los fraguaron, representados por la socialdemocracia y el liberalismo. Europa y todo lo que trajo la caída del Muro están en peligro si los ciudadanos no van a votar. Si usted no va a votar.
Según las estimaciones que manejo, la abstención puede ser del 60% de los europeos. Solo votarán el 40%, y de ese reducido porcentaje, la cuarta parte votará a partidos populistas y eurohostiles. Solo voces violentas y agresivas, para afrontar los grandes problemas del Brexit; la inestabilidad provocada por algunos países miembros contra la propia Unión; globalización; movimientos migratorios gigantescos; cambio climático; transformaciones tecnológicas y paro.
Mintiendo cínicamente y sirviéndose del nombre del pueblo, élites políticas y sindicales están abortando la solución constitucionalista que yo sí quiero para España y Europa, evitando la destrucción anunciada por los populismos. En 1882, Ibsen publicó “Un enemigo del pueblo”. Han pasado 137 años y el argumento parece el de hoy mismo. El doctor Stockmann descubre una bacteria muy tóxica en el balneario de una aldea noruega y lo denuncia. Todos los poderes fácticos hablaron en nombre del pueblo, manipulando los resultados convertidos en aberrantes en defensa de sus propios intereses.
Hoy ocurre lo mismo que ayer, pero no refiriéndonos a una pequeña aldea, como la noruega de Ibsen, sino a todo el mundo convertido en aldea global, según nos enseñó el mítico Marsall McLuhan, el de “ el medio es el mensaje “ y al que conocí personalmente en las Jornadas Internacionales de la Radio, en la Barcelona de 1975. “Pero esa es otra historia”, como dijo el camarero de la parisina taberna “Chez Moustache” al final de la película “Irma la dulce”, de Billy Wilder.