DURANTE los cien días de estado de alarma, Pedro Sánchez no dejó de presentarse ante los ciudadanos en extensas comparecencias televisivas. Cada fin de semana, y en ocasiones también en días laborables, el presidente se asomaba a los hogares convertidos en refugios de los que apenas se podía salir. Como en épocas pasadas, tocaba arremolinarse ante el televisor para atisbar si las cifras de hospitalizados y fallecidos daban algún respiro o si el discurso presidencial contenía algún valioso anuncio para el devenir de nuestras vidas: ¿podrían salir los niños?, ¿ir a correr?, ¿había que ponerse mascarilla? Su última alocución fue seguida por más de diez millones de espectadores. Para entendernos, casi como un partido entre el Barça y el Madrid de los de antes. A pesar del miedo, de los errores, de las críticas y del malestar que atenazaban a la población, las encuestas reflejaban que los niveles de respaldo electoral a Sánchez se habían mantenido. Ante una crisis sanitaria de semejante envergadura, parecía que el descontento de los ciudadanos se cebaría en el presidente. No fue así. En los momentos de emergencia, cuando la incertidumbre se apodera de la gente, la tendencia natural es aferrarse al poder que en ese momento representa una guía. Pero ese idilio dura poco.

En la Moncloa tenían claro que Sánchez debía liderar las medidas frente al virus por más que los presidentes autonómicos reclamaran tomar las decisiones. La reflexión era sencilla: si se le iba responsabilizar igualmente de todo lo que saliera mal, fuera la compra de material o la escasez de PCR, lo mejor era que se arrogara el mando, confiando en que del infierno solo se podía evolucionar a mejor. La situación ha cambiado y ahora son las autonomías las que gestionan el día a día de la epidemia, asumiendo el desgaste de los rebrotes y el creciente hastío de la población. Sin embargo, no es la emergencia sanitaria lo que amenaza al Ejecutivo de Sánchez, sino sus consecuencias económicas, enmarcadas en un clima político enardecido por la crisis institucional (desde la territorial hasta la monarquía). Para Sánchez, lo peor viene ahora, conforme las penurias y estrecheces se extiendan como una mancha de aceite por pueblos y ciudades, y ninguna comparecencia televisiva pueda dar esperanza a la gente.