¿Estamos en buenas manos? Fernando López Miras es un político joven, de nueva generación, pero por lo visto hasta ahora no ha emitido claves que adviertan del verdadero nuevo panorama que se nos viene encima

 se trata de exigir que nuestros gobernantes sean filósofos, pero quizá el precedente juvenil de cerrar ciertos bares de Lorca cantando el Cara al Sol no sea el perfil más adecuado para empezar a entender un complejo siglo XXI lastrado por las amenazas víricas.

Atención, pregunta: ¿pondría usted su vida en manos de Fernando López Miras? Pregunta retórica, pues se supone que la respuesta es no. Pero hay otra no tan dramática que también pone los pelos de punta: ¿Pondría usted su hacienda en manos del actual presidente de la Comunidad? No otra vez, claro. Sin embargo, en este momento nos estamos jugando todos, no metafórica sino literalmente, las vidas y las haciendas. Y en tales circunstancias, quien lleva la batuta de las decisiones sanitarias, políticas, administrativas, económicas y sociales es el mencionado. ¿Estamos en buenas manos?

Sabemos que la respuesta es inevitablemente un nuevo no, pero antes de darla por definitiva conviene hacer un pequeño rodeo. Porque las preguntas alternativas a las anteriores podrían derivarse hacia el presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez, que en esta función se está convirtiendo en el payaso de las bofetadas, y no sin mérito en algunos aspectos de su gestión. Si no nos dejamos atrapar por este dilema, tal vez podríamos caer en la cuenta de a lo que ha llevado que el ministerio de Sanidad se convirtiera en una ‘maría’, un departamento sin apenas competencias, estructura y presupuesto y que toda la carga de la orientación política y de la gestión de la salud recayera en las Comunidades autónomas, esas que ahora muestran su impotencia señalando acusadoramente a una Administración central a la que siempre han querido dejar seca en cuanto a capacidad de decisiones radiales.

Ejemplo: ¿cómo es que López Miras presume de que su Gobierno es el principal proveedor de guantes y mascarillas respecto al central, pero sea a la vez el último de España en cuanto a disposición de tests de diagnóstico, que según su partido es lo esencial, de modo que esto sería responsabilidad del central? ¿A qué se está jugando aquí? Alguien podría replicarle: si tanto presumes de provisionarte de mascarillas ¿cómo es que no lo haces de tests? Porque ¿en qué reglamento está escrito que las mascarillas son competencia del Gobierno regional y los tests del central? De lo que no hay duda alguna es de que las competencias de Sanidad son autonómicas, de modo que López Miras es el primer responsable. De absolutamente todo.

Quienes trasladan al Gobierno central la falta de recursos sanitarios en el intento de salvar a López Miras hacen un flaco favor al presidente murciano, pues desdeñan la capacidad política que le ha sido encomendada. Es como si dijeran: vale, sí, López Miras es el responsable de la Sanidad, pero a la hora de la verdad reclamo al Gobierno central, aunque éste me decepcione. No te decepciona el que tiene la competencia, sino quien la ha transferido. Debería ser humillante: tienes un cargo, y cuando te toca ejercerlo, le piden explicaciones a otro porque de ti se supone que no das para más. Y encima, vas y te sumas a tus ninguneadores.

Esta tirantez es absurda, y los ciudadanos no deberíamos secundarla, porque forma parte del agip-prop político que en nada considera a las personas sino como futuros votantes previamente adiestrados.

En el fondo, lo que está germinando en la sociedad rebasa todo cálculo político proveniente de los estrategas políticas de uno y otro lado, ya que en una circunstancia extraordinaria están reaccionando con tics demasiado convencionales, previsibles y cortoplacistas. Al inicio de todas sus intervenciones públicas, López Miras proclama su lealtad al Gobierno central, a veces hasta con énfasis. Pero en el punto y aparte inicia una enmienda a la totalidad, incluso en los casos en que Moncloa acaba refrendando supuestos suyos. La lealtad y la oposición ligan un alioli indigesto, en el que la lealtad pierde sabor en favor de una intensa refutación apriorística. Nunca se sabe si las medidas de confinamiento son demasiado extremas o excesivamente relajadas, si la desescalada es tímida o prematura, si las indicaciones son confusas, tardías o improvisadas. Haga lo que haga el Gobierno central lo hace mal, aunque haga lo que ha sugerido previamente el Gobierno regional. A esto hay que añadir que el PP, desde Génova, no avala ni siquiera lo que en Murcia López Miras tal vez pudiera admitir como apropiado.

A esto hay que sumar la actitud. Pablo Casado reprocha a Sánchez la misma displicencia en el ámbito nacional que el socialista Diego Conesa recibe de López Miras en el regional, de modo que el espectador percibe que no se trata de una ley de partidos, sino de partidos en el poder. El que lo ostenta se desenvuelve a distancia del oponente, sin el más mínimo gesto de ejemplaridad aun cuando manejen constantemente el término diálogo.

Lo peor de López Miras es que sigue una senda antigua, clausurada de facto por la irrupción de la crisis sanitario-política del coronavirus. No ha percibido que la manera de singularizarse no consiste en agudizar el instinto de supervivencia trasladando a la oposición sus propias debilidades, pues al personal este pulso paródico de la competencia entre clubes futbolísticos ya le resbala. No es la hora de políticos politiqueros. Ese capítulo de la serie ya está visto y amortizado. Vienen nuevos tiempos. Ahora es de verdad. Y, en apariencia, serán terribles. Se necesitan, pues, políticos que sepan interpretar el medio y, si es posible, el largo plazo y que intenten convencernos de que la ‘nueva normalidad’ puede consistir (no hay mal que por bien no venga) en una experiencia dura, pero feliz, transformadora. ¿Hay alguien ahí?

Desde luego, López Miras no está al aparato. Está en su guerra con Sánchez, haciendo el papelito del presidente autonómico que refrenda la política de acoso del impaciente Casado con el falso testimonio de su experiencia. Es un político joven, de nueva generación, pero por lo visto hasta ahora no ha emitido claves que adviertan del verdadero nuevo panorama que se nos viene encima. No se trata de exigir que nuestros gobernantes sean filósofos, pero quizá el precedente juvenil de cerrar ciertos bares de Lorca cantando el Cara al Sol no sea el perfil más adecuado para empezar a entender un complejo siglo XXI lastrado por las amenazas víricas. Hay que tomar un detalle: un tipo que se sube el sueldo en el mismo instante en que la Región que gobierna queda cancerada por una inundación de Ertes no es de fiar. Parece una tontería, pero en circunstancias extremas las tonterías adquieren la consideración de categorías. Hay algo de desprecio a la gente corriente en ese gesto.

El problema real que a todos nos atañe supera a López Miras, que ha perdido la oportunidad de detectarlo. O si lo ha hecho, se lo calla, sin entender que ya no hay espacio para lo políticamente correcto. El político de nuestro tiempo, del signo partidista que sea, será el que nos diga la verdad.

En nuestro contexto, la verdad es que la Región de Murcia es inviable como tal. Lo era antes de la crisis del coronavirus, pero con ésta ya es una evidencia palpable. Al día de hoy, la única solución de futuro consistiría en cerrar todas las consejerías, menos Sanidad y Educación, las únicas tablas de salvación para el futuro. La murciana es una Administración falsa, mastodóntica, conducida a una deuda progresiva e impagable (es curioso que éste sea el reproche de Casado al multiministralismo de Sánchez cuando en la Región de Murcia el aparato político se come la gran tarta presupuestaria), en la que ya no habrá lugar para el simulacro. Esta crisis requiere una salida, pero de ella se habrá de derivar un cambio profundo y estructural. En teoría, dados los datos que se aproximan, ese cambio podría ser horroroso, pero nos faltan los políticos que sean capaces de domesticarlo y abrir una nueva oportunidad. ¿Dónde están esos políticos? Haciendo politiquería, como López Miras.

La Región, en la perspectiva inmediata, volverá a depender casi en exclusiva del sector agroalimentario, que porcentualmente es pequeño, pero cuenta con grandes derivaciones en el transporte, las exportaciones e industrias paralelas. Al turismo habrá que decirle adiós, de momento, cosa trágica, pero sobre todo para el Gobierno, que había concebido este departamento sustancialmente como un instrumento de propaganda propia desde el que subvencionar a agentes de difusión, premiando a los buenos y castigando a los malos, entendiendo por unos y por otros a los que le bailan o no el agua, una política instrumentada con mano de hierro por la secretaria general de Presidencia, Mar Moreno, con poderes plenipotenciarios sobre la propia consejera de Turismo, en parálisis política permanente.

La gran paradoja para el presidente que se presentó a las elecciones proclamando un nuevo estado de libertad (en su concepción, la progresiva privatización de la educación y la sanidad) es que toda la estructura que gestiona dependerá a partir de ahora, más que nunca, del Estado benefactor, que se habrá de hacer cargo del fortalecimiento del sistema de servios públicos esenciales y hasta del mantenimiento de una gran parte del empleo privado. Produce vergüenza ajena contemplar al adalid del liberalismo reclamando a todas horas el socorro del Estado sin reparar en la contradicción.

Mientras tanto, el Gobierno regional prorroga a dedo el contrato a la productora amiga Secuoya para le gestión de la TeleMiras (la falsa televisión pública), incluso a pesar de que el propio presidente, en su día secretario general de Hacienda, otorgó a esa empresa un polémico contrato en cuyas cláusulas se contemplaba que era improrrogable. Si era improrrogable ¿cómo es que lo han prorrogado? Se basan en la excepcionalidad del estado de alarma, pero no se les ha ocurrido descontar del presupuesto que, precisamente por dicha circunstancia, La7 se ha ahorrado la retransmisión de las procesiones de Semana Santa, Fiestas de Primavera o Caballos del Vino al llenar horas y horas de programación con enlatados del pasado año. ¿Cuánta pasta es esto?

Del concurso del servicio de ambulancias del SMS ya está todo dicho: la empresa concesionaria, otra amiga del Gobierno, no puede cumplir lo que prometió, pero le mantienen el contrato con la prestación de las empresas que fueron desbancadas por su proyecto inconcluso. ¿Se habrá visto alguna vez una actitud de cinismo político-administrativo más espectacular? Le dan la concesión a una empresa que desaloja a otras, las cuales, a partir de ese momento, trabajan para la nueva y, obviamente, con las mismas bases del servicio que mantenían, no con las que ofrecía la nueva contratista. Es de coña.

Nos estamos jugando la vida y la hacienda, pero estos gobernantes están ocupados, y a las pruebas me remito, en las suyas propias. En esas manos estamos.

ANGEL MONTIEL