Han bastado setenta y dos horas para que La Tribuna de Cartagena, ¡que ni siquiera ha comenzado su andadura como periódico digital!, y con una de sus primeras noticias publicadas (todavía, en su hermana mayor, La Tribuna del País Vasco), produjera un auténtico terremoto periodístico en esta ciudad y provocara una sacudida de la que no se ha librado ni la ciudadanía en general, ni ninguno de los políticos. Y lo que es mucho más grave, para que dejásemos con el culo al aire a la totalidad de prensa (escrita, televisiva y radiofónica) que cubre la información de esta trimilenaria ciudad desde hace décadas. Porque los que se apresuraron a negar nuestras informaciones respecto a lo que estaba pasando, desde la Delegación del Gobierno, desde el Gobierno de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia y desde el Partido Popular de Cartagena (a través de vergonzosas notas de prensa, prácticamente idénticas y evidentemente redactadas por la misma persona, que no sé de cuál de los tres organismos percibirá su sueldo) resultó ser cierto: se había producido una reunión al más alto nivel en Cartagena, donde –digan lo que digan- se sigue pretendiendo instalar el centro de acogida de inmigrantes más grande de Europa, se habían visitado las instalaciones donde pretende ubicarse y tenemos todas las pruebas de cuanto afirmamos.

Y de momento, del verbo dimitir no he escuchado ni una sola palabra a ninguno de los políticos a los que hemos dejado “con el culo al aire”.
Luego estuvieron los otros políticos, los que algo mandan pero poco, los que no sabían nada (la alcaldía, su partido el PSOE y el Movimiento Ciudadano), que emitían sus particulares comunicados notificando desconocer la información (que, hasta ahí, me parece correcto, si es que era cierto que carecían de más datos).

Y finalmente aparecieron los repartidores de credenciales periodísticas, los catedráticos de ciencias de la información en sus ratos libres, la señora alcaldesa y su jefe de gabinete.

La primera edil, la máxima representante de una ciudad de 220.000 habitantes, con media sonrisa, se despachaba diciendo “que ella sólo atendía las informaciones de la prensa seria” y el otro payo, su fiel e inútil escudero que, atrincherado desde el cómodo despacho de la jefatura del gabinete de la alcaldía, en el modernista Palacio Consistorial, se atrevía a publicar en redes sociales: “Hoy se ha publicado un bulo que ha tratado de generar alarma social a costa de los más débiles”.

Pues ya ve, doña Ana Belén Castejón, que lo que usted llama prensa seria, es decir, aquella que le ríe las gracias, la que acude disciplinada a todas sus ruedas de prensa, la que le sigue en todos sus actos durante cada día y le fotografía diariamente como si fuera una estrella de Hollywood (que deben tener suficientes fotos suyas como para llenar varios tomos de álbumes), esa prensa, señora alcaldesa, no se enteró de nada. ¿Y sabe usted por qué no se enteró de nada su admirada “prensa seria”? Porque, tristemente, el periodismo, en esta ciudad y en esta Comunidad Autónoma, ha perdido definitivamente su sitio. Y eso se lo dice un recién llegado. Y ni imaginan lo que me duele realizar esta sentencia sobre una profesión a la que amo, pero así ha quedado demostrado los últimos tres días.

¿Cómo puede, por ejemplo, la directora de un medio de comunicación de Cartagena, sin más, afirmar que lo que publicábamos era una farsa?, ¿por su intuición?, ¿por su desarrollado olfato periodístico?; ¿Cómo puede, uno de los dos periódicos legendarios de la Comunidad Autónoma, no hacerse si quiera eco de la información que estábamos ofreciendo pese a la extraordinaria importancia del asunto y la gran difusión social que estaba teniendo?; ¿Cómo puede, el otro de los periódicos de siempre, publicar que la noticia no era cierta, habiendo consultado sólo a uno de los dos ministerios implicados? Además, ¿por qué creer a pies juntillas los desmentidos de alcaldes, portavoces de gobiernos regionales, delegados del gobierno o ministros que acostumbran a mentir más que hablan? ¿Por qué no conceder una brecha de duda, un mínimo margen de confianza en la información que pueda obrar en poder de los compañeros de la competencia? Y la respuesta es clara: por comodidad y por prepotencia, por cubrir el expediente dando por bueno aquello que afirman los que mandan y por ser incapaces de aceptar, que un recién llegado, les meta un gol por toda la escuadra.

Debo reconocer que he sentido bochorno por la actitud de mis compañeros y que he echado a faltar, incluso, alguna llamada telefónica de alguno, (y de alguna) aunque no fuera ni para darme ánimo por la que nos estaba cayendo, aunque sólo lo hiciera para intentar sacarme algo de información.

Y así, nuestro reportero, Marcos Larrazábal, un recién llegado a Cartagena, que por no conocer no sabe ni ir caminando desde el Arsenal hasta la plaza de España, ha obtenido una información que otros no han sabido o no han querido conocer. Y si quieren aprender cómo se consigue eso se lo explico: trabajando, trabajando más que los otros, trabajando mucho y trabajando de un modo completamente distinto a como lo hace el resto de mis queridos compañeros de la prensa de esta ciudad. Aquí, el periodismo, se ha reducido a la presencia constante de redactores en una rueda de prensa tras otra, que prácticamente completan sus mal pagadas jornadas laborales y a los que sólo les resta el tiempo suficiente para llegar a sus respectivas redacciones a escribir aquello que los políticos de turno les han contado.

Y eso no es hacer periodismo: eso es ser los voceros de los políticos, eso es ser contadores de las historias que otros quieren que cuentes, eso es, en definitiva y en román paladino, “hacerles el culo gordo a los que mandan”.

Si la alcaldía, los grupos municipales o la asociación por la defensa del derecho a jugar al dominó, en lo sucesivo, pretenden que publiquemos una noticia, (al menos, mientras sea yo quien dirige este naciente proyecto de La Tribuna de Cartagena) que nos envíen una nota de prensa: me niego a pagar el salario a mis redactores por pasarse el día haciendo pasillos por el Palacio Consistorial o por la Asamblea Regional. Esas informaciones las envían los gabinetes de prensa de los partidos y, además, aparecen publicadas en los teletipos de agencia. Y, casi siempre, son autobombo de los unos y los otros, nada que de verdad sea del interés del ciudadano.

A esa directora de un medio de Cartagena, en lugar de negar tajantemente aquello que desconocía, se me ocurre, por ejemplo, que podía haber puesto a trabajar a su redacción, enviar a sus periodistas a Iberdrola para intentar saber si se había solicitado una ampliación de la potencia eléctrica contratada en el Hospital Naval, o a Telefónica para intentar conocer si se había producido una ampliación del número de líneas de teléfono, o al propio Hospital para intentar sacar alguna información a los vigilantes de seguridad… No sé, lo normal que haría cualquier redactor que conoce y disfruta de su oficio, lo que haría cualquier periodista que pretende saber si es cierto o no lo publicado por la competencia.

Y qué decir de esos puestos de asesores tan bien pagados y con un título que queda estupendo en las tarjetas de visita: “Jefe del Gabinete de la alcaldía”. ¿Cuánto cobra al mes este cantamañanas por un trabajo que no sabe hacer? Si no fuiste capaz de enterarte de que pretenden poner en la ciudad el mayor centro de acogida de inmigrantes de Europa, al menos, cállate esa boca y no te atrevas a difamar a quienes, a diferencia tuya, sí se ganan sobradamente su salario que, por cierto, no sale del dinero de todos los ciudadanos como el tuyo.

Acabamos de llegar. La Tribuna de Cartagena estará en la calle el uno de septiembre y ya hemos sentado las bases de qué tipo de periodismo pensamos hacer, aquel que de verdad interesa al ciudadano, aquel que busca descubrir historias ocultas para contarlas, aquel que se entera de lo que se está cociendo en contra de la ciudadanía, esas informaciones que jamás salen de la asistencia de los periodistas a las ruedas de prensa. Sin pretenderlo hemos dado un zasca, en toda la boca, a los lenguaraces. Y una lección magistral de periodismo a los acomodados en este oficio. Ya hemos llegado. Y lo hacemos para quedarnos. Más vale, pues, que otros se pongan las pilas.

FUENTE: Josele Sánchez, La Tribuna del País Vasco