El secretario de Estado de la Seguridad Social, Octavio Granado, introdujo durante la semana pasada un debate que es uno de los que se tiene que resolver para decidir qué tipo de sistema de protección desea España para las personas viudas. La reflexión es sencilla (y se ganó una gran reprimenda de la ministra Magdalena Valerio): «Si un hombre gana más que su pareja y su pareja fallece, no parece razonable seguir incrementando la renta de la persona que más recursos tiene de la familia». En otras palabras: ¿Se debería limitar la prestación en función de la renta del beneficiario?
El razonamiento es algo más profundo de lo que parece. La pensión de viudedad se creó básicamente para proteger a las mujeres, a quienes no se permitía el acceso al mercado laboral. Cuando el marido fallecía, la esposa se quedaba sin ingresos o con ingresos muy bajos, de modo que la pensión de viudedad servía (y sirve) para dar algún tipo de ingresos a estas mujeres.
Sin embargo, con un mercado laboral más igualitario, el fallecimiento de uno de los miembros de un matrimonio no condena al otro a perder el grueso de los ingresos, sino que dependerá de cada caso particular. Si una persona gana 5.000 euros al mes, ¿debería percibir una pensión de viudedad vitalicia? Esta es una de las preguntas que debe resolver España. La respuesta no es baladí, ya que actualmente se gastan unos 22.500 millones de euros cada año en pensiones de viudedad, cuantía superior al déficit de la Seguridad Social, que se sitúa en torno a los 18.000 millones.
Actualmente, la pensión de viudedad es prácticamente la única que escompatible con cualquier renta del trabajo del beneficiario y con otras pensiones (hasta alcanzar la pensión máxima). Da igual lo que ingrese cada mes, su pensión de viudedad será vitalicia. Y hay un elevado número de prestaciones que se abonan a personas en edad de trabajar. Según los datos de la Seguridad Social, el 20% de las pensiones de viudedad actuales se pagan a personas de menos de 65 años.
Según el último dato disponible, correspondiente a febrero, se están pagando 320.000 pensiones de viudedad contributivas a personas en edad de trabajar, la mayoría de las cuales percibirán también rentas del trabajo. La tasa de ocupación (personas que tienen trabajo sobre el total de población) entre las personas en edad de trabajar es del 64% y este porcentaje asciende hasta el 68% en los tramos de edad donde se localiza el grueso de beneficiarios de la pensión de viudedad (entre 40 y 64 años).
Esto significa que en torno al 13% de las pensiones de viudedad actuales van destinadas a personas que también tienen ingresos del trabajo. Es importante valorar también que si se eliminan las pensiones de viudedad para las personas que perciben una renta elevada, entonces se perdería una parte de la cotización de la persona fallecida que actualmente va a su pareja. Esto generaría problemas de coherencia en el sistema español, que es contributivo: en función de lo que aportas, percibes posteriormente (o tus familiares, en caso de fallecimiento). A la hora de abordar el debate, es importante contar con esta visión amplia del sistema de pensiones.
El 25% empieza a cobrar trabajando
Un estudio elaborado por el Instituto Santalucía a partir de los datos de la Muestra Continua de Vidas Laborales (MCVL) indica que el 25% de las pensiones de viudedad se generan en edad de trabajar. Esto es, cuando los beneficiarios tienen todavía ingresos del trabajo o pueden percibirlos. Desde el momento en el que adquieren la prestación se convierte en vitalicia, por lo que pueden pasar varias décadas percibiéndola. De hecho, el aumento de la esperanza de vida ha provocado que cada vez se cobre esta prestación por más tiempo.
En 2018 la edad media de las altas de viudedad fue de 73,5 años (datos hasta septiembre) según los datos del Informe Económico Financiero de los Presupuestos de la Seguridad Social.
Las pensiones de viudedad más altas se pagan a personas en edad de trabajar. La pensión media más alta es la que perciben los beneficiarios de entre 40 y 44 años, que asciende a 768,40 euros al mes. Es normal que así sea, ya que el cálculo de la prestación es más favorable si el fallecido es un trabajador en comparación con un pensionista, especialmente si tienen hijos a cargo (a esta edad hay más casos).
Además, si la causa de la muerte es un accidente de trabajo o una enfermedad profesional, el cálculo es más favorable. Por último, los salarios actuales (y por tanto, las bases de cotización) son superiores a las de unas décadas atrás. Todo unido hace que las personas viudas jóvenes tengan una prestación más elevada. La consecuencia es que los beneficiarios de pensiones de viudedad de entre 40 y 44 años perciben casi un 10% más que los que tienen entre 80 y 84 años.
Las pensiones de viudedad, junto con las de orfandad, son las que tienen mayores complementos a mínimos, lo que significa que cuentan con un respaldo presupuestario procedente de la solidaridad de todos los ciudadanos. En concreto, los complementos a mínimos suponían en 2018 el 10,63% de la nómina de pensiones de viudedad, casi el triple que las de jubilación, para las que supone el 4,38%.
Además, en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo para revalorizar las pensiones de viudedad y permitir a sus beneficiarios (en su gran mayoría mujeres mayores sin apenas ingresos) mejorar su situación económica. Además, como se trata de pensiones que se cobran durante muchos años, la subida acumulada es superior. El resultado es que el 35% de la nómina de viudedad se debe a la revalorización de las prestaciones.