Conozco a Isabel Díaz Ayuso desde hace unos cuantos años. Los suficientes como para poder afirmar, sin temor a equivocarme, que a la que desde ayer es ya la tercera presidenta -esto es algo que a la izquierda del «mira, bonita» le molesta mucho- de la Comunidad de Madrid bajo las siglas del Partido Popular, difícilmente se le podrá sacar algún trapo sucio de esos a los que últimamente estamos tan acostumbrados.
No será la corrupción la que fiscalice el Gobierno de Díaz Ayuso, como lo fue en el caso de sus dos predecesoras en el cargo. No. Lo que va a fiscalizar el Gobierno de la Comunidad de Madrid va a ser la necesidad que tienen los líderes de los dos partidos que sustentan el acuerdo, Pablo Casado y Albert Rivera, de que el experimento madrileño no lo sea con gaseosa, sino que tenga un final feliz y sea, de verdad, la antesala que permita explorar otros caminos.
Lo de España Suma a modo de marca electoral ya lo invento Manuel Fraga Iribarne cuando la entonces Alianza Popular se presentaba a las elecciones con cuanto partido escindido de la UCD pululaba por las procelosas aguas del centro-derecha español. En el España Suma de entonces confluían AP, el PDP de Alzaga, la UL de Segurado… y partidos regionalistas diversos.
Ese ha sido el experimento navarro -PP, Ciudadanos, UPN- y aunque en su día Fraga no lo llamó así, la experiencia de entonces le ha servido al PP para intentar arrimar el ascua a su sardina, es decir, buscar la confluencia con Ciudadanos para, en la medida de lo posible, sumar cuantas veces sea necesario y donde sea necesario.
Lo que ocurra en Madrid se va a tener bajo una estricta supervisión de las sedes centrales de ambos partidos que comparten el Gobierno
Y es que el PP y Ciudadanos están en clave electoral, y de ahí el interés que ayer había en las cúpulas de ambos partidos con lo que estaba ocurriendo en Madrid, y la necesidad que tienen Casado y Rivera de mantener bajo estricto control los pasos del Gobierno autonómico, sobre todo los primeros.
A ver, por dejarlo claro: Aguirre y Cifuentes -y Gallardón en su día- gobernaron Madrid al margen de injerencias de Génova 13. Esa no va a ser la situación en la que se vaya a ver Díaz Ayuso. Más bien al contrario. Lo que ocurra en Madrid se va a tener bajo una estricta supervisión de las sedes centrales de ambos partidos que comparten el Gobierno, y desde luego no se va a tomar ninguna decisión importante sin que previamente este autorizada por las direcciones nacionales del PP y Ciudadanos.
El Gobierno de Díaz Ayuso no va a ser un Gobierno a la contra de Génova 13 como lo fue el de Aguirre y, en menor medida en su día, el de Gallardón. Va a ser un Gobierno que responda a los criterios ideológicos que se marquen desde la sede central del PP. De ahí que Casado quiera colocar a alguno de sus peones en ese Gobierno.
Se habla de Lasquetty -su jefe de Gabinete-, de David Pérez o de Isabel Benjumea. Eso lo sabremos la semana que viene cuando Díaz Ayuso desvele los nombres de sus consejeros, pero de lo que estoy seguro es de que nunca antes una investidura de un presidente madrileño había traído a la cámara regional la presencia de tanto líder destacado del PP: a los tres nombres mencionados hay que añadir la presencia de Cayetana Álvarez de Toledo,de Suárez Yllana, de Andrea Levy, del alcalde de Madrid, etc.
Madrid ha dejado de ser un grano en el trasero de la dirección del PP, para convertirse en su baluarte ideológico.
Nunca, porque nunca antes había en el PP tanta necesidad de hacer del Gobierno de Madrid su escaparate en el que mostrar a la sociedad la bondad de un gobierno de coalición del centro-derecha que permita llevar adelante políticas de marcado acento liberal, que va a servir de tubo de ensayo de políticas ultraliberales que tuvieron un cierto auge en tiempos de Esperanza Aguirre pero que van a ser mucho más contundentes bajo la batuta que empuñe Isabel Díaz Ayuso, pero que estará firmemente dirigida desde Génova 13. Por primera vez, en mucho tiempo, Madrid ha dejado de ser un grano en el trasero de la dirección del PP, para convertirse en su baluarte ideológico.
Pero, si para el PP es importante que el experimento de Madrid funcione y de ahí ese empeño por supervisar hasta el detalle -no olvidemos que Andalucía no cuenta con la misma afinidad ideológica, y desde luego a Díaz Ayuso no cabe situarla en el entorno de los barones discrepantes-, también lo es para el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que ha dejado claro desde hace meses que su socio preferente para llegar a acuerdos es el Partido Popular.
Ignacio Aguado, que será vicepresidente del Gobierno regional, va a estar también vigilado y fiscalizado desde la dirección de su partido, porque del resultado de este acuerdo va a depender el futuro electoral del partido naranja, que se lo juega todo en esta apuesta con la que Rivera quiere convertirse en el referente del centro derecha. Con permiso de Pablo Casado.