Dos meses después de que un cazabombardero español disparase por error un misil en el espacio aéreo estonio próximo a la frontera con Rusia se desconocen aún los pormenores de un incidente tan grave, y tampoco se han localizado los restos de tan avanzado cohete. Increíble pero cierto.
El suceso, que pudo causar una catástrofe aérea de imprevisibles consecuencias, no ha originado polémica alguna en España. Tampoco se ha preguntado ningún dirigente si es lógico que cientos de militares españoles actúen en una zona de permanentes fricciones entre fuerzas de la OTAN y de Rusia. Y sin embargo, Europa ya empieza a preguntarse si no ha llegado el momento de empezar a cooperar con Moscú y dejar de tratar al vecino como a un enemigo.
El 21 de junio del año pasado, un caza ruso SU-27 interceptó sobre el Báltico a otro F-16 estadounidense que se había acercado a escasa distancia del avión en el que viajaba el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú. Un día antes, habían sido interceptados otros dos aviones norteamericanos de reconocimiento RC-135. El mes anterior, cazas españoles F-18 habían interceptado un SU-24 ruso.
Estos peligrosos incidentes se producen continuamente en una de las fronteras más calientes entre el este y el oeste. Pues bien, es ahí donde fuerzas aéreas españolas — seis aviones y 130 militares— actúan por turnos desde 2004 dentro de la Policía Aérea de la OTAN, concebida para suplir la carencia de cazas en Estonia, Lituania y Letonia.
Trump, con su apoyo al Brexit y a la ruptura del acuerdo nuclear con Irán, ha probado que EE UU ya no es un aliado fiable
Su objetivo es “preservar la seguridad del espacio aéreo de la Alianza”, como señala la OTAN, “24 horas al día, 365 días al año”. Visto desde Moscú, se trata de un despliegue aliado para espiar sus movimientos, comunicaciones y capacidades militares.
El otro despliegue aliado frente a Rusia en el que también participa España se decidió en la cumbre de la OTAN de julio de 2016 en Varsovia y fue una respuesta a la anexión rusa de Crimea. Se trata de cuatro grupos tácticos multinacionales de 4.000 soldados desplegados en la frontera norte. Junto con Canadá, Albania, Eslovenia, Italia y Polonia, España aporta 305 militares, carros de combate y misiles en el grupo Letonia, con base en este país.
En este caso, se trata de “desarrollar una presencia avanzada reforzada de naturaleza defensiva para evitar que la inestabilidad generada por los últimos conflictos se extienda a los países aliados del este de Europa”. Así lo explica el Ministerio español de Defensa. Traducido: los países del este europeo, que siempre mostraron mayor interés por entrar en la OTAN que en la UE, presionaron a la Alianza a raíz del conflicto de Ucrania para que reforzara sus fronteras con Rusia y frenara cualquier tentación de Moscú de intervenir militarmente en el patio trasero de Europa.
Teóricamente, la Guerra Fría concluyó en 1989 con la caída del muro de Berlín, pero la distensión militar duró solo unos años, porque Estados Unidos siguió colocando a Rusia a la cabeza de las amenazas potenciales para su seguridad.
Desde Moscú, la percepción de la amenaza fue más obvia, porque fue territorial: los confines de la OTAN, creada para hacer frente a los rusos, se desplazaron 1.000 kilómetros hacia su capital al incorporarse a la Alianza países que durante medio siglo estuvieron bajo el control y la influencia de Rusia. Este país puso pies en pared cuando Occidente intentó “engullir” a Ucrania, cuna de los rusos.
Es esa concepción estratégica estadounidense la que ha arrastrado permanentemente a Europa a situarse en el último medio siglo frente a Moscú, impidiendo el desarrollo de una política de vecindad más distendida. Por vez primera en estas décadas, sin embargo, las alianzas, las amenazas y las estrategias están cambiando con rapidez.
La irrupción de Donald Trump en el escenario mundial ha sido clave en esa transformación. Su apoyo al Brexit y la ruptura del acuerdo nuclear con Irán han demostrado a Europa que Washington ya no es un socio fiable, como han reiterado la canciller Angela Merkel y el presidente Emmanuel Macron.
Aún más desestabilizadores para la UE han sido los acercamientos del mandatario norteamericano a Vladímir Putin, que en algún momento han hecho temer un pacto entre ambas potencias con Europa como moneda de cambio.
Por todo ello, en Europa toma más fuerza la tesis —defendida hasta ahora por una minoría— de que la UE debe buscar un acercamiento a Moscú, que no solo es la potencia vecina más importante, sino que también es el principal suministrador de crudo y gas natural.
Los principales socios de la Unión Europea ven hoy a Rusia como un vecino, como un socio, y no como un enemigo
No es casualidad que haya sido Macron, el principal impulsor de una autonomía europea de defensa, el primer mandatario en proponer públicamente ese acercamiento porque ya es hora de tomar nota de “todas las consecuencias del fin de la Guerra Fría”, de replantearse los “automatismos” sobre los que siguen basadas las alianzas militares europeas.
Ante sus embajadores reunidos en agosto en París, Macron explicó que esa “Europa soberana” de la que habla el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, debe replantearse su arquitectura de seguridad y defensa. Mencionó al respecto tres veces a Moscú, las tres veces en positivo, y propuso un diálogo con el vecino sobre ciberseguridad, armas químicas, conflictos territoriales, seguridad espacial o protección de zonas polares.
Sin duda, esa nueva estrategia será clave fundamental en esa Europa de la Defensa que avanza a pasos gigantescos. En solo un año, se han conseguido más logros que en las seis décadas de existencia de la UE. Desde el verano pasado se han creado la Cooperación Reforzada en Defensa (Pesco) y la Iniciativa Europea de Intervención (nueve países, España incluida), se han lanzado los primeros fondos comunitarios de defensa, Alemania y Francia han pactado el desarrollo conjunto de nuevos cazas y carros de combate…
Ahora, y dentro de ese objetivo global de conseguir una autonomía estratégica de defensa, Macron anuncia que propondrá en breve fórmulas para concretar la defensa recíproca y automática de los países de la UE, plasmada en el artículo 42.7 del Tratado de la UE y que fue invocada por primera y única vez tras los atentados terroristas de noviembre de 2015 en París.
Todo ello tiene una meta histórica defendida ahora por los principales socios de la UE: que los europeos sean capaces de defender su soberanía por sí mismos. “Europa ya no puede seguir dejando su seguridad en manos de EE UU”, ha repetido el presidente de la República. Y una de las consecuencias ya está sobre la mesa: Rusia es un vecino, un socio, un potencial aliado, pero no un enemigo.
Hasta Reino Unido, el aliado más fiel de Washington en Europa, inicia un giro. Solo así puede interpretarse que, pese a los envenenamientos presuntamente cometidos por agentes rusos en suelo británico, Theresa May haya insistido en que el objetivo es “recuperar algún día una firme alianza” con Moscú.
Esta vez, el mentiroso Trump nos ha abierto los ojos a los europeos. ¿No ha llegado la hora de que España empiece a hablar de estas cosas en público? Cuanto antes, no vayan a dispararse más misiles sin querer.