El PSOE vuelve a gobernar en Mazarrón por defecto de su adversario de siempre, pero sin mayoría por cainismo propio. Es cansina pero divertida esta alternancia con el PP, aunque, cada vez más necesiten de asociados que agitan y exponen el perpetuo «régimen clientelar» poniendo en peligro su hegemonía. Quedan todavía tres años de compleja legislatura y cualquiera puede llevarse el gato al agua. Pero al margen del resultado cabe considerar tres cuestiones.

La primera es que ya no son vencedores indiscutibles por más que lo aparenten mediante el compadreo de los manseados medios bien pagados. La segunda es que tanto socialistas como populares, notan el paso del tiempo, sobre todo sus «gurús fácticos», también el peso del poder con victorias a medias, y necesitan «para ayer» un reciclaje a fondo. La tercera es que el populismo desligado de directrices encorsetadas de estado que aplican los partidos segundones, les permite a estos pisar moqueta y marcar las líneas de arbitraje en la gobernanza municipal, lo que convierte en casi proeza del «bipartidismo infiel» someterlos y ocupar el «sillón de tersssiopelo».                    

Se acabaron las mayorías absolutas, el quindenio socialista y las dos décadas prodigiosas conservadoras forman parte del pasado. Incluso los devaneos independientes meramente personalistas. Ganar esta calamitosa contienda se puede presentar como un dramático episodio de final incierto pero empalagoso. Como en las dos últimas legislaturas “hay prisa, demasiada prisa”. Los “sociolistos OCHENTAMÉ» han de mover ficha ante la excesiva prisa de correligionarios y «despachos infuencers» por solventar las logrerías de sus benefactores. En el “politburó progre” que dirige el “Asesor Cibernético”, moviendo los hilos del “comité de vigilancia” con sus agentes infiltrados y alardeando de fulminar políticamente a Blaya y Jiménez como de poner a Miras de Alcalde, “hay mucha prisa y ansias de poder”. 

Si las cosas están así, veo precipitado e improcedente los comentarios interesados, las críticas negativas y los celos enfermizos, que son un clamor a voces y trascienden dañinos desde los círculos de afines más cercanos al «Equipo de Gobierno». Sería un error agitar el espantajo de una moción de censura cuando ni en la Comunidad lo intentan y por Madrid las aguas siguen bajando turbias. Nadie se atreve contra uno de los viejos partidos, después de la pobre imagen que se dio tras destronar a Valera.

En una sociedad aparentemente democrática como la mazarronera, el fenómeno del clientelismo es la consecuencia de una relación personal de intercambio, en el ámbito de la política, que se establece supuestamente de forma voluntaria y legítima, dentro de la opaca legalidad, entre los que pueden ocupar u ocupan cualquier cargo público y los que desean acceder como sea a unos servicios o recursos públicos a los que es más difícil llegar, que no imposible, de no ser por este vínculo o relación. Las políticas se presentan como favores, como regalos dadivosos que, al no poder ser resarcidos con el simple voto, requieren una fidelidad activa o pasiva y generan sutiles obligaciones de supeditación y dependencia, de sumisión al intermediario de turno.

No se debe pensar únicamente en el colega, militante o asalariado que es arrastrado a votar, también vale para los profesionales cuyo volumen de negocio depende de la Administración e Instituciones. Efectos perversos que políticos y funcionarios reconducen una y otra vez a una suerte de estatismo conservador bajo la «red clientelar» que aborta cualquier iniciativa emprendedora libre de ataduras y honesta. «La prisa, demasiada prisa, hace que se pase del cielo al infierno en cuestión de segundos». 

COLECTIVO  «EN CLAVE TRANSPARENTE»