Éste es Pedro Casaldáliga, que vino al mundo el día 16 de febrero de 1928 en el pueblo de Balsareny (Barcelona). Fue ordenado sacerdote claretiano en mayo de 1952. Diecinueve años después (octubre de 1971) consagrado obispo de la diócesis de Sao Félix do Araguia (Brasil).
Publica su primera carta pastoral –bajo el título Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social, 1971; 121 páginas, que fue un claro y atrevido exponente de la calamitosa realidad social y económica de la prelatura y un valiente y decidido compromiso del nuevo obispo, en nombre del Evangelio, con la justicia y la paz de su pueblo, tan amenazadas en esta región de la Amazonía brasileña, eminentemente agrícola y con brutales diferencias sociales.
Para hacer frente a la injusta y dura situación de los llamados “Sin Tierra”, el obispo Casaldáliga llevó a cabo –como primera providencia- la creación de la Comisión Pastoral de la Tierra, que había de provocar –a lo largo del tiempo y no sin dedicación, contrariedades, persecuciones y esfuerzos- una nueva concepción, organización y puesta en ejecución de las viejas estructuras agrarias de la región. ¡Y lo consiguió!
Pero no paró aquí –ni mucho menos- el quehacer pastoral de este insólito obispo que se ha jugado la vida en multitud de ocasiones por hacer valer el derecho del pueblo indígena a poseer y cultivar la tierra de sus mayores y a vivir con la dignidad que corresponde a la persona humana. Pedro Casaldáliga fue la primera persona que, a pesar de las amenazas de muerte que ha sufrido a lo largo de su ejemplar dedicación pastoral, denunció públicamente “la esclavitud en el Brasil, con nombres y apellidos de los responsables…; en un país donde decenas de miles de seres humanos trabajan y viven como esclavos en pleno siglo XXI”; en un Estado cuyo Parlamento alberga determinados diputados que han sido procesados por el Tribunal Supremo brasileño “por emplear personal bajo condiciones próximas a la esclavitud” (“El farwest de Casaldáliga”, por Fernando García).
“En plena dictadura militar –escribe Fernando García en La Vanguardia, de Barcelona- y con los terratenientes más crecidos que nunca, su célebre y valiente pastoral, “Una Iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social”, tuvo que imprimirse clandestinamente. Y fue su publicación –nadie lo ha puesto en duda- la que provocó que un potentado “fazendeiro” pusiera precio a su cabeza y el capataz “Boca Quente” ofreciera mil cruceiros al pistolero Tobías”.
A sus 84 años, Pedro Casaldáliga (obispo, poeta, escritor y profeta del siglo XXI) sigue vivo, aunque muy limitado por determinados episodios de carácter circulatorio. No obstante, posee una envidiable memoria y una mente luminosa, creativa y meridianamente clara. Conserva un espíritu evangélico combativo y un compromiso siempre a favor de los desheredados de la historia, como es el caso de los indígenas de Sao Félix do Araguia (Brasil). Un espíritu –reitero- que lo tiene bien demostrado. Recordemos, por ejemplo, que cuando el presidente Lula da Silva le ofreció la posibilidad de aceptar la nacionalidad brasileña, el obispo inconformista y rebelde, ante el abuso y atropello de los poderosos, le respondió: “Mientras ustedes no acometan y aprueben la reforma agraria que el país necesita, no aceptaré su ofrecimiento”.
Como poeta consagrado, inspirado y fecundo de la postmodernidad, Pedro Casaldáliga ha denunciado y sigue denunciando, a través de su palabra hecha verso y encendida de amor y entrega a los demás, las trágicas e injustas carencias de sus hermanos indígenas de Säo Félix do Aranguia y de los grandes espacios improductivos de la Amazonía brasileña: “/…Y, de pasada, no matar nada; no callar nada. / Solamente el Evangelio, como una faca afilada…/ …Y la mano extendida, entrelazada. / …Y este sol y estos ríos y esta tierra usurpada, para testigos de la revolución ya estallada…/ ¡Y “mais nada…!”.
Un testigo fiel de la Palabra de Vida –que es el Evangelio de Jesús- que merece ser correspondido, en nuestra praxis diaria, por todos los creyentes del mundo (cardenales, obispos, sacerdotes y fieles en general) pues su testimonio es una prueba irrefutable de la validez y transcendencia del mensaje evangélico para lograr ese mundo mejor que todos anhelamos y no una herencia anacrónica –trasnochada- de la incultura y atraso de los pueblos, como se encarga de difundir la corriente laicista que actualmente nos invade y atosiga. ¿O no?
“El grito de Pedro Casaldáliga –ha escrito Charles Antoine- es el eco, estremecido y sangrante, de la resistencia de los pobres, esto es, la defensa de los derechos del hombre en beneficio de un pueblo que vive constantemente en estado de hambre, en una región desprovista de asistencia, presa de las continuas emigraciones que buscan un pedazo de tierra donde fijarse, ámbito de la represión de una policía y una justicia a sueldo de las “Nuevas Sociedades Anónimas”.
Mi amigo Pedro, no está olvidado en los corazones agradecidos.