Hace tan sólo un mes, caminaba por el tablón sobre un mar de tiburones. Las manos atadas y vendados los ojos, rumbo al sacrificio. Los barones olisqueaban sus pies, amagando dentelladas. Teodoro García Egea, apenas nueve meses como ‘número dos’ del PP, parecía sentenciado. Núñez Feijóo y un estrepitoso coro periférico reclamaban su cabeza. 

Ahora, tras el alivio del 26-M y, en especial, luego de la hábil gestión de los pactos, es Egea quien dice cómo están las cosas y quien, bajo la dirección del también resucitado Casado, aplicará las medidas necesarias para ‘reconstruir el PP ladrillo a ladrillo‘. Algunos de sus más feroces críticos ya se han colocado el casco. Si no los días, muchos tienen los meses contados. Habrá cambios en el vértice del partido y en las estructuras regionales. Atentos Alonso, Bonig y otros perdedores… Como ocurrió en la polémica elaboración de las listas electorales, será Teo de nuevo, con el alfanje bien afilado, quien ejecute la estrategia. Para eso están los secretarios generales. 

«Como no sabían que era imposible, lo consiguieron». El tuit que celebraba la victoria en las primarias del PP, frente a la invencible candidatura de Soraya Sáenz de Santamaría, iba ilustrado con una fotografía expresiva: García Egea,el emisor del mensaje, aparece cogiendo efusivamente por el cuello a Pablo Casado frente a una esfinge con rostro de Adolfo Suárez Illana. Era el primer triunfo de un ignoto personaje al que todos llamaban Teo y que debutó con gloria como artífice de la campaña que llevó a Casado, inopinadamente, al vértice de Génova.

En aquellas frenéticas semanas del último verano, nadie daba un duro por el jovencito Casado. Tenía 37 años. «Está crudito, le faltan diez hervores y cinco años», susurraban los asesores del sorayismo. Teo, de 33, convertido ya en responsable máximo de la campaña por la sucesión de Rajoy, había ingeniado un curioso sistema de rombos y triángulos de colorines que mostraba, al minuto, la intención del voto de los tres mil compromisarios llamados a las urnas. Incluso sus compañeros de equipo se reían de los ‘quesitos’ con los que computaba las altas y bajas de las adhesiones a la plataforma de Casado. Y lo clavó. Casado se impuso a la ‘vicetodo’ con el 57,2 por ciento de los votos. Teo había predicho un 60 por ciento. El joven ingeniero murciano hizo un pleno al cien. Algunos escépticos empezaron a tomarlo en serio.

El acierto andaluz

La consagración le llegó sobre el tapete negociador de Andalucía. Ciudadanos no quería sentarse con Vox y Abascal quería la foto a tres. Casado lo remitió a Sevilla, a ordenar los pactos, entre las reticencias de un PP andaluz fiel a la bandera del sorayismo. García Egea, como «no sabía que era imposible», lo consiguió. La cuadratura del ‘ménage à trois’ sin ruidos ni desconchones. Susana Díaz, a su casa, y el PP, por primera vez en democracia, al frente de la Junta.

El cataclismo de las elecciones generales estuvo a punto de derribarle. El PP ardía por los cuatro costados. Los barones ladraban furibundos. Cuatro millones de votos y 70 diputados menos, el hundimiento, el horror. Casado protegió a su secretario general. Le envió a la segunda fila, junto a Javier Maroto. «Siempre que llueve, escampa», solía repetir Rajoy. Así fue. El 26-M, el PP salvó el cuello y Casado, entonces, envió de nuevo a Teo a salvar los muebles. Había que mantener y recuperar los dos gobiernos de Madrid y lo que viniera dado por añadidura. Como CyL, Murcia, Zaragoza, quizás Aragón, quién sabe si Canarias.

Teo, al frente de un eficaz equipo en Génova, redondeó el milagro. Convirtió el tembloroso resultado de las urnas en un éxito rotundo en los pactos. Ciudadanos se conformó con una magra cosecha. Las alcaldías de Granada, Palencia y Melilla. Casado se consagró como líder del PP, del centroderecha y aspirante primigenio al sillón de la Moncloa. Al menos, durante los próximos cuatro años.

Dicen en Génova que Ciudadanos despreció la capacidad de Egea, como hicieron en su día algunos barones del PP. Se burlaban del campeonato de los huesos de aceituna, de su árido verbo, su caminar provinciano, su escasa experiencia política y hasta su discutible indumentaria. Nada comentaban, sin embargo, sobre su doctorado en Ingeniería Industrial y de Telecomunicaciones o su soltura ante el piano, otra de sus aficiones. 

Ahora, tras el trasiego de los pactos, Egea ha ejercido de Lancelot du Lac de Casado, ha salvado de la quema a su rey Arturo y ha orientado su brújula hacia algunos caballeros que, sin duda, serán expulsados muy pronto de la mesa redonda.