Pedro Sánchez movió los huesos de Franco para pasar a la Historia. Mariano Rajoy Brey publica un libro para componer su imagen, algo maltrecha, ante la posteridad. «¿Por qué ese miedo ante la posteridad? Que se sepa, la posteridad nunca ha hecho nada por nosotros», decía Allen. El caso es que Rajoy acaba de finiquitar su primer libro, ‘Una España mejor’, se titula. Así, una erupción literaria en plena campaña, entre mitin y mitin. ¿Le importa a alguien lo cuente Rajoy sobre sus años de Gobierno? Quizás. Se pensaba que hombre al que le cansa el trabajo solo puede ser rentista o poeta italiano. Luego descubrimos que también podía ser presidente del Gobierno. Y hasta memorialista.
Todos los presidentes tienen libro
Todos los presidentes, salvo Adolfo Suaárez, han publicado su libro. Algunos, incluso varios. Felipe González, por ejemplo, vertió a las librerías varias obras prescindibles y una inolvidable, mano a mano con Juan Luis Cebrián. «El futuro no es lo que era», germen el ‘cordón sanitario’ contra el PP. José María Aznar tiene en su haber como una docena, varias de ellos estimables. Calvo Sotelo era el mejor prosista. ‘Papeles de un cesante’ es una primorosa exhibición de ironía, agudeza, precisión y sarcasmo en un castellano infrecuente. Rodríguez Zapatero ha propinado un par de obras infumables y hasta Pedro Sánchez, en un convulso ataque de ansiedad egocéntrica, tuvo la ocurrencia de publicar sus breves memorias pese a residir aún en la Moncloa. Algo inédito. ‘Recuerdos de una negra’, lo bautizaron algunos malvados en el PSOE, en referencia quizás a la autoría de la desfachatez.
Rajoy, pues, cumple con la obligación de publicar sus recuerdos de presidente. que viene de familia. Su abuelo, Enrique Rajoy Leloup, también fue político y también dejó escritos centenares de cuartillas que, décadas después, fueron los cimientos de ‘Un protagonista del autonomismo gallego‘, opúsculo biográfico editado por la diputación de Pontevedra. El abuelo de Rajoy fue un republicanote galleguista y liberal. Ejerció de concejal en Santiago y redactó buena parte del Estatuto de su región en 1932. La dictadura franquista le apartó de la cátedra, de la presidencia del colegio de Abogados y de la vida pública. O sea, un represaliado que le testamentó a su nieto un consejo fundamental: “Quien no es capaz de gobernar su propia casa y regir sus propios intereses, sea pueblo, sea persona, o es un esclavo o un incapaz que necesita tutela, como los menores, los idiotas y los locos». Mariano, se supone, tomó buena nota. O no.
En peroratas de intimidad se muestra sincero y larga sin ambages, y la emprende con todo, «hasta con la Iglesia y la Banca»
Por de pronto se dedicó a la política, ejerce también de galleguista, adora las diputaciones y la España autonómica. Y como su abuelo, no suele hablar mal de nadie, al menos en público. En peroratas de intimidad se muestra sincero y larga sin ambages, y la emprende con todo, «hasta con la Iglesia y la Banca», dice uno de quien fuera frecuentador de sus tertulias. Es un anarquista gallego de derechas, apostilla, como aquello de Berlanga, «soy un ácrata burgués».
Poco de todo eso se verá en el libro, dicen los de la editorial, que no por casualidad no es Planeta. sino Plaza y Janés. «No es un ajuste de cuentas», precisan. Es un repaso a aquellos ‘años inolvidables’ en los que tantas cosas ocurrieron. Como era previsible, el expresidente se regodea en los episodios de más lustre para su labor, como el no rescatre, la salida de la crisis, el vértigo de la sucesión en la Corona, la aplicación del 155 en Cataluña… Ni una referencia despectiva hacia Sánchez. «Rajoy no es Bono, por favor», señalan.
Rajoy debuta en la escritura con un lavado de conciencia. Abandonó forzosamente la política no ya por la puerta de atrás, sino por la puerta negra de la fuga y el descrédito. Diez horas de whisky en el Arahy, el bolso de Soraya en su escaño, la patada en el trasero de la moción de censura. Unos episodios que oscilan entre lo tétrico y lo patético. No quiso, en el momento decisivo, cederle los trastos a alquien de su partido, o convocar elecciones y así evitar el advenimiento de Sánchez y su investidura Frankenstein. La justificación que ofreció entonces era que «un presidente del Gobierno no renuncia, lo es hasta el final». O sea, hasta que te echan, bien las urnas o la moción.
Poco reflejo tendrá en el libro aquel episodio nefando, aquellas últimas horas de la humillación y la derrota. Nadie escribe sus memorias para flagelarse. Recuérdese que la frase favorita de Rajoy, según confesión propia, es aquella de Churchill: «A menudo me he tenido que comer mis palabras, son una dieta equilibrada». Sea como fuere, no es ocioso recuperar la máxima de Revel: «El tiempo borra el recuerdo de las desgracias, pero no el de los errores». Rajoy dilapidó sin pestañear el enorme capital político de una mayoría absoluta irrepetible. ¿Esclavo, incapaz, estadista? A saber lo que ahora le diría su abuelo.
FUENTE: VOZPOPULI