Cada vez que las nubes negras dibujen el cielo de Los Alcázares, sus habitantes habrán de temer el designio del Destino, sin esperar amparo alguno para quienes pagan sus impuestos

Corre la especie entre una legión de comentaristas bienintencionados y buenistas de que el virus invisible que en este momento nos mantiene confinados, una vez advertida nuestra fragilidad, nos procurará un espíritu de humildad para el futuro, de modo que en adelante seremos más solidarios, austeros y contenidos, que habrá más previsión sobre lo esencial, que las Administraciones invertirán preventivamente en todo lo relativo al bien común, y que las corporaciones privadas serán más colaborativas. Uno también quiere ser optimista al respecto, pero la experiencia próxima es disuasoria.

Ejemplo, Los Alcázares. En los últimos siete meses la localidad ha sido inundada en distinto grado por cinco sucesivas tormentas, ahora llamadas danas. Un Gobierno regional en sus cabales debiera haber planteado, ya desde la primera, un plan integral, por muy costoso que resultara, para impedir el efecto Sísifo, el castigo al que fue sometido este rey de la mitología griega consistente en ser obligado a subir una piedra a la cima de un monte, aunque ocurría que antes de que la operación fuera culminada, la piedra se desprendía de las manos de su portador y éste se veía obligado una y otra vez a reiniciar el ejercicio, y así durante la larga eternidad del Hades.

Sísifo vive en Los Alcázares. La portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, nos advirtió a mediados del pasado diciembre de que «la Comunidad ya no puede hacer más por Los Alcázares», sin especificar qué ha hecho antes de no poder hacer más. Nada se ha hecho. Ni antes ni después, y queda claro que ya no se va ni a intentar hacer algo. Así que ayer mismo tuvimos que contemplar de nuevo una riada urbana de aguas enfangadas apoderándose de la ciudad, y esta vez, por el Estado de Alarma, con los vecinos confinados en sus casas reiteradamente inundadas. Drama sobre drama.

Cada vez que las nubes negras dibujen el cielo de Los Alcázares, sus habitantes habrán de temer el designio del Destino, sin esperar amparo alguno para quienes pagan sus impuestos. Es inútil que recompongan sus casas, pues la próxima dana volverá a dañarlas. Y no solo las casas particulares, sino todo el pueblo, sus infraestructuras y espacios comunes; todo arrasado, una y otra vez, en cada ocasión en que se produce una tormenta. La vida en Los Alcázares es una normalidad provisional entre dana y dana. Abandonados sus habitantes por un Gobierno que asegura que nada se puede hacer por ellos, es legítimo que nos preguntemos todos, no solo los alcazareños: si esto es así ¿para qué sirve un Gobierno? Hoy es Los Alcázares; mañana puede ser tu pueblo.

No voy a recurrir a un argumento ramplón: Los Alcázares es un Ayuntamiento socialista, y el Gobierno regional se desentiende por ello. No. No es esta la razón por la que López Miras es incapaz de plantear una solución al ‘efecto Sísifo’ que se produce en esa localidad. Se trata sencillamente de su incapacidad para plantear alternativas a los problemas estructurales de esta Región, como ya se ha constatado en el caso del Mar Menor. Su política es la del garbanceo, la del día a día, la de la improvisación permanente. Para el presidente regional, el concepto de largo plazo es mañana jueves, día 26. Y el 26, será el 27. No hay más horizonte. El problema de Los Alcázares finaliza cuando los servicios públicos, los propios vecinos y los voluntarios sacan el barro de las calles. Solucionado. Y hasta la próxima dana. Llevan cinco inundaciones en siete meses. Y las que vengan.

El pasado martes vi en La Dos un documental sobre cómo se creó el alcantarillado de Londres, una ciudad asolada por una epidemia de cólera a mediados del siglo XIX, consecuencia del colapso del sistema sanitario de la ciudad. Las autoridades encargaron a un ingeniero, Bazalgette, un proyecto para la conducción de los residuos, que éste diseñó con gran solvencia, pero una vez que el cólera desapareció, aplazaron una inversión tan costosa. La vida volvía a la normalidad. Hasta que años después se produjo el llamado Gran Hedor, y esto reavivó las urgencias. Solo entonces el proyecto fue realizado, y ya no hubo más epidemias por esa causa.

Moraleja: cuando salgamos de ésta, si es que salimos, lo más probable es que se olviden los buenos propósitos que ahora se proponen. Como ocurrió antes y sigue ocurriendo con el ‘efecto Sísifo’ en Los Alcázares.

 

ANGEL MONTIEL