Ver los toros desde la barrera es cómodo, limpio y permite dar rienda suelta al listo que todos llevamos dentro: este es un maula, aquel no tiene valor, el otro no sabe torear… Si trasladamos este ejercicio diletante al fútbol, quién no ha sido el entrenador de su equipo con una cerveza en la mano repanchingado en el sofá… Mariano Rajoy es estos días el torero al que algunos ven justo de fuerzas y otros aconsejan templar, no vaya a ser que el toro se lo lleve por delante. O el míster al que algunos exigen armados de un plato de olivas que se cierre atrás para defender y otros reclaman que juegue al ataque. Parientes, amigos, compañeros, taxistas, camareros me asaetean con las recetas que Rajoy debería aplicar para solucionar de un plumazo la sedición en Cataluña. He de decir que la mayor parte de ellos, unos a lo Montgomery y otros a lo Patton, lograban resolver en media sobremesa veraniega el problema mandando a la cárcel a los responsables del golpe de Estado.
Nada sorprendente en unos ciudadanos cansados de ser insultados y calumniados por un puñado de traidores al Estado. Ahora bien, tener que escuchar a Felipe González en público, y a José María Aznar en círculos más restringidos, repartir consejos sobre lo que ellos harían si la mayor crisis política en España les hubiera sorprendido con despacho en La Moncloa es especialmente irritante. No porque los expresidentes, ambos probados servidores de España y con trayectorias en líneas generales altamente positivas en defensa de nuestro país, no puedan tener su propia opinión sobre esta cuestión nuclear, sino porque alguna autocrítica deberían antes hacer respecto al «marrón» que dejaron a sus sucesores. Especialmente a Rajoy porque Zapatero fue el pirómano que aprobó la nefasta reforma del Estatut cumpliendo órdenes de su socio Carod-Rovira, otro ejemplo de amor a España.
Que digo yo que estaría bien que González reconociera que, bajo la presidencia de Calvo-Sotelo y con su firma como jefe de la oposición, se firmaron los «Acuerdos Autonómicos» que empezaron a despojar de competencias al Estado; que fue él quien transfirió en sus dos primeros años de mandatos 486 funciones y servicios a las Autonomías y al terminar su presidencia les cedió hasta 1.368 competencias estatales; que su Gobierno favoreció la creación de órganos auxiliares, como defensores del pueblo o consejos consultivos, que duplicaron a escala regional los órganos de poder del Estado… y todo con la palmadita condescendiente de un futuro delincuente, Jordi Pujol, maestro en cambiar apoyos en las Cortes por dinero y poder para convertir a muchos niños catalanes en incubadoras de odio a España. Y luego llegó Aznar que, monitorizado también por Pujol, culminó un proceso que llevaría al Estado a perder las últimas y sustantivas competencias en educación y sanidad y, lo que es peor, a desistir de un proyecto ilusionante de país en la zona 0 del nacionalismo. Eso sí, si González y Aznar fueran presidentes…
FUENTE: ABC