ÁNGEL CASAS

 

Si al cielo vas, patinando,
hazme un lugar, que subo yo.
Si al cielo vas, patinando,
hazme un lugar, que subo yo.
Airí, airó. Airí, airó.

(Canción popular infantil premonitoria)

Desgraciadamente, el patinete eléctrico, la última aportación a la movilidad ciudadana de un éxito apoteósico, tras la eclosión de la bicicleta y la supremacía de los carriles bici, se ha cobrado la primera víctima mortal en Catalunya. Ocurrió en Sabadell, cuando la mujer de cuarenta años que lo conducía por la acera, cayó accidentalmente en la calzada en el momento que pasaba un camión, según testigos presenciales. Hospitalizada el 9 de octubre, el día del accidente, murió el 23 de octubre debido a las heridas provocadas por el atropello.

Revolviendo en el historial de este moderno artefacto, encuentro otro accidente mortal en el pequeño pueblo asturiano de Niembro (190 vecinos) a principios de septiembre. A un hombre de sesenta años, le resbaló el patinete a causa del suelo mojado y se golpeó fatalmente contra unas escaleras.

También, en Vitoria Gasteiz, han contabilizado tres accidentes de patinete eléctrico, por suerte, no mortales, en una semana, no hace mucho. Y el pasado mes de abril, allí mismo, denunciaron a un patinante de 29 años que con el patinete se saltó el semáforo y chocó contra un coche que cruzaba en verde. Aprovechando la ocasión, le practicaron un control de alcoholemia y drogas y dio muy positivo en anfetaminas, cocaína y cannabis. A propósito de drogas, se ve que el patinete eléctrico era el vehículo de transporte que utilizaba una banda de narcotraficantes desmantelada en Barcelona a principios de octubre. Repartían la golosina entre los clientes con patinetes eléctricos para que, en el caso de cruzarse con alguna patrulla policial, el patinete les ofrecía una más rápida movilidad y una mayor maniobrabilidad para practicar la huida.

Y podríamos seguir con accidentes de diverso tipo, en cualquier lugar del mundo, provocados por el patinete o siendo el patinador la víctima, pero sería injusto estigmatizar la nueva joya de la corona de la movilidad ciudadana, el vehículo del futuro que empieza a imponerse a todos los demás medios de transporte, tanto individuales como colectivos.

Observen la elegancia de los ejecutivos, con sus trajes y corbatas de Armani, yendo hacia la tarea en patinete eléctrico, la belleza de las madres jóvenes con el hijo o la hija entre el manillar y ellas mismas, circulando optimistas hacia la escuela, de buena mañana, la modernidad de los hipsters que acaban de tirar su bicicleta por obsoleta y demodé, la alegría de los jóvenes universitarios y universitarias circulando en grupo hacia la facultad, la desenvoltura de las mujeres y los hombres de cualquier edad y condición, reflejando en el rostro el optimismo que les proporciona esta libertad de movimientos sin tener que hacer ningún esfuerzo físico, sin sudar, sin obligación de pasar ningún examen ni de saberse las normas de circulación (quizás por eso se las saltan), sin necesidad de pagar ningún impuesto de circulación, ni contratar ningún seguro, ni que fuera a terceros, ni tener que pasar ninguna ITV, sin que les puedan quitar puntos de ningún carné (¿qué carné necesitan?), yendo a toda leche por la acera, ganándole el terreno al ciclismo en el carril bici, subiendo sin esfuerzo hacia el Putxet, Vallcarca o el Carmelo. El patinete eléctrico es el futuro inmediato, la tendencia guay, el top de las ventas de la próxima campaña de Navidad y Reyes. No tiene aún normas que lo limiten, alcanza los 25 kilómetros por hora y, si se truca, rebasa tranquilamente a los 30, se lleva plegado bajo el brazo al trabajo o donde quiera que vayas y te ahorras el disgusto del robo, tan habitual entre los ciclistas, y, lo que es más importante, te conviertes en un adalid de la sostenibilidad y de la pureza del medio ambiente.

Pienso que este fenómeno multitudinario, que está a punto de estallar, merece la atención de la Alcaldesa Colau, tan receptiva a todo lo que salve el planeta y, de paso, fastidie a los automovilistas, depredadores de nuestra salubridad atmosférica, demonios de la contaminación, cerdos capitalistas. Hay que ir deprisa y trazar, paralelamente al carril bici, kilómetros y kilómetros de carril patinete, la autopista del futuro, ocupando el espacio que hasta ahora creían suyo, ilusos, los vehículos de motor contaminante, y, de este modo, alcanzaremos todos hacia el cielo en patinete.

En Barcelona, que sigue siendo la ciudad de los prodigios, (y mientras no llegan los patinetes voladores, que eso sí lo petará y el Ayuntamiento podrá montar el voling en un santiamén, junto al bicing, y diseñar de inmediato el carril voling, que esto es barato, porque es como construir castillos en el aire), el patinete eléctrico se está convirtiendo en el medio de transporte unipersonal de más éxito del momento y se le augura un futuro en el que desplazará a la bicicleta, al monopatín y al resto de inventos recientes que se han convertido en un factor decisivo de atracción turística. Después de la obra gaudiniana y del shoping de los manteros, el caótico mundo del vehículo eléctrico unipersonal, bicicletas aparte, el mundo de los patinetes, los segways, los hoverboard, los solowheels y de los inventos similares, que uno maneja a su antojo y voluntad, por aceras y calzadas, por parques y jardines, es de las cosas que más valoran de Barcelona los guiris. Es el atractivo del caos, del sálvese quien pueda, de la ley de la jungla. Es la libertad absoluta. Es el morbo del riesgo. La subida de adrenalina. El trip soñado. La joie de vivre. El tormento y el éxtasis al mismo tiempo. El cielo a alcanzar con la punta de los dedos