Las dificultades que ha sufrido nuestro país en los últimos veinte años sirvió de pista a los complotados, y al terrorismo, primero de ETA con sus mediáticas reivindicaciones independentistas que algunos profesionales del periodismo intentamos frenar. Mil muertos. Miles de noticias, voces e imágenes. Luego el terrorismo mahometano o islamista colaboró para montar un escenario de miedo y de trampas sociales, con fuerte ayuda exterior. La Francia farisea, la primera. Y evidentemente algunas naciones islamistas que mantienen excelentes relaciones con tres países latinos claves cuya actividad subversiva en la América latina, y en España, es un peligro para el líder de Occidente, los Estados Unidos. El peligro ha crecido con la llegada de Trump a la Casa Blanca dispuesto a no tolerar o simplemente sospechar que un misil con cabeza nuclear pudiera ser disparado desde una base situada en una nación gobernada por extremistas. Ya Venezuela, con Chávez, firmó un tratado militar con Teherán. Los iraníes y los israelitas son los únicos en Oriente Medio que tienen arsenales nucleares.

Insisto. Así mismo Pekín se expande por África velozmente. La prueba, el pulso o la trampa catalana merece un estudio riguroso y muy serio por los expertos de la carretera Madrid – La Coruña, de colegas altamente cualificados y los eficaces rastreadores que trabajan en una nación con miles de años de historia, y solos ante el peligro global. Rusia tiene su base microscopio en Siberia.
Cuando escribo esta columna preparada con rigor y horas de reflexión y esa experiencia impagable que me ha dado tantos años de residencia en países hoy destrozados por esos delincuentes que claman con Pablo Iglesias para que en España no haya presos políticos, olvidan los cientos de miles torturados en sus dictaduras, siento amargura y desolación. Amargura cuando las imágenes de las televisiones nos muestran vehículos de los guardias civiles, destrozados, agentes atrincherados y cercados por los violentos y padres de políticos acosados en sus hogares. Banderas quemadas y creciendo la rebeldía hasta el punto de que los estibadores del puerto de Barcelona se han negado en redondo a abastecer a los dos grandes buques en donde han sido instaladas las fuerzas de orden público, a veces desbordadas porque han recibido órdenes taxativas de «no pasarse», sino de resistir las embestidas por respeto a Pujol y a Junqueras, el cerebro.
Y desolación oyendo a un ministro de Economía, del que he opinado bien, De Guindos, recomendando ante las cámaras de las televisiones, a los golpistas, que las cosas no vayan a más a cambio de mejoras económicas. He sentido como la sangre me ha fluido a más velocidad, la de un murciano indignado, que ahora siente la necesidad de pedir el mismo trato por las buenas o por las calles de la región. Este es el problema, la falta de talla de una clase política que durante siglos nos han pisado todos los callos. Oyéndoles, a unos, los siento acobardados, a otros enloquecidos y a la mayoría ignorantes sin soluciones ni energías para restablecer la paz y defender las libertades recogidas en la Constitución, una Carta Magna que hay que respetar desde la catarsis, porque los vergonzosos hechos de Cataluña no son buenos para el Reino de España, que somos todos. Una Constitución en la que hay reformar el llamado Estado de las Autonomías, el fracaso mayor de nuestra historia reciente, y una Ley Electoral, que ha engordado un separatismo convertido en arma de combate en toda Europa en manos del terrorismo político que quiere hundir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y hacer imposible una vida estable e igualitaria.

No seguimos igual, hemos superado los malos augurios y estamos abocados a ir a peor. Cataluña es el observatorio internacional de un campo de ensayo, otro, de un conflicto antisistema rompiendo leyes, principios, ideas, libertades, seguridad e igualdad. En Murcia dándonos de bofetadas por el AVE que nos prometió Valcárcel inaugurar hace diecisiete calendarios. Y recomendando a los jueces y fiscales no dar tregua a los corruptos, que los veo por Traperías alegres y confiados.
