ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
Cada vez que Sánchez repite -¡y lo repite a diario!- que el socialista es el único «partido moderado» que concurre a las generales hace un ejercicio de desmemoria (él, tan preocupado por la memoria histórica) realmente llamativo. Pues el moderantismo, asociado a la hegemonía del Partido Moderado, representó la resistencia frente a cualquier progreso durante el tramo central de nuestro siglo XIX: la ampliación del sufragio, la garantía de los derechos, el control del Gobierno o la restricción del poder de la Corona. Pero, claro, no está la campaña electoral para andar con precisiones.
Más allá de ellas, la insistencia de Sánchez en que él es un moderado podría admitirse en principio sin problemas, pues el presidente del Gobierno es ideológicamente nada y cualquier cosa. Tales y tantos han sido sus cambios de orientación en relación con los principales problemas del país (la lucha contra la crisis, el desafío secesionista, la organización territorial, los pactos electorales) que no cabe otra conclusión cabal que la que indica que Sánchez es un oportunista que persigue en la vida pública solo un objetivo: defender sus intereses personales como profesional de la política.
La cuestión no consiste, por tanto, en saber cuál es la ideología de un líder que carece de ella en realidad, sino en determinar si, dados los previsibles resultados electorales que indican las encuestas, podrá Sánchez gobernar con la moderación que ahora -tras haber llegado al poder con el apoyo de una coalición izquierdista-independentista- se dedica a predicar. Y la respuesta a la pregunta no ofrece duda alguna: un NO rotundo.
En el mejor de los casos, las encuestas dan a Sánchez un resultado que le permitiría formar mayoría con Podemos, eso siempre que los de Iglesias no se hundan más de lo previsto. Y gobernar con Podemos obligaría al PSOE a impulsar una política económica y social que no sería socialdemócrata, sino radicalpopulista, como la que hasta ahora ha realizado, pero más extremista y en una coyuntura económica que, por desgracia, tiende a empeorar.
Eso, por supuesto, en el mejor de los casos. En el peor, y más probable, Sánchez estará atado de pies y manos por la necesidad de repetir el pacto con Podemos y el separatismo que lo llevó a la presidencia, lo que dejaría al Gobierno incapacitado totalmente para afrontar con realismo, moderación y seriedad tanto la política económica y social como el desafío independentista, que con mucha probabilidad también en el País Vasco empeoraría. Sánchez giraría de nuevo hacia la plurinacionalidad y el follón que se nos vendría encima sería apoteósico.
Sánchez sabe, desde luego, todo lo anterior. Y, por eso, cada vez que insiste en su moderación no hace otra cosa que engañar a los votantes y preparar el mayor fraude electoral que, de seguir en la Moncloa, se habría producido en España desde la recuperación de nuestra democracia.