GONZALO BAREÑO
El 23 de diciembre del 2015, tres días después de ganar las elecciones generales con 123 diputados, exactamente los mismos de los que dispone ahora el PSOE, Mariano Rajoy citó en la Moncloa al socialista Pedro Sánchez, que acababa de obtener el peor resultado de la historia de su partido, para tantear la disposición del líder de la oposición a buscar alguna salida que facilitara la gobernabilidad del país. A pesar de su clara victoria, Rajoy le aguardaba con una propuesta de formar un Ejecutivo de coalición y con una larga lista de cuestiones de Estado que era necesario acordar ante la grave situación internacional.
Sánchez acudió a la Moncloa. Posó con Rajoy poniendo cara de enfadado y apretando los dientes para dejar claro su disgusto por tener que aceptar esa cita. Y cuando, ya en privado, Rajoy tomó la palabra, el líder del PSOE le dijo que no se molestara. Que no tenía nada que hablar con él. Que iba a votar no a su investidura fueran cuales fueran las consecuencias, y que la cita había terminado. Rajoy propuso tomar un café para que la salida inmediata de Sánchez de la Moncloa no diera una imagen tan lamentable. Pero ni siquiera eso aceptó el socialista, que media hora después se fue pitando en su coche a Ferraz para presumir allí de haber humillado al presidente del Gobierno en funciones y reclamar, pese a la clara victoria del PP, la presidencia del Congreso para el PSOE. Aunque era el más votado, Rajoy accedió a un acuerdo, renunció a presentar un candidato y gracias a ello el socialista Patxi López presidió la Cámara. Pese a todo, la cerrazón de Sánchez y su obstinación en bloquear cualquier fórmula viable de gobernabilidad forzó una repetición de las elecciones.
Conviene tener en cuenta estos antecedentes para analizar lo que está sucediendo ahora. Sánchez, ganador con 123 escaños, citó ayer en la Moncloa al líder del PP, Pablo Casado, tras exigir previamente a todos los partidos que actúen con responsabilidad y le faciliten gobernar en solitario. Sánchez, además, se lamenta amargamente de la dureza con la que le trataron sus adversarios, que le llamaban presidente «okupa», y exige que cese ese trato hostil para normalizar las relaciones institucionales. El líder del PSOE parece haber olvidado que él llamó «indecente» al entonces presidente del Gobierno en un debate televisado que vieron millones de españoles y le negó cualquier legitimidad para dirigir el país cuando el PP ni siquiera había sido condenado entonces como partícipe a título lucrativo en Gürtel.
Al contrario de lo que hizo entonces con su «no es no», que debilitó a España al forzar una inútil repetición de los comicios y que solo logró empeorar su propio resultado, Sánchez se erige ahora en hombre de Estado y exige al PP y a Ciudadanos que le dejen gobernar en solitario con 123 diputados, gratis total, y le eviten tener que depender de Unidas Podemos. Y no solo no pretende ceder a la oposición la presidencia del Congreso, sino que la reclama para el PSOE y empieza a filtrar ya candidatos al cargo. Ay, Pedro Sánchez. Quién te ha visto y quién te ve.