«Éramos (sic) la orquesta Venus/ ahora nos transformamos/ somos Estrellas Azules/ sabemos lo que buscamos/ la faaama, la faaama». Eso cantaban los componentes de una orquesta estradense que llegó a tener gran predicamento, tanto como para acabar rebautizándose, una segunda vez, The Blue Stars, símbolo de su éxito en el arte de la canción ligera.
Sánchez podría buscar una melodía electoral con tal motivo -el cambio de la imagen comercial de su partido- para la campaña del 10-N en la que estamos ya metidos de hoz y coz. O es que ya no se acuerdan de aquel «Somos la izquierda», lema del 39 Congreso de los socialistas españoles, celebrado en junio del 2017, o sea, como quien dice, antes de ayer.
Luego vino el compadreo con el separatismo catalán en general y con Torra en particular, la denuncia de «las tres derechas», entre las que estaban los votantes de Ciudadanos a los que ahora se quiere camelar, y aquella sociedad preferente con Podemos que explica que Sánchez solo hablase en serio de su investidura con Iglesias, hoy acérrimo enemigo.
Y es que ahora no toca «Somos la izquierda» sino un revisionista (en el sentido literal y en el otro, el de Vladimir Ilich Uliánov) «Éramos la izquierda», con el que tratar de crecer por la derecha, aquella que era toda sin excepciones peligrosa y a la que había que parar por el bien de la España plural, que, igual que el resto del cuento, se ha esfumado tal rápida y fácilmente como el agua en un cedazo.
Ha sido tan brusco el cambio, tan inopinado (y, por ello, tan sin justificación de ningún tipo) y, al fin y al cabo, tan desvergonzado, que Sánchez se ha visto obligado a defender dos cosas que al mismo tiempo no pueden ser verdad. En el mitin desde la Moncloa que le regaló gratuitamente TVE proclamó Sánchez que la única razón por la que no había habido en España antes de agosto un Gobierno de coalición con Podemos era que los de Iglesias no lo habían aceptado. Pero a los pocos días declaró en otra televisión, también amiga, que de haber habido en España ministros de Podemos él no hubiese podido llegar a conciliar el sueño durante los cuatro años de legislatura.
Sin embargo, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. O no dice la verdad el presidente cuando afirma que la culpa de la inexistencia del Gobierno de coalición con Podemos es de Iglesias, o no la dice cuando habla de su incapacidad para dormir si tuviese que compartir el poder con los morados. Y si la dijera en ambos sería peor: supondría que el presidente en funciones estaba dispuesto a sentar en el Consejo de Ministros a personas que le parecen tan peligrosas o poco de fiar como para mantenerlo en permanente estado de vigilia.
¿Qué le ha pasado al presidente? Nada en realidad. Solo que, como la Orquesta Venus, que se transformaba en busca de la faaama, él lo ha hecho en busca de los voootos, sin que sea posible saber cuándo dice la verdad y cuándo trata de engañarnos.