(Artículo realizado por P. J. Ramirez)
Igual que ya ocurriera en el juicio del 11-M, la causa de la búsqueda de la verdad sobre la financiación ilegal del PP no sólo está teniendo que sortear los “obstáculos tradicionales” que, como diría Cabarrús, protegen los intereses creados, sino que, durante la declaración de Rajoy, tropezó con la torpeza de los abogados encargados de interrogarle.
Especialmente lamentable fue, en el fondo y en la forma, el papel de José Mariano Benítez de Lugo, el viejo paladín togado de las causas progresistas, que había tenido el mérito de convencer al tribunal de la pertinencia de la testifical del presidente del Gobierno, pero vino a morir en la orilla tras haber vadeado el río. Fuera porque su capacidad inquisitiva nunca estuvo a la altura de su partidismo, porque sus facultades a los 76 años ya no son las que eran, por exceso de confianza o falta de preparación en equipo, el caso es que Benítez de Lugo dejó escapar la oportunidad de su vida de haber puesto contra las cuerdas a Rajoy.
Apenas empezó a formular preguntas imprecisas, sin las correspondientes repreguntas y a veces hasta con la vía de escape, ¡e incluso la refutación!, incorporada -“Si manifiesta que no recibía ninguna cantidad en B, tampoco recibía ningún sobre, evidentemente…”-, quedó claro cuál de los dos Marianos se iba a quedar con la faltriquera del otro. Es como si un día, en un momento de general expectación, Rajoy aceptara que un periodista crítico le entrevistara –quién pillara esa ocasión- y de su boca sólo brotara pólvora mojada con aires resacosos.
En medio del oscuro piélago de cuestiones inconexas que constituyó el interrogatorio, hubo un único relámpago que, cual bengala o fuego fatuo, alumbró la fugaz esperanza de que aquello tuviera un sentido o al menos fuera encaminado a alguna parte. Me refiero al momento en que, una vez excavada por Rajoy la trinchera de su presunta desconexión del área económica del partido, Benítez de Lugo le preguntó si “mantenía una relación de amistad, aparte de la profesional, con Ana Mato”. Parecía una cuestión rutinaria más, pero yo dí un respingo al escucharla. Y Rajoy también.
Tras una pausa, el presidente produjo una de sus respuestas con más vocablos dilatorios: dos “bueno”, un “claro” y tres adverbios epistémicos acabados en “mente”, de esos que arrastran y estiran el sufijo para prolongar el tiempo en el que se piensa lo que conviene decir. En medio de la farfolla, brotó un asentimiento: “Era una persona con la que tenía mucha más relación que con otras”. Y, atención, una significativa venda antes que la herida: “Yo normalmente tenía relación con las personas del ámbito político, no con las personas del ámbito económico”. Es decir, con Ana Mato, la “política”, sí había “amistad”; con Luis Bárcenas, el “económico”, no.
Benítez de Lugo dejó escapar la oportunidad de su vida de haber puesto contra las cuerdas a Rajoy
¡Ay, si Benítez de Lugo se hubiera estudiado la asignatura! El propio Rajoy le había puesto a huevo una espectacular batería de repreguntas de grueso calibre, con la que, en vez de cambiar, errático, de tercio, hubiera podido perforar su blindaje:
¿No es cierto que, como prueba de esa amistad o, como usted dice, de que tenía «más relación con ella que cono otras personas», el 24 de septiembre de 2009 usted asistió, acompañado de su esposa, a la fiesta del 50 cumpleaños de Ana Mato, celebrada en el jardín de su chalé de Pozuelo?
¿No es menos cierto que entre la reducida nómina de invitados de aquella noche también figuraban el vicesecretario del partido Javier Arenas y el ya extesorero Luis Bárcenas, imputado en ese momento por cohecho y fraude fiscal?
¿No es menos cierto que una nota oficial del partido acababa de anunciar que, tras “28 años de lealtad, profesionalidad y buen hacer”, Luis Bárcenas sólo dejaba el cargo “de forma transitoria y hasta que quede acreditada su inocencia”?
¿No es menos cierto que Luis Bárcenas acudió a esa fiesta del 24 de septiembre de 2009 acompañado por su esposa Rosalía Iglesias y que por esa época usted dirigió a uno y otro, de palabra o por escrito, comentarios del tenor de “no van a por ti, Luis, van a por mí”, “eres víctima de una persecución política” o “siempre estaré con vosotros”?
¿No es menos cierto que la coincidencia en esa fiesta tanto de Arenas, como del matrimonio Bárcenas, con usted y su esposa, explica y contextualiza la presencia del mismo Arenas y de la misma Rosalía Iglesias, en la reunión «humana» que tuvo lugar en su despacho de la calle Génova, apenas medio año después, en marzo de 2010, para pactar el nuevo status de Bárcenas dentro del partido?
¿No es menos cierto que el mismo chalé de Pozuelo, al que aquella noche acudieron simultáneamente usted y Luis Bárcenas, había sido escenario de otras fiestas de cumpleaños, sufragadas por Francisco Correa en justa correspondencia a los negocios que le permitía hacer el partido, y había servido de garaje al Jaguar, obsequiado por el propio Francisco Correa a Jesús Sepulveda, marido de Ana Mato, cuando una y otro compartían responsabilidades de gestión en la sede de Génova?
¿Y en definitiva no es menos cierto, señor Rajoy, que todos estos elementos circunstanciales desmontan su coartada según la cual las decisiones políticas y económicas se tomaban en el PP en compartimentos estancos y coadyuvan, por el contrario, al convencimiento de que como escribió el fundador y durante 25 años director de El Mundo en uno de los artículos que, a raíz de sus manejos y gestiones desde la Moncloa, le costaron el cargo, Luis Bárcenas y Mariano Rajoy eran «partes de un único cuerpo», miembros de esa misma «familia unida» que «durante casi dos décadas había controlado las finanzas, la organización, la estructura, la maquinaria del partido en suma»?
Es obvio que el presidente del tribunal Ángel Hurtado, rígido cancerbero de la comodidad de Rajoy para compensar la irreverencia de sus compañeros al citarle como testigo, habría declarado improcedente esta última pregunta y tal vez alguna de las anteriores. Si de hecho lo hizo cuando otro de los abogados planteó una cuestión tan esencial como por qué aparecía el nombre de Rajoy entre los perceptores de sobresueldos que niega haber cobrado, parece claro que también habría yugulado una línea de interrogatorio que en definitiva desembocaba en lo mismo.
Pero al menos el presidente del Gobierno que cree haber conquistado la luna por haber recogido los frutos en el empleo de la tenaz política expansiva del Banco Central Europeo -qué hubiera sido de él sin estos tres años de quantitative easing de Mario Draghi-, habría tenido que escuchar presencialmente un relato compacto que pone en evidencia sus reiteradas falsedades. Un relato en el que encajan todas las miserias que ya moldean la topografía de lo que Pedro Sánchez definió certeramente como su «indecencia» personal y política: el conocimiento y autorización de los movimientos de la caja B del PP, el cobro de los sobresueldos ilegales, el envío de los SMS como mecanismo disuasorio de la locuacidad de Bárcenas, el propio pago por Correa del viaje familiar a Canarias.
Esperemos que los portavoces de Podemos, PSOE y Ciudadanos en la comisión de investigación parlamentaria aprendan la lección y preparen la comparecencia de Rajoy con mucho más rigor
Esperemos que los portavoces de Podemos, PSOE y Ciudadanos en la comisión de investigación parlamentaria aprendan la lección y preparen la comparecencia de Rajoy con mucho más rigor que estos abogados que tan mal han dejado al gremio. Pero el paso del presidente por el deferente sillón del estrado de la Audiencia Nacional ha producido, entre tanto, una noticia muy significativa. No por lo que sucedió, sino por lo que no sucedió.
Me refiero, obviamente, a la deliberada incomparecencia de Luis Bárcenas que evitó a Rajoy no ya el careo judicial denegado -¿cómo iba a ser de otra forma?- por el servicial Hurtado, sino el propio careo físico con quien durante un cierto periodo de tiempo se convirtió en la bomba de relojería que podía estallarle en cualquier momento.
El hombre que durante nuestras cuatro horas de conversación en junio de 2013 manifestó tener grabaciones que prueban la implicación del presidente en la financiación ilegal del PP, el hombre que dio todo tipo de pistas y detalles a los periodistas Raúl del Pozo y Marisa Gallero sobre cómo obtuvo esas pruebas y dónde las escondía, el hombre que hervía de indignación al conocer las operaciones secretas de la policía para arrebatarle esos documentos, el hombre que comunicó a su abogado que al salir de la cárcel sólo diría tres palabras: «Mariano, sé fuerte», a la hora de la verdad ha decidido ahorrarle a Rajoy hasta la incomodidad de tener que cruzar la mirada con la suya. ¿Por qué?
Pues porque ya no hay ninguna duda de que ha vuelto la burra al trigo. Bárcenas ha llegado a la conclusión de que hizo un mal negocio acreditando la autenticidad de sus papeles, contando la verdad y colaborando con la justicia. Probablemente se arrepienta de haberse reunido conmigo, de haber elegido en aquel momento a un hombre íntegro como Javier Gómez de Liaño como abogado y desde luego de haber confesado lo esencial de la trama al juez Ruz. Los 19 meses en prisión preventiva le mostraron que su suerte dependía en definitiva de la benevolencia del poder y la resiliencia de Rajoy, tras la aparición de la pistola humeante de los SMS, que en cualquier otra democracia habría acabado con su carrera política, le enseñó con quién debía volver a entenderse.
Su nuevo viraje comenzó con su retirada del procedimiento en el que acusaba al PP de la destrucción de sus ordenadores y ha culminado ahora con esta espantada. Todo sugiere que algún intermediario de la catadura de Mauricio Casals, que ya desempeñó con esmero esa función, tal vez algún despacho de resonancias ilustres, ha hecho ahora de broker de un acuerdo que incluye la atenuación tanto de su horizonte penal como del cerco a su patrimonio. Sólo si Bárcenas vuelve a sentirse traicionado, reanudará su recital a capella.
Entre tanto el retorno a los escenarios del legendario Luis Mariano -ectoplasma de confluencia de la vida y milagros de esa «familia» que regía sobre Génova- domina el panorama artístico. Como ya dije hace cuatro años, la canción del repertorio del mítico artista irundarra, triunfalmente instalado en Francia, que más viene al caso es la de los «dos amigos», «siempre unidos», que van «de la mano por el mismo camino», «tanto en los días malos como en los buenos», porque «la amistad vale más que el amor».
No dejen de pinchar este enlace y tarareen conmigo en el gran karaoke del PP:
«Quand on est deux amis
et que toujours unis
sur le même chemin
on va main dans la main
on arrive à bon port.
Dans les plus mauvais jours
comme dans les beaux jours
l’amitié vaut bien mieux que l’amour.
On est toujours d’accord
à la vie, à la mort…».
Como decía aquel rudo párroco norteño: «Canten todos, hombres también».