«El Mar Menor sigue recibiendo cantidades ingentes de nitratos, lixiviados, metales pesados y demás atrezos de la variopinta comunidad de vertidos».

Seres arrinconados por la actividad humana han comenzado a ocupar los hábitats que les corresponden. Las esquivas lluvias han decidido acompañar a una primavera extraña que explota de vida en paralelo al confinamiento humano impuesto por una pandemia. Alrededor del Mar Menor, los ocres de los paisajes yermos se sustituyen por el particular verde mediterráneo y la producción de alimentos. Sin embargo, el ecosistema Mar Menor está tan antropizado que es un punto y aparte del resto de la Naturaleza.

El Mar Menor sigue recibiendo cantidades ingentes de nitratos, lixiviados, metales pesados y demás atrezos de la variopinta comunidad de vertidos. En el maremágnum informativo del «yo me quedo en casa» o el furor de las redes sociales, el pequeño mar es enfocado conforme se acercan el fin gradual del confinamiento y el estío.

Quienes no han hecho sus tareas avisan de que están empeorando los parámetros, por si alguien no se había dado cuenta. Sin embargo, a pesar del esfuerzo mediático, sabemos que la ausencia de medidas en origen, ni aún en el final, es la cruda realidad. Y no, no pueden considerarse medidas en origen evitar transformar secano a regadío o bosques a cultivos, ni siquiera la creación de cultivos nuevos, debido a que los impactos se dan porque las actuales hectáreas productivas sobrepasan el equilibrio del ecosistema y cualquier lógica de cálculo.

Y así llegan a un suspenso sideral con el que nadie con capacidad ejecutiva pasa de curso, ni con clases virtuales ni presenciales, por ignorar dos cuestiones principales; una son las competencias y funciones de cada Administración, y otra, la legislación vigente que protege al ecosistema con la consiguiente regulación de actividades de impacto.

El namométrico SARS-CoV-2 ha desarticulado los gigantescos sistemas de producción mundiales, dejando su supervivencia sometida a la capacidad de innovar desde el conocimiento. El sector primario, de acuerdo con su función, produce alimentos imprescindibles. Para la adquisición de estos alimentos y, por tanto, el funcionamiento del sector primario si no es una cooperativa subvencionada por una entidad superior, es necesario que la población tenga poder adquisitivo, pero no toda trabaja en el sector primario.

Ojo, digo población y me refiero a una población de ámbito nacional, porque alimentar al mundo teniendo familias del lugar en situación de ruina y con las fronteras cerradas para el común de los mortales, resulta improcedente en este nuevo orden mundial.

El poder adquisitivo de las poblaciones del Mar Menor tiene una base fundamental en el sector terciario. Las actividades hosteleras, de ocio, culturales, comerciales o turísticas tendrán un panorama desalentador si no son capaces de dejar de sustentar su éxito en las grandes masas.

Así que los lugareños del ecosistema impactado nos hacemos las preguntas que nos corresponden, aparte de las sanitarias y educativas. Preguntas que podrían resumirse en una: ¿cuál es el plan de supervivencia económica de Administraciones y empresas para las poblaciones residentes de la ribera del Mar Menor conviviendo con una pandemia que impide, sobre todo, la masificación? La masificación que tanto se ha promovido en nuestra costa como sinónimo de progreso. La que llenaba playas, bares, establecimientos, programas culturales o festivales.

Los marmenorenses hemos observado que se ha agudizado el ingenio de quienes estacionalmente vienen a la zona. Ni hablando mal de lo nuestro, ni con la sopa verde, ni con coronavirus y confinamiento; es llegar el buen tiempo y, ya sea de puente, vacaciones o fines de semana, que deben desplegarse las fuerzas de seguridad para contener invasiones a todas luces irresponsables a día de hoy.

Es precisamente para no colmatar el sistema sanitario ante la falta de medicinas y vacunas frente al nuevo enemigo, que cada cual se quede en el municipio donde está empadronado, cuyo servicio sanitario está dimensionado más o menos de acuerdo al padrón, cosa deseable en un mundo inteligente y en un país con fama de contar con la mejor sanidad pública.

Controlando esto sin dramas, de cara al verano, los que aquí vivimos podremos mantener la distancia en la playa, al igual que los de Madrid podrán ir al Retiro, los de Murcia al Malecón y los de La Coruña a la Torre de Hércules, por poner un ejemplo. Todo el mundo medido a la teórica capacidad del sistema sanitario de su lugar de empadronamiento.

Hoy día, las personas residentes en las poblaciones del Mar Menor estamos ante el reto de valorar el lugar elegido para vivir como un enclave de calidad que permite nuestro progreso y el cuidado de su riqueza natural. Sería ilusionante repensar los pequeños comercios de la zona con gente de la zona, que compra en su municipio. ¿Y si aportamos también un sector secundario y producimos aquí mismo? Una red local fortalecida basada en nuestros recursos, cultura, historia, basada en el espíritu de superación del Mar Menor. En lugar de creer que nos hundiremos en la ruina económica y la extinción sin las masas, busquemos en nosotros la vacuna contra la ignorancia.

 

Celia Martínez Mora