ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR
Hoy es jornada de reflexión. Reflexionemos. En la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General se recogen las normas y limitaciones para que el derecho de “sufragio universal, libre, igual, directo y secreto” pueda efectuarse en libertad y, con plenas garantías, emane la voluntad mayoritaria del pueblo español. Ahí se regulan los principios que facilitarán la alternancia en el poder de las distintas opciones del pluralismo político español.
La jornada de reflexión coincide con la víspera de las elecciones, prohibiéndose explícitamente la propaganda política, solicitud de voto, actos de campaña y los sondeos electorales. Sin embargo, en el parágrafo III de su Preámbulo, se exalta como elemento nuclear de la Ley la garantía de un conjunto de libertades como la libertad de expresión e información, que hoy estoy ejercitando. Aquí no pido el voto para nadie. Solo reflexiono públicamente sobre las actuales desdichas de España.
Las de mañana son unas elecciones trascendentales y del resultado que salga de las urnas dependerá el futuro de España. No solo se trata de elegir quién va a gobernar, sino qué va a pasar con la soberanía del pueblo español. A partir de mañana se hablará menos de los partidos y nos preocuparemos más por los bloques políticos. El bipartidismo que gobernaba España hasta hace bien poco era un sistema de alternancia política eficaz que articulaba mayorías de gobierno. Murió dinamitado, no porque fuese malo, sino por la podredumbre de la corrupción y el nepotismo que implantaron ambos, haciéndose merecedores de la condena impuesta por la sociedad. Esos dos grandes partidos competían por ganar los votos del centro. Ahora hemos ido a peor, porque ese bipartidismo ha desaparecido y han nacido dos bloques donde la voz cantante y definitiva solo la tienen los extremos.
El hastío ciudadano propició la rebelión de los indignados que fueron sometidos después por comunistas y dinamiteros; en su plena decadencia llegó el PSOE, aliándose con independentistas catalanes, Izquierda Republicana y Bildu también. El partido socialista de mil caras convertido en el doctor Jekyll. Si cuajara mañana en una mayoría ese bloque variopinto, estaríamos al borde de las desvertebración de España. Ahí están los que quieren destruirlo todo: Constitución, monarquía parlamentaria, sistema económico y alientan la autodeterminación en Cataluña y otras Comunidades, como Canarias, Baleares… En el otro lado, un segundo bloque integrado por liberales y conservadores, mas una fuerza emergente de ultraderecha.
Esos dos bloques políticos que saldrán de las urnas desprecian la formación de un tercer bloque alternativo que sería el deseado por la mayoría de españoles y vengo defendiendo artículo tras artículo. Es el bloque constitucionalista, justo el que no quiere el PSOE actual del doctor Jekyll. Si no es este, España será secuestrada por los extremos desde el lunes y la ruptura del bloque constitucionalista es el peligro real más grave que nos acecha.
Del resultado de cuanto suceda mañana depende el futuro de España. Todo lo que afecta a 47 millones de españoles; más de tres millones y medio de parados; cerca de diez millones de pensiones que cuestan más dinero del que se recauda para financiarlas; diez millones de personas con una renta por debajo del nivel de pobreza; un Estado que gasta más dinero del que ingresa, con una deuda superior al billón de euros, causando unos enormes gastos financieros que consumen gran parte de los Presupuestos.
Todo deberá afrontarlo el bloque político ganador, más otros asuntos como garantizar firmemente el cumplimiento de los principios constitucionales, no vaciarlos; resolver con decisión la crisis catalana donde se vulneran derechos y libertades cada día y se mancilla la condición de ciudadano; el modelo fiscal y la recesión económica global que está a punto de llegar; qué hacer con los jóvenes, la destrucción de empleo y la transformación tecnológica. Durante toda la campaña electoral solo hemos tenido rifirrafes, no proposiciones convincentes o alternativas, ni atisbo de una voluntad de consenso. Hemos sido testigos de enfrentamientos y luchas por el poder a cualquier precio y han estado más pendientes de la confrontación y las palabras incendiarias que de la discusión de los grandes problemas sociales, económicos y políticos de España.
Después de analizar el balance colectivo de esta campaña electoral, donde he desgranado los problemas actuales o venideros que nos acechan, llego al nudo gordiano que justifica esta reflexión. No es la Constitución la que necesita reformarse urgentemente. Es la Ley General Electoral la que hay que readaptar primero, porque está propiciando este escenario diabólico que hace imposible la gobernabilidad de España y ni siquiera es representativa de la voluntad generalizada de los españoles. Después todo lo demás.
Ahí se encuentra el origen desde donde arrancan todos los males, porque el voto de los ciudadanos no vale lo mismo en España. Las circunscripciones más o menos pobladas y el sistema de asignación de diputados son injustos y hacen imposible la gobernabilidad. Un ejemplo. Con este método, solo con 285.000 votos el PNV suele tener la llave de la gobernabilidad de España, dando siempre sus votos a cambio de algo. Esa indecencia mercantil tan egoísta y discriminatoria.
El Congreso de los Diputados es la olla a presión donde se guisa todo. Se elige al Presidente del Gobierno, se legisla y se controla cuanto se relaciona con el interés general de todos los españoles, nunca debería ser el lugar y escaparate territorial de los alborotos nacionalistas. Al Congreso solo se debe acceder por el sistema de circunscripción única; y el Senado convertido en la verdadera Cámara territorial donde se sustancien los asuntos de las Comunidades. ¿Han escuchado algo parecido a esto que digo durante la campaña electoral? No. Y así, sin poner los pies en la tierra, ni fortaleciendo la estructura de este edificio que se tambalea; sin comprender la gravedad de la confusión de votos y escaños, vamos de crisis en crisis hacia un laberinto de autodestrucción y caos. Reflexionen. En sus manos dejo el asunto.