FRANCISCO POVEDA
En Europa no entienden bien lo que realmente está pasando en España y lo cierto es que nuestras embajadas no se han empleado casi nada en explicar ‘el procés‘ y sus causas profundas a las respectivas opiniones públicas nacionales, de la Unión Europea al menos, y a sus más relevantes medios en cada país, incluida la intervención y su financiación exterior interesada por elevación para una balcanización de la península Ibérica.
Y quizás sea por el rubor que implica en una teórica democracia parlamentaria occidental haber negado la libertad colectiva de expresión a un grupo de ciudadanos españoles residentes en Cataluña a través de un referendo consultivo (cuando el resultado implica únicamente la manifestación de la voluntad general o popular de forma no vinculante) que, en la fecha de su planteamiento, hubiese arrojado unos resultados porcentuales previsibles y muy distantes de lo que significarían hoy de realizarse tras un acuerdo político previo entre Madrid y Barcelona.
Ahí Rajoy no estuvo políticamente muy fino entonces y de aquellos polvos… estamos donde estamos y posiblemente a donde vamos. Aunque bien es cierto que el Gobierno central no puede admitir, ni el sistema oneroso de las autonomías regionales artificiales puede aguantar, que la contribución fiscal del 20% del PIB español aspire a un sistema de conciertos o cupo como el del País Vasco (5%) o Navarra (2%) a base de aportaciones cuasi simbólicas al erario público de la Nación en el marco de la reforma del Estatuto de Cataluña.
Explique lo que explique y donde lo explique, Rajoy ha salido del Gobierno por no asumir su responsabilidad política, personal y colegiada, ante el desafío catalán. Y Sánchez entró de urgencia en Moncloa, presumiblemente de la mano de Zarzuela y el Ibex, para encauzar un entuerto de tal envergadura mientras se regenera una derecha conservadora estructuralmente corrupta, se revela el escaso peso específico de un C’s de plastilina y se verifica el techo electoral de un neocomunista Podemos ante la recuperación constatable del voto socialista antes de convocar unas nuevas elecciones generales todo lo tarde en el tiempo que se pueda para que el régimen del 78 pueda recuperar el aliento y apuntalar a la Corona ante los crecientes embates republicanistas de diferentes procedencias.
Porque aquí entendemos cualquier referendo como plebiscito es por lo que no se hizo en 1978, diferenciado del de la nueva Constitución, el del sistema de Gobierno (monarquía o república) que hoy, en 2018, aún parece pendiente para legitimar democráticamente a la Corona cuya única decisión existencial actual proviene de las Cortes de Franco en primer lugar y, en segundo, de la dinástica de don Juan de Borbón desde un punto de vista de sucesión interna al entenderlo todo como una reinstauración de lo desechado en 1931 por unas elecciones municipales concluyentes.
Pero la Corona puede y tiene que hacerse útil en tiempos tan turbulentos si es que aspira a sobrevivir en España. Nunca entendí muy bien como no se renovó por completo el equipo de Zarzuela con la ascensión al Trono de Felipe VI. Y ahora aún lo entiendo menos al trascender que el cuestionado desde Cataluña discurso real del 3-O se coció en los entornos del monarca, lo que todavía puede resultar más problemático de cara a las periferias del país y sus élites más liberales por ilustradas.
El resultado es que la sociedad española más inquieta por joven, bien formada y progresista ha elegido este simbólico 12 de octubre para debatir sobre la abolición de la monarquia parlamentaria tras el cuestionamento que se ha producido horas antes en el Parlamento catalán.
Y puede continuar en algunos ayuntamientos de las llamadas nacionalidades históricas, desde Galicia a las Vascongadas y hasta de Baleares, visto el poco entusiasmo ante el llamamiento del constitucionalista PP para cubrir hoy todas las fachadas de nuestras viviendas con la enseña nacional con motivo del 12 de octubre.
Su escasa capacidad de convocatoria tiene mucho que ver con la corrupción sistémica, la degradación general y la ascensión de los populismos, que explican el fenómeno catalán y la falta de credibilidad, por agotamiento, del régimen del 78 en todo su conjunto, hasta el desprestigio en Europa de nuestra Justicia por su infiltración política definitiva al margen de la Fiscalía.
Con todo, lo más preocupante e inquietante es la falta de un liderazgo nacional que tan bien supo encarnar el actual rey emérito Juan Carlos I. Desde Pablo Iglesias hasta Felipe VI, pasando por Pablo Casado, Albert Rivera, Pedro Sánchez y hasta Alberto Garzón, no se han revelado como líderes en coyuntura tan propicia como la de ahora para poder demostrarlo con un poco de esfuerzo. Y esa es la verdadera tragedia nacional que puede dar lugar a todo tipo de riesgos interiores y exteriores para conservar las esencias culturales e históricas que sustentan identidad, folklores aparte.
Meses después de la moción de censura en el Congreso, la derecha se ha fraccionado en tres partidos extremos que han regalado el centro al PSOE mientras la izquierda reformadora y transformadora reside en Podemos, por lo que cabe concluir que en unas eventuales elecciones próximas, y coincidiendo con el CIS, hoy ganaría con holgura el centro-izquierda frente a los nacionalistas incluso, por un significativo deslizamiento del voto con las posibles excepciones de Andalucía, Cataluña y puede que hasta el País Vasco, según coinciden sociólogos expertos en demoscopia.