FERNANDO SALGADO

 

Amaneció el 2019 con una buena noticia: el empleo continúa creciendo, el paro sigue bajando. El número de afiliados a la Seguridad Social se incrementó en más de 564.000 personas el año pasado. En el último lustro se crearon 2,5 millones de puestos de trabajo, a razón de medio millón en media anual. El paro experimentó su sexta caída anual consecutiva. Pero la noticia, de vida efímera y escasa resonancia, sobrevoló sin pena ni gloria el convulso escenario político y se apagó rápidamente. Ni siquiera mereció una frase de compromiso de nuestros próceres, ocupados en zurrarse la badana en donde les duele electoralmente: el intento de la izquierda de domesticar el independentismo catalán, el empeño de la derecha en blanquear a Vox. Cataluña y Andalucía han puesto al descubierto los talones de Aquiles de unos y otros, mientras que el dato de empleo no ofrece (todavía) réditos electorales a nadie: ni le permite sacar pecho al Gobierno, un recién llegado que alcanzó el poder en plena fase expansiva de la economía, ni le proporciona munición a la derecha en su feroz asedio a la Moncloa.

Ahí radica precisamente el envés de la noticia. Su cara negativa: funciona como un narcótico. Desactiva el sistema de alarma y convierte las predicciones económicas, que anuncian el agotamiento del ciclo expansivo y no descartan el estallido de una nueva recesión, en la broma pesada del pastorcillo del cuento: ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Y como el lobo no asomó todavía el hocico, nos creemos a salvo de las turbulencias que se avecinan e inmunes a la gripe, simplemente porque la epidemia se retrasó este invierno.

Las señales de alarma son evidentes. Las bolsas mundiales perdieron el 14 % de su valor -el índice de la española cayó un 11 %- en tres meses. Los tipos de interés, que se movían a ras de tierra, comienzan a repuntar. Los bancos centrales, y el BCE en particular, apagan las máquinas que fabricaban dinero a espuertas para regar la economía. La guerra comercial entre Estados Unidos y China se recrudece. El acuerdo del brexit, que debería evitar una ruptura traumática, pende de un hilo. La economía de la eurozona se debilita y algún país central, como Italia, probablemente ya atraviesa la recesión. El ministro alemán de Finanzas, el socialdemócrata Olaf Scholz, sentenciaba este domingo: «Se acabaron los años de vacas gordas».

¿Alguien puede creer que, en ese contexto, España sorteará el pedrisco que viene? No solo el contagio será inevitable, sino que nos pillará con las defensas más bajas. Primero, porque, a diferencia de Alemania, aquí no hubo años de vacas gordas desde el 2008: aún no hemos salido del túnel de la crisis, ni recuperado los tres millones de puestos de trabajo destruidos, ni revertido la precarización del empleo. Segundo, porque la losa de la deuda pública estrangula el margen de maniobra fiscal para afrontar otra crisis. Tercero, porque los políticos no abrirán el paraguas hasta que descargue el chaparrón; y después, tampoco: lo usarán como bastón para seguir moliéndose a golpes.