¿Qué busca Pedro Sánchez en unas nuevas elecciones? Es decir, si está dispuesto a ir a las urnas debe pensar que dibujarán un escenario nuevo. ¿Cuál es ese escenario? Se han manejado diferentes hipótesis, aunque ninguna convincente. Repasémoslas.

En algo coinciden casi todos los análisis: por mucho que los socialistasincrementen su apoyo en una repetición electoral (algo que está por ver) se quedarán lejos de la mayoría absoluta y necesitarán (seguirán necesitando) un socio, o varios, para armar una mayoría de Gobierno. ¿Tal vez piensan los socialistas que Iglesias se avendrá a un Gobierno en solitario después de sufrir un ‘revolcón’ electoral? Podría ser una explicación, pero es dudoso que unas elecciones vuelvan a Iglesias más dócil. Los animales heridos son más peligrosos. Y además puede ocurrir que, aun perdiendo apoyo en escaños, Iglesias salga fortalecido, por ejemplo si PSOE y Podemos alcanzan entre ambos la mayoría absoluta, algo que les otorgan muchas de las encuestas que se publican estos días.

¿Podría ser ese precisamente el objetivo de las nuevas elecciones? ¿Engordar con una decena de diputados el bloque de izquierdas para dejar de depender así de los independentistas catalanes? Esta explicación parece más verosímil, aunque pincha en un elemento fundamental: si Sánchez está pensando en gobernar con Podemos después de unas nuevas elecciones (ya sin apoyo independentista), no parece estar tejiendo la confianza necesaria entre ambos.

Ninguna de estas explicaciones resulta muy sólida, sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que arriesga Sánchez en unos nuevos comicios: perder la Moncloa. ¿Cuál es entonces el verdadero objetivo de Sánchez? Tras muchas vueltas, mi conclusión es que su verdadero objetivo es este: dejar KO a Iglesias, y a continuación conseguir «gratis» la abstención de Ciudadanos. ¿Cómo? Suministrándole a Rivera la misma medicina que el propio Sánchez tuvo que ingerir en 2016. Repasemos los episodios de entonces para entender cómo se podrían repetir ahora.

La repetición de elecciones en junio de 2016 no arrojó mucha luz sobre el resultado de los primeros comicios. El PP subió una decena de escaños, pero como fue en gran medida a costa de Ciudadanos la suma de ambos partidos siguió lejos de la mayoría absoluta. Los socialistas perdieron cinco escaños, debilitando aún más el liderazgo de Sánchez, pero al evitar el ‘sorpasso’ de Podemos, y la propia incertidumbre política frenaron los movimientos internos en el Partido Socialista. Lo único claro tras la repetición electoral fue que cualquier mayoría pasaba de nuevo por el Partido Socialista. En lo fundamental nada había cambiado.

El resto es bien conocido: Sánchez en un principio contempló la hipótesis de la abstención socialista pero flaqueó ante el temor de que sus críticos le empujasen a la abstención para convertirla en su epitafio político. El resultado en las autonómicas vascas y gallegas, muy malo para los socialistas, terminó por provocar el enroque en el «no es no»: Sánchez convocó un congreso exprés para reforzarse y explorar otras alternativas, ante lo cual dimitió más de la mitad de su Ejecutiva. Finalmente, los socialistas se abrieron en canal en un Comité federal con espectáculo de sangre, cuchillos, autoridades únicas y urnas escondidas detrás de las cortinas.

La presión sobre Cs se intensificaría: ¿permitiría Rivera unas terceras elecciones? Con un agravante: la posición de Rivera sería mucho más débil

Volvamos al presente. ¿Y si lo que busca Sánchez con unas nuevas elecciones es que Ciudadanos sufra un desgarro similar? ¿Y si de hecho fuese un escenario posible, incluso probable? Como en tantas otras cosas, puede no cambiar nada para que cambie todo. Veamos cómo.

Empecemos suponiendo que, en efecto, nada cambia sustancialmente en una repetición de las elecciones. Se producen algunos movimientos dentro de cada bloque, como ya pasó en 2016, pero las mayorías no se alteran. Suben los socialistas a costa de Podemos, y también el Partido Popular en detrimento tanto de Vox como de Ciudadanos. Sería el típico movimiento centrípeto de unos votantes cansados del bloqueo institucional. ¿Qué pasaría entonces?

Seguramente, PSOE y Podemos ni se molestarían en negociar. Si no existe confianza entre ambos, ¿Por qué va a reconstruirse después de unas nuevas elecciones? Los socialistas habrían conseguido dejar a Iglesias KO: después de rechazar un Gobierno de coalición en julio, los votantes lo habrían castigado en las urnas, mientras reforzaban a Sánchez. Los socialistas se habrían armado de razones para seguir resistiéndose a una coalición con Podemos. A continuación, las miradas se volverían irremediablemente hacia Ciudadanos, sobre todo si la suma de naranjas y socialistas sigue por encima de 175 diputados (algo probable, ya que se prevé una subida socialista mayor que la caída que se augura para Ciudadanos).

La presión sobre Ciudadanos se intensificaría: ¿permitiría Rivera unas terceras elecciones? Con un agravante: la posición de Rivera sería mucho más débil: al quedar rezagado respecto a Casado, Rivera tendría dificultades para defender su estrategia. Muchas voces le pedirían volver a su condición de partido bisagra. La presión, interna y externa, sería comparable, o incluso mayor, a la que sufrió Sánchez en 2016. El resultado final sería casi perfecto para los socialistas: Ciudadanos acabaría o roto o entregando sus votos «gratis» antes de forzar unas terceras elecciones (o las dos cosas). Podemos, lamiéndose las heridas. Y los socialistas, gobernando en solitario. Asistidos por los votos de Ciudadanos, pero sin sentir la presión de su dentadura. Y, de tanto en tanto, recibiendo el apoyo de Podemos para algunas medidas, las más sociales, con Iglesias, otra vez, presto a purgar sus errores dando todas las facilidades al Gobierno.

¿Tiene en su mano Rivera evitar esta encrucijada? Puede, al menos, hacerlo mejor que Sánchez en 2016. Lo primero, ver venir la jugada. En 2016, ya fuese por ceguera o por resistencia a lo evidente, los socialistas nunca quisieron reconocer que ocupaban el centro del mecano. Ahora la situación no es exactamente comparable, porque Sánchez sí dispone de una alternativa que no pasa por Ciudadanos: el acuerdo con Iglesias. Pero si finalmente el pulso que estamos viviendo deja KO a Iglesias, si Podemos vuelve al extrarradio de la política, Ciudadanos pasaría a la silla caliente de la política española.

La segunda lección a extraer de 2016 es combinar las luces del escenario con las bambalinas. Se ha criticado la desaparición de los líderes de la derecha durante estos meses. Pero en tanto no se resuelva el guirigay de la negociación entre PSOE y Podemos, lo mejor que puede hacer cualquier dirigente político es dejarles todas las cámaras. Como decía Napoléon, «cuando tú enemigo está cometiendo un error, no lo interrumpas». Tal vez uno de los mayores errores de Sánchez en 2016 fue su excesivo protagonismo: apenas unos días después de las primeras elecciones, viajó a Lisboa con el único objetivo de atraer hacia sí mismo la atención política (quizás una cualidad inmanente al personaje).

Y la tercera lección es, aun sabiendo manejar los tiempos, tener planes para cualquier contingencia. Los socialistas en 2016 siempre fueron a rastras. El resultado fue el peor posible: facilitaron la investidura de Rajoy sin conseguir nada a cambio, y por el camino se abrieron en canal, con heridas que todavía supuran. En mi opinión, resistirse de manera numantina no era una opción viable, porque significaba seguir repitiendo elecciones hasta que los socialistas fuesen irrelevantes. Las mejores opciones que tenían sobre la mesa eran estas dos, tal vez incluso combinadas: pedir la cabeza de Rajoy, apuntándose la muesca del cambio político, y formar un Gobierno de coalición «a la alemana», gestionando carteras con fuerte contenido social desde las que impulsar medidas confiando que en cuatro años los ciudadanos supiesen recompensarlo.

¿Cuáles serían las opciones de Ciudadanos después de la repetición electoral? Tampoco, en mi opinión, la resistencia. Eso sería el ‘Sanchicidio’. Una mezcla entre el suicidio y el homicidio doloso. Seguir repitiendo elecciones hasta que Ciudadanos se volviese irrelevante. Tal vez, en cambio, sí lo fuese una ‘abstención técnica’, pactada al alimón con el Partido Popular. O incluso un acuerdo de coalición con los socialistas, con exigencias claras sobre Cataluña, sobre una reforma electoral, educativa, de pensiones. Y también sobre nombres propios. Porque si hay elecciones en noviembre, y de allí vuelve a salir un parlamento cojo, quizás sea el momento de preguntarse si el actual Presidente en funciones, incapaz de formar Gobierno cuando gana ni de permitirlo cuando pierde, si su serpenteante personalidad, sus súbitos cambios de criterio y su adicción a las campañas electorales se han convertido en uno de los obstáculos más importantes para la normalización de la vida política española.
 
 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL