Convocar las elecciones generales para el 28 de abril ha sido la segunda mejor decisión estratégica de las que pudo tomar Pedro Sánchez. La primera habría sido hacerlo inmediatamente después de presentar en sociedad al Gobierno bonito. Mejor para el país y, muy probablemente, también para el PSOE.

La exitosa moción de censura reportó numerosos beneficios para la posición electoral del PSOE, hasta entonces lastimosa. El principal fue que su base electoral se reactivó, pasando de la melancolía a la euforia. Los votantes socialistas celebraron el inesperado reencuentro con el poder y el ver a su rival histórico abatido. Las encuestas lo registraron inmediatamente.

Además, tuvo efectos dañinos para los otros tres partidos. Convirtió a Podemos en fuerza subalterna, jugando un papel desconcertante para sus seguidores: ni en el poder ni contra el poder. Reventó el ambicioso proyecto macroniano de Rivera, que tardó meses en reorientar la brújula. Y exacerbó el malestar de los votantes del PP, que ya venían enfurecidos por la corrupción y por el humillante fracaso gubernamental del 1 de octubre y, para colmo, tuvieron que ver cómo Rajoy se dejaba arrebatar el poder sin ofrecer mayor resistencia que un bolso en su escaño.

Sin Frankenstein, Vox seguiría apagado; y sin Vox, Sánchez no estaría en la cresta de la ola de las encuestas

La alianza con los nacionalistas sometió a Sánchez a un peligroso desgaste. Pero, a la vez, terminó de crear la atmósfera propicia para la mejor noticia que ha recibido: la irrupción en el escenario de Vox y la consiguiente fragmentación en tres tercios del espacio situado a su derecha. Sin Frankenstein, Vox seguiría apagado; y sin Vox, Sánchez no estaría en la cresta de la ola de las encuestas.

La derrota de Susana Díaz resultó providencial para Sánchez. No solo por la satisfacción de ver rodando por el suelo a su inicial valedora y después enemiga mortal, sino porque la irrupción de Vox como quinto partido, seguida de la formación del Gobierno tripartito andaluz, tuvo efectos en cadena, todos favorables para él.

Si muchos moderados contemplaban con aprensión la perspectiva de un Gobierno de Sánchez e Iglesias asociado al independentismo, en Andalucía cobró corporeidad otro horizonte inquietante: el de un Gobierno de Casado y Rivera ayuntado a la extrema derecha. Amistades peligrosas, dos pesadillas para elegir.

Pedralbes dio a Casado y Rivera su argumento para expulsar al PSOE del espacio constitucional; y el pacto andaluz dio a Sánchez el suyo

No hay mal que por mal no venga. Pedralbes dio a Casado y Rivera su argumento para expulsar al PSOE del espacio constitucional; y el pacto andaluz dio a Sánchez el suyo para ubicar al PP y a Ciudadanos en la extrema derecha posfranquista. Si ambas partes tienen razón, no quedan constitucionalistas en España. Una doble brutalidad que es el sueño de cualquier estratega de la polarización: destruir las conexiones en el espacio central para crear una dicotomía tóxica. En algún lugar del microcosmos en el que habitan los alquimistas de la política, Iván Redondo intercambió un guiño cómplice con Steve Bannon. Hoy por ti y mañana por mí.

Todos picaron el anzuelo. Iglesias tocó a rebato y llamó a la resistencia antifascista, lo que equivale a aceptar el liderazgo de Sánchez como mal menor y ponerse a su disposición. Le hicieron caso: en los dos últimos meses, más de medio millón de votantes de Podemos han migrado al campamento socialista.

En las elecciones territoriales, la fragmentación de la derecha no impide que se esfumen cientos de gobiernos de la izquierda

Casado, aterrorizado por el vendaval de Vox que desarbolaba su barco por estribor después de que Ciudadanos lo hiciera por babor, se embarcó en una carrera histérica no para combatir el virus que infecta sus filas sino para reclamar la propiedad intelectual del nuevo producto: señora, no vote sucedáneos pudiendo elegir la marca original.

Rivera, ya embarcado sin remedio en el dudoso experimento andaluz (¿era realmente imprescindible formar parte de ese Gobierno?), no vio otra que apuntarse a competir por ese lado del cuadro, con la quimérica esperanza de llegar a la meta un centímetro por delante del PP, sumar entre los tres y tratar al menos de pilotar el monstruo resultante.

De todo ello vinieron dos favores más para Sánchez: el espectro de Colón oscureció al de Frankenstein y su frontera con Ciudadanos, tan desfavorablemente porosa para él hace unos meses, quedó sellada. Ya no es una frontera, sino una trinchera. Una más.

Redibujado a su favor (y a favor de Abascal) el campo de batalla, solo faltaba ordenar la agenda. ¿Generales antes o después de municipales y autonómicas? Aquí es donde los números del sistema electoral son inapelables.

¿Por qué ir a unas generales con la losa de un fracaso previo en las territoriales? Mucho mejor invertir el orden

En las elecciones territoriales, la fragmentación de la derecha no impide que se esfumen cientos de gobiernos de la izquierda, conseguidos de carambola en 2015 gracias a la crecida de Podemos y sus confluencias. Ahora Vox entraría en todos los ayuntamientos y parlamentos autonómicos y el modelo andaluz se reproduciría en toda España.

En las generales, el pequeño tamaño de las circunscripciones provinciales permite que actúe de lleno el castigo a los espacios políticos fragmentados y a los partidos medianos y pequeños. Funciona así: en los 35 distritos que reparten seis escaños o menos, el quinto partido (presumiblemente, Vox) quedará inexorablemente fuera del reparto. El cuarto (probablemente, Podemos) también quedará excluido o entrará por los pelos. Se agiganta el premio para el que ocupe la primera posición (verosímilmente, el PSOE), especialmente si obtiene una ventaja importante sobre el segundo (presuntamente, el PP). El tercero (hipotéticamente, Ciudadanos) no depende de sí mismo y queda a verlas venir.

¿Por qué ir a unas generales con la losa de un fracaso previo en las territoriales? Mucho mejor invertir el orden: una victoria resonante en abril que prolongue sus efectos un mes más tarde, tal como sucede en Francia con las presidenciales y las legislativas. El 26 de mayo, el PSOE aparecerá como vencedor de las elecciones; pero aún no habrá Gobierno, por lo que capitalizará el éxito sin pagar el coste de una segunda alianza con los separatistas (de hecho, seguirá negando ese pacto incluso después de consumarlo).

El mismo día del anuncio, el PSOE tenía ya una campaña llave en mano, completamente amueblada en la parte discursiva y en la operativa

No fue el rechazo de los Presupuestos lo que desencadenó la convocatoria de las elecciones. Más cierto parece que el Gobierno se encaminó voluntariamente hacia la votación presupuestaria consciente de que seguramente la perdería, buscando uno de estos dos desenlaces: una improbable victoria que le diera aire para seguir hasta el verano de 2020, o una confortable derrota que le suministrara la coartada para convocar inmediatamente. Por distintos motivos, hay al menos tres personas en el Gobierno que, a buen seguro, habrán celebrado que cayera el Presupuesto: la ministra de Economía, el de Fomento y el director del gabinete de la Presidencia del Gobierno.

Desde lo que pasó en Andalucía, Sánchez y su equipo han tenido tiempo para madurar su decisión y hacer planes. El mismo día del anuncio, el PSOE tenía ya una campaña llave en mano, completamente amueblada en la parte discursiva y en la operativa. Sus rivales, encelados con el calendario anterior, aún hoy están pergeñando apresuradamente algo que se parezca a una estrategia.

¿Significa esto que Sánchez se ha asegurado el próximo Gobierno? En absoluto. Para eso tendría que haber tomado la primera decisión, la que desechó al llegar a la Moncloa. Desde entonces, todo es caminar sobre el alambre. Pero entre farol y farol, va sacando el máximo partido posible de sus modestas dobles parejas.

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL