La dinámica de polarización de la política española invita a preguntarse sobre sus causas. Por supuesto, el principio electoral que coloca en la mitad más uno el umbral de la victoria la favorece. En los sistemas bipartidistas, los dos grandes marcan los territorios y los pequeños esperan su oportunidad para cobrarse el voto de complemento al partido que llega primero. Cuando el número de actores con posibilidad de tener un papel determinante aumenta se impone, para cerrar filas, una polarización ruidosa como la que estamos viviendo.

Si, como es el caso, la ruptura del corporativismo bipartidista coincide con la irrupción de fenómenos sociales y políticos que van al límite de las hechuras del statu quo, la tensión se dispara. Desde principios de esta década, la calma sistémica del régimen del 78 se ha visto alterada por tres irrupciones: la conversión en partidos políticos de los movimientos sociales surgidos de la tremenda resaca (llamada austeridad) de la crisis de 2008, con la cuestión ecológica como una de sus banderas; la mutación del nacionalismo catalán al independentismo, desafiando la estructura del Estado; y el cambio de paradigma del feminismo, que en los dos últimos años ha alcanzado una implantación social desconocida. Tres apuestas que, de forma diferente, son subversivas para los poderes establecidos.

El independentismo apela a los fundamentos de las democracias liberales: la nación como marco natural del Estado, de modo que no contesta el modelo sino que pretende el paso de Cataluña de potencia (nación) a acto (Estado). El ecologismo y la revolución femenina representan hoy las únicas propuestas emancipadoras que pueden abrir la posibilidad de recuperar la ilusión perdida del progreso y frenar la evolución en curso de la democracia liberal hacia el autoritarismo posdemocrático.

Estos elementos de ruptura generan una reactividad cada vez más agresiva. En los conflictos identitarios las pasiones andan sueltas; la virulencia con que la derecha está respondiendo al feminismo demuestra que ha ganado crédito como amenaza a las estructuras patriarcales que conforman nuestras sociedades. Y no hay disposición a ceder.

Si atendemos a las encuestas, por fin aflora en la opinión pública cierta inquietud ante las tentaciones autoritarias que cada vez se escenifican con más descaro. Y el electorado empieza a desperezarse. En la disputa entre el PSOE y el tridente de la derecha, Podemos, víctima de sus infantiles desavenencias, ha quedado desplazado a la zona de sombra, lejos de la dinámica del voto útil que pasa por entero por los socialistas. Al mismo tiempo, la alineación incondicional de Ciudadanos con Vox y PP contribuye a ensanchar el espacio de Pedro Sánchez, que puede tener premio como mal menor. Pero esto no acaba el 28 de abril. La reacción continuará. O Europa despierta o la venganza poscolonial será cumplida: en unas sociedades bajo control tecnológico, roídas por la desigualdad, el modelo de despotismo chino tiene todas las de ganar.

 

 

FUENTE: ELPAIS