Elton es el perro pastor que busca a Gabriel en Níjar. Lleva 11 años al servicio de la Guardia Civil. Ha participado en 400 casos de desparecidos y fue el que encontró a Diana Quer y el que buscó a Marta del Castillo. Puede rastrear a partir de muestras de sangre seca y es capaz de detectar más olor de una muestra biológica humedeciéndola con su propia respiración. Los perros cumplen con su deber donde se les ponga: guardan los rebaños, guían a los ciegos, acompañan a niños autistas, desactivan bombas, nunca abandonan a los mendigos y respetan a los muertos. Sobrevivieron al hambre, a las pedradas, al cólera, al moquillo, incluso a la artritis desde que son tratados como personas.

En la España dura de la posguerra se les consideraba unos predadores llenos de pulgas que robaban la merienda: los apedreábamos. Aún hoy se ahorca a los galgos después de las temporadas de caza. Luego llegó el prodigio y los perros empezaron a ser tratados como ciudadanos, están a punto de conseguir el voto. Los nuevos agitadores piensan que se ganan bien lo que se comen y cumplen una función social. Yo he tenido varios chusqueles; ahora, a Dana, mi perra y la de mis vecinos Beatriz y José Luis, que es un ovillo de algodón con ojos de ser humano que guarda las dos casas con empaque de leoncita. Ladra ferozmente a los ladrones o a los desconocidos que no le gustan. Me mira como Argos miraba a aquel errabundo y mujeriego navegante pensando que era Ulises; o como aquel Boatswain, bello, sin vanidad, adoraba a George Gordon -la persona- pensando que era Lord Byron -el personaje-.

Pablo Iglesias y Arturo Pérez-Reverte, dos mundos como representación, se retratan cada día con perros abandonados: en sus cuentas de Twitter auxilian a los chuchos y buscan adopciones. Arturo escribió Perros e hijos de perra, en el que probaba que ningún ser humano vale lo que un buen perro. Pablo recuerda en sus mensajes el poema de Neruda: «Y yo, materialista que no cree/ en el celeste cielo prometido/ para ningún humano,/ para este perro o para todo perro/ creo en el cielo, sí, creo en un cielo/ donde yo no entraré, pero él me espera/ ondulando su cola de abanico/ para que yo al llegar tenga amistades».

Schopenhauer, cuando era un bello anciano de ojos azules, sólo hablaba con su perro y pensaba que la vida sin su acompañante hubiera sido un error. «La vista de cualquier animal me regocija y me ensancha el corazón, sobre todo la de los perros, y luego la de todos los animales en libertad, aves, insectos, etc.». Comparaba la lealtad de su caniche con la falsedad y la hipocresía de los hombres.

 

 

 

 

 

 

FUENTE: ELMUNDO