Corría el año 2004. Mediados del mes de junio. Rueda de prensa en La Moncloa. La protagonista del acto era la entonces ministra portavoz del Gobierno: María Teresa Fernández de la Vega. ¿Se acuerdan? A su lado comparecía la también ministra Cristina Narbona. Do you remember again?
En el lugar de los hechos, finalizaba ya la ronda de preguntas protagonizada por los informadores. Había que terminar y la vicepresidenta del Ejecutivo intervino muy tajante: “La última, la última. Por ahí”.
En ese momento, discretamente, Narbona se inclinó hacia su compañera y, mientras señalaba a otra parte de la sala, le susurró: “Por allí nos miraban…”.
Entonces, un micrófono indiscreto inmortalizó para siempre la memorable respuesta de la vicepresidenta: “Sí, pero por allí son muy peligrosos”.
Aquel día, De la Vega dejó clasificados a los periodistas en dos grandes grupos: por un lado, los de confianza, los amigos, los pacíficos, los inofensivos, los fáciles, los cómodos; por otro, los “peligrosos”. ¿Se dan cuenta del planteamiento?
La escena me ha venido a la cabeza tras escuchar, catorce años después de aquel suceso, a la ministra portavoz del Gobierno Sánchez, también socialista, arremeter contra la profesión periodística desde la Cadena SER.
Por lo pronto –ha dicho, el fallo de los comunicadores es que hay medios de comunicación “muy exquisitos” (tela) que “a veces amplifican la primera toma de contacto” del Gobierno con respecto a un tema, donde puede producirse alguna “disfunción”. Eso provoca mala imagen, pese a la buena gestión global –añade- del Ejecutivo.
O sea, que según el consejo de la ministra portavoz los periodistas debemos evitar tomarnos demasiado en serio las primeras versiones del Gobierno sobre leyes, medidas, decisiones, anuncios… Debemos interpretar que son borradores por pulir, susceptibles de cambios incluso de raíz. Muy lógico todo y muy sensato, claro. Esto es mucho mejor que pedirle al Ejecutivo que medite mejor las cosas y sólo dé luz verde a los proyectos razonables.
Si se entiende todo muy bien. Eso evitaría el ridículo papelón de este Gobierno con tantas rectificaciones, parches y enmiendas a sí mismo. Mi duda es si la culpa de todo esto es de los periodistas o de la escasa preparación de quienes dirigen los ministerios.
Por si esto fuera poco, según Celaá, los periodistas debemos tener cuidado incluso sobre qué y cómo preguntamos por los asuntos. Ha hablado de “preguntas condenatorias”, que a su juicio “no se pueden consentir”.
Si hiciéramos caso a la ministra portavoz, se trataría de convertir el oficio de informar en sesiones de ‘periodismo masaje’. Ejercer una función de voceros pacíficos, inofensivos y mansos. Así se vive mucho mejor, no lo dudo. Pero va a ser que no.
FUENTE: ELCONFIDENCIALDIGITAL