“Ellos querían cronificar esta crisis, pero nosotros somos más cabezotas”. (Sánchez, ayer en Barcelona, ante los mandos de la Policía Nacional).
Si las encuestas están bien tiradas y el día 10 se confirman sus tendencias dos dirigentes, dos, Pedro Sánchez y Albert Rivera, estarían incapacitados para seguir al frente de sus partidos. Esto sería así en un país instalado en la normalidad y con un alto sentido de la democracia y la responsabilidad de la clase política. En España, ni una cosa ni otra están acreditadas. Es más, hace mucho tiempo que desconocemos los efectos de una y otra circunstancia. Albert Rivera vive en un lío, tan grande que ya quiere ser él el que meta a los malos en la cárcel. Menos mal que tiene a Villegas de recoge pelotas para enmendar el borrón, y ni aun así se pueden entender las cosas que dice. Es difícil equivocarse tanto y en tan poco tiempo.
Un capricho de la Historia
Pedro Sánchez es un hombre instalado en una sola lógica, la electoral. En consecuencia sólo tiene un principio, el político, siempre que beneficie a su partido. Ergo sólo tiene una obsesión, mantenerse en la Moncloa cueste lo que cueste. Lo que pueda interesar a España es asunto menor ante este hombre que por un capricho de la Historia dirige el país en vez de estar dando clases en una Universidad privada, que era para lo que se supone -se supone-, se estaba preparando cuando tuvo aquella idea de tirarse a la piscina, con agua o sin ella, y disputarle el liderazgo del PSOE a Susana Díaz, una de las dirigentes más sobrevaloradas de este siglo.
Sánchez, y ese inquietante edecán que le acompaña y susurra qué hacer, creyó en su momento que él era el hombre para este país. No escribo estadista porque no quiero soliviantar a mis lectores, y porque sería una exageración. Y yo, cabezonerías así no uso. Desde esa visión ha tomado decisiones, y con esa forma de entender la política ha mentido, ha corregido sus mentiras, las ha ampliado y escondido y ha dejado al PSOE, que un día conocimos como un partido útil para España, irreconocible. Puro pragmatismo. Adriana Lastra, la número dos o tres del partido, es el epítome de dirigente de la formación que sustenta al Gobierno en funciones. Sale mucho en la televisión, pero no hay forma de recordar algo que tenga la más mínima hondura. Así está el PSOE. Pura cabezonería.
Sánchez pudo formar Gobierno, no quiso. O no le convenía en ese momento. Engañó a su “socio preferente” que era Podemos, y lo hizo una y otra vez. Pudo ensayar la fórmula de la gran coalición con el PP o con Ciudadanos; ni se movió. Prefirió enviarnos por cuarta vez a votar, lo que hará que el Estado se gaste en el capricho del cabezón 140 millones de euros. Ignoró los consejos de quien le recomendaba prudencia y valentía. No es ni una cosa ni la otra. Tampoco podía serlo ya. Cuando te metes en un bucle en el que haces que la izquierda -«Somos la izquierda», dice el cartel del PSOE- pacte con los nacionalistas, consagrando así una verdadera aberración histórica, rompes todos los puentes con el resto de los partidos.
Viven bien dirigiendo sus gobiernos regionales y creen que nada pueden hacer. Una vez intentaron echarlo, fracasaron. Para qué intentarlo otra vez si tiene una flor en el culo
Por eso no debería extrañarnos que Pablo Casado en este momento exija a Sánchez que se deshaga de todas las alianzas con los nacionalistas si quiere su apoyo, ahora que Cataluña tiene la forma de un adoquín en el aire. Pero ya no puede parar. Y por eso es rehén de estos partidos antiespañoles que un día lo hicieron presidente. Y por eso sigue siéndolo ahora que los líderes de esos partidos que le votaron están condenados por el Supremo o están en busca y captura. Ya no puede parar más allá de mandar una carta a Torra pidiéndole que sea bueno y condene la violencia y represente con dignidad su cargo. ¿Qué dijo la sartén al cazo?: apártate que me tiznas. ¡Ay, Pedralbes! ¡Ay, aquel paseo por la Moncloa frente a la fuente de Guiomar! ¡Ay, aquella foto vergonzosa en la Moncloa de un Torra con el lazo amarillo en la solapa y Sánchez sonriente dándole la mano! ¡Ay, qué pena!
Meter en la cárcel
Si el día 10-N Pedro Sánchez -ese que, en expresión de Jesús Cacho, se toca los huevos en La Moncloa mientras arde Cataluña-, saca un escaño menos de los 123, debería quedar amortizado. Fuera de circulación. Es verdad que para eso hace falta un partido fuerte, poderoso, y con dirigentes sin ataduras. No los hay. Ni siquiera aquellos que lucharon para que no volviera están en disposición de hacerlo. Viven bien dirigiendo sus gobiernos regionales y creen que nada pueden hacer. Una vez intentaron echarlo; fracasaron. Para qué intentarlo otra vez, pensarán, si el cabezota tiene una flor en el culo.
Mientras tanto vive en el error, y puede que ni lo sepa. Pensó que lo de Franco le saldría bien, y va a inflar de votos a Vox y, de paso, cabrear a gentes centradas que aborrecen estos gestos populistas. Creyó que saldría como un estadista administrando la situación tras la sentencia, y ahí tiene a Cataluña ardiendo y con la imagen de Barcelona por los suelos. Y la economía que empieza a temblar. Y ahí está, mandando cartas a Torramientras Rivera anuncia que si un día es presidente -¿lo dice en serio?-, meterá en la cárcel a todos estos que animan a los violentos. Sobra cabezonería, falta inteligencia. Y algo de vergüenza y de sentido del ridículo. Si yo fuera presidente, que decía García Tola. Eso sueña el cabezota. El 10-N lo veremos. ¿O no?
FUENTE: VOZPOPULI