A pesar de que soy partidario de la exhumación del dictador Franco para separar el verdugo de las víctimas en el Valle de los Caídos, no creo que esta decisión del Gobierno Sánchez nos ayude a construir una democracia de mejor calidad. La polémica suscitada vuelve a certificar que no conseguimos liberarnos de la Guerra Civil: nuestro presente sigue infectado por el cainismo de las dos Españas (tres: si contamos Catalunya y las demás naciones culturales). La España fraterna capaz de encarar el futuro con esperanza compartida deberá esperar todavía generaciones.

Los protagonistas de la transición y la sociedad española estaban vacunados contra la tentación de recurrir de nuevo a la violencia. La vacuna que favoreció la transición pacífica de una dictadura a una democracia tenía muchos componentes. Políticos: una larga represión de 40 años, el sufrimiento de los exiliados, la política de reconciliación del partido comunista y de amplios sectores católicos. Pero también sociales: el éxito económico del franquismo hizo emerger una clase media más interesada en pasar el verano en la costa que en pelearse. Por otra parte, en el vecindario europeo era tan impensable el neofranquismo virulento como la ruptura revolucionaria.

Aquella vacuna ayudó a pasar página. Y durante unos buenos años, la joven democracia, descentralizada y optimista (movida de Madrid, Juegos Olímpicos en Barcelona, Expo en Sevilla), avanzó hacia una nueva fraternidad hispánica (a pesar de la dureza con la que ETA atacaba). En aquellos años hubo muchos problemas, trampas, reproches y egoísmos. Pero, como las crisis del 23-F y de la Loapa demostraron, el Estado ofrecía respuestas inclusivas que soldaban el proyecto común y evitaban fracturas irreversibles.

La estrategia de confrontación de Aznar rompe la lógica del consenso inclusivo y entierra la cultura de la transición. Amigo-enemigo. La contención con que Felipe González se había enfrentado a las miserias del franquismo no encontró equivalente en Aznar, quien desacomplejó la derecha española y sus fundamentos ideológicos (Quintanilla de Onésimo). Sin olvidar las privatizaciones de Estado, con las que blindó poderes económicos tradicionales.

Aquella derecha desacomplejada generó una nueva hegemonía en España (ahora bifurcada en PP y Cs). Pero también una dinámica conflictiva que se está cronificando: el pleito catalán y el retorno de las dos Españas, que inició Zapatero, respondiendo simétricamente a la estrategia de Aznar. Desde Aznar y Zapatero, la batalla de la memoria sitúa los dos bandos de la guerra en un nuevo escenario, ya no bélico, por fortuna, sino político y retórico. Ya no se guerrea: se hace política; pero los dos bandos persisten.

Esta lógica sólo se superaría si los líderes de cada bando reconocieran los errores de sus antepasados directos y repararan a las víctimas del otro. La reconciliación, base del patriotismo, sólo es posible si, además de reclamar lo que te corresponde, pagas tus deudas a la historia.

 
 
 
 
FUENTE: LAVANGUARDIA