FERNANDO ÓNEGA
Ya está. Abajo las angustias del Partido Popular y las tibias esperanzas de Susana Díaz: Moreno Bonilla será el hombre al que corresponderá echar el cierre a cuatro décadas de socialismo en Andalucía. El Partido Popular perdió en la batalla su bandera de que debe gobernar la lista más votada, pero gana el gobierno de la comunidad que hasta ahora era feudo del socialismo español, y eso es lo que importa a efectos prácticos. Vox, con quien se hizo el acuerdo, pasó en horas veinticuatro de ser un partido medio enloquecido de propuestas extravagantes e imposibles -«inaceptables», había dicho el PP- a ser un partido razonable que ya no quiere derogar la ley de violencia de género, ni quiere echar a 52.000 inmigrantes sin papeles, ni propone devolver competencias al Estado. El Partido Popular culminó una operación de blanqueo de Vox que, como escribimos en su día, Pablo Casado había iniciado con notable olfato político.
¿Cómo se consiguió esa operación de doma de Vox? Como se consigue todo en política: negociando y cediendo. Teodoro García Egea, secretario general del PP, asumió lo que las propuestas de Vox tenían de menos escandalosas: la política de subvenciones, la revisión de las cuentas, la integración de las «embajadas» en la red exterior del Estado, algunas medidas educativas y sanitarias, la revisión del gasto de Canal Sur y nada menos que una Consejería de Familia. Nada pierde el PP con esas concesiones y, por aceptarlas, nadie le puede decir que se ha convertido en una fuerza política más conservadora de lo que era.
Y Vox, que no quería tanto y se conformaba con la publicidad que los medios le han regalado y con conseguir que le reconocieran su relevancia en el trance, aceptó lo ya apuntado, y seguramente don Teodoro no tuvo que hacer mucho esfuerzo: le bastó con confeccionar un dosier de prensa con los artículos publicados ayer para convencerle de lo equivocada que era su línea ideológica, sobre todo en violencia de género.
La pregunta de estos lances es quién ha ganado y tendremos que responder a la gallega: el PP no ha perdido, porque consigue lo fundamental, pero Vox tampoco, porque le cuela al futuro gobierno andaluz una parte de su ideología. Los viejos militantes del Partido Popular, que se habían alejado porque Rajoy les parecía blando, vuelven de alguna forma al redil conservador.
El juicio final de este episodio dependerá de la buena voluntad de la opinión publicada y de la capacidad crítica de quienes pasan a la oposición y de los europeos más sensibles ante los avances de la ultraderecha. Y, a efectos de la política nacional, el episodio andaluz demuestra que es posible la «gran derecha». Si eso asusta o ilusiona, solo el tiempo lo dirá.