Primero fueron los jóvenes, después las mujeres, ahora los jubilados. Atención, gobernantes ciegos e incompetentes, un nuevo ejército de viejos soldados está preparado para dar la batalla. Aunque parecen frágiles son duros como el pedernal porque llevan incorporado el sufrimiento por la vida y ya no tienen nada que perder. Creíais que se iban a conformar con bailar boleros y pasodobles en Benidorm, con jugar a la petanca en algún jardín municipal o con llegar derrengados de cualquier excursión de la tercera edad. Son pacíficos y conservadores, pero tienen en sus manos una papeleta de voto en forma de hacha. Los jubilados de hoy son los hombres y mujeres que ayer modernizaron nuestro país, consiguieron implantar la democracia, la libertad y el Estado de bienestar, lo introdujeron en Europa, elaboraron las leyes más avanzadas, hicieron ciencia en los laboratorios, revolucionaron la medicina, construyeron carreteras y comunicaciones, labraron la tierra, abrieron mercados por todo el mundo y aquellos que sobrevivieron a la dura vida, al final, tuvieron que dedicar sus modestas pensiones a paliar el paro de sus hijos, a cuidar de sus nietos y a realizar aquellas tareas que sucesivos políticos incompetentes renunciaron a solucionar en favor de los poderosos y de aquellos que más recursos tenían. Lo dice el Evangelio sin ir más lejos: “Pues al que tiene mucho, se le dará más todavía; pero al que tiene poco, aun ese poco le será arrebatado”. Los jubilados, que no se resignan a esa condena salvaje, han salido en masa a las calles con un vigor que sobrepasa en frescura e intrepidez al de los jóvenes airados del 15-M. Primero fue la rebelión juvenil, después el grito de las mujeres, ahora la cólera de los viejos. ¿Qué pasa en este país? Simplemente que en medio del asfalto está reventando como una amenaza otro milagro de la primavera.