La observación modifica lo observado. Los avatares partidarios están tan dispuestos para atraer la atención del público, que el grado de interés de este y las reacciones que generan entre los observadores hacen variar su evolución constantemente. El efecto más notable de la observación de la política es la presunción de que todo acto partidario, todo gesto o declaración, obedece a un objetivo preciso y deliberado. El observador tiende a partir de ese supuesto para explicarse y explicar los acontecimientos. Así es como contribuye a que sus protagonistas directos metabolicen vértigos, impulsos, desavenencias internas e improvisaciones, cual si fuesen elementos integrantes de estrategias y tácticas precisas. Como los hechos de la política partidaria dan lugar a unas situaciones determinadas que a su vez son objeto de observación y valoración, sus actores principales reciben una extraordinaria ayuda de los observadores a la hora de conformar su particular relato y hasta su identidad. Hoy puede parecer ocioso preguntarse sobre la situación en que se encontraría la gobernabilidad del país si Pablo Iglesias no hubiese renunciado el viernes a ser ministro; o si hubiera pospuesto tal decisión al desarrollo del pleno de investidura. Porque en cuestión de horas la observación de la noticia generó la sensación de que era algo previsto no sólo en la estrategia negociadora de la cúpula de Unidas Podemos, también en la de Pedro Sánchez y sus pró ximos. Dando así por sentado que ambas partes contaban con una estrategia a salvo de imponderables. Para ayer dejarlo todo en el aire.
Después de la renuncia de Iglesias, y una vez que, salvado ese escollo, el PSOE apuró el paso de los contactos con Unidas Podemos, la ministra portavoz, Isabel Celaá, declaró que “en política las últimas horas suelen ser las más efectivas”. La constatación de que es al límite de los plazos cuando los protagonistas de la política se avienen al acuerdo forma parte del acervo de la observación. Reivindicando que se procrastine por sentido táctico, los socialistas no sólo tratan de presentar los acontecimientos como si nunca hubieran estado fuera de su control. No sólo revelan su imperiosa necesidad de presentar el desenlace como resultado de su infalible cálculo. Sobre todo intentan convencerse de que es esto de hoy lo que querían desde el principio, aunque no se sepa qué es. Empeño al que la observación de la política contribuye porque entre sus premisas no tienen fácil cabida los sucesos por accidente. Además, política y observación son cómplices en el olvido de los acontecimientos más recientes, y sólo las hemerotecas aparecen a título anecdótico.
El principio de incertidumbre que acompaña a la observación no debería dejar de lado el escepticismo con que han de ser revisadas las decisiones y las palabras de la política. Es poco verosímil que el zigzagueo declarativo y de actitud mostrado por Pedro Sánchez desde la noche del 28 de abril obedeciera a una estrategia trenzada de movimientos tácticos orientada a llegar hasta donde nos encontramos hoy, para saltar después al jueves. Por de pronto, resulta que la culpa del bloqueo no la tenía el artículo 99 de la Constitución. Pero el veto explícito a Iglesias introduce un precedente endiablado, cuando el interlocutor parlamentario y de poder partidario sigue siendo él. Es, por otra parte, impen sable que Sánchez insistiera ayer mismo en pedir la abstención a Ciudadanos y al PP sin otro objeto que dejarlos en evidencia, en careciendo de paso la disposición socialista a entenderse con Unidas Podemos. También cabría pensar que el líder socialista realza las flaquezas ajenas tanto como las fortalezas propias; no por táctica sino por convicción.
Sánchez presentó ayer un programa que Unidas Podemos no está en condiciones de respaldar ni de rechazar
La observación tiende a interpretar toda secuencia política a partir de su final. Es así como se modifica el objeto de su examen. Sólo un fracaso estrepitoso lleva a identificar en las contradicciones y contrafueros las causas del desastre. En todos los demás casos el camino emprendido se presume racional y consciente, y los excesos o defectos desaparecen de la memoria. Todavía Pedro Sánchez no ha desistido de obligar al Rey a la convocatoria de elecciones el 10 de noviembre, aunque el temor que él y sus portavoces trataron de imbuir en las demás formaciones políticas haya generado una sensación de vértigo en los propios so cialistas. El candidato presentó ayer un programa que Unidas Podemos no está en condiciones de respaldar ni de rechazar. Como si Sánchez continuara pensando en gobernar en solitario, obligando a UP a que vote a favor en la investidura, pero renuncie a ocupar puestos testimoniales en el gobierno Sánchez. Pero ni siquiera la observación permite adivinar qué es lo que quiere realmente, cuando no puede pretenderlo todo.