FERNANDO HIDALGO
El 2 de marzo del 2016, el Congreso albergó un agrio debate de investidura en el que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias intercambiaron durísimas palabras.
Iglesias acusó al PSOE de ser un partido que «impide revertir los recortes y consolida la política del PP». Y fue mucho más allá. Diferenció el primer PSOE que «luchaba por la libertad» del de «los consejos de administración, el tráfico de influencias y los poderes fácticos financieros». Y alcanzó el punto álgido de su ataque cuando aseguró que Felipe González tenía un «pasado manchado con cal viva», en referencia a los GAL. Sánchez respondió echando en cara a Iglesias que se alegrara de la excarcelación de Arnaldo Otegi. Iglesias no se contuvo y le llamó miserable a Sánchez. El lío que se montó en la cámara fue enorme, con abucheos, aplausos, reproches en voz alta y momentos de gran tensión. Finalmente, el voto de Podemos tras aquel debate impidió que el dirigente socialista fuera proclamado presidente de España y que por tanto formara Gobierno.
¡Cómo ha cambiado el cuento! Y vaya si ha cambiado el antisistema Iglesias al que hoy en día vemos absolutamente integrado en la política de siempre, siendo incluso capaz de alcanzar acuerdos con su gran adversario en la izquierda, el grupo con el que se disputa realmente los garbanzos.
Después de haber laminado al errejonismo, que representaba la moderación y el pragmatismo, parece haber abrazado sus ideas. Y hoy vemos más a un Iglesias que participa del tacticismo político y menos del activismo en el que parecía estar enredado hace no demasiado.
Tiene ya claro que su objetivo es pisar moqueta. Y ha debido de entender que el camino para ello no es exactamente tomar el cielo al asalto, sino por la vía de la política. Porque eso es lo que es la foto del acuerdo con Sánchez, un ejercicio político en el que Pablo Iglesias se presenta como colaborador necesario en la gobernabilidad de España y como líder decisivo e influyente que logra imponer sus ideas por la vía del diálogo. Ya habla abiertamente de un próximo gobierno de coalición y admite que su acuerdo no es de máximos para que se visualice que Podemos está más a la izquierda que el PSOE. Hasta tal punto ha llegado en sus juegos de tronos que es capaz de dejar pasar que una ministra mantuviera reuniones con el comisario Villarejo, el rey de las cloacas del Estado.
Pero la gran pregunta es, ¿quién rentabilizará el pacto de los Presupuestos? Parece que el apretón de manos entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se le acabará atragantando a uno de los dos. Ahora mismo, es lógico pensar que el presidente del Gobierno, precisamente por serlo, recuperará los votos que en su día se le fueron con los podemitas. Aquellos que renegaron de su partido de siempre porque vieron en él una deriva conservadora buscaron en otros caladeros, convirtiendo a la formación morada en un partido con potente representación parlamentaria. Tan potente que se llegó a soñar con el famoso sorpasso. Pero lo mismo que los votantes se fueron pueden volver viendo el giro a la izquierda que ha pegado de nuevo el PSOE. Y el partido socialista sigue siendo una marca muy potente, mucho más que su amigo-enemigo de Podemos.
Iglesias sabe que puede ser así, pero ya ha dejado de pensar exclusivamente a corto plazo. Ahora, visualiza el futuro y se ve formando parte de un Gobierno de España. Y ahí, una vez dentro, libraría su batalla definitiva por el poder. Claro que esto no dejan de ser las cuentas de la lechera, una lechera antisistema que sabe que la leche se reparte dentro del sistema.
Después de haber laminado el errejonismo, que representaba la moderación y lo pragmático, ahora parece que ha abrazado sus ideas. Y hoy vemos más a un Iglesias que participa del tacticismo político que del activismo