REFLEXIONES DE UN INCRÉDULO SIN REYES MAGOS
La Democracia de los vándalos que no es la Democracia de la cultura política, de las libertades, del respeto a nuestra señas de identidad, de las tradiciones positivas que nos distinguen, nuestros hábitos de vida y hasta de la forma de ser en el respeto a los mayores y el amor por los niños, ha ido empapando como una fina lluvia que nos va calando los huesos y termina dejándonos fríos. En nuestro caso, poco a poco los ataques a la España de sus esencias más venerables y nuestras defensas familiares, ese pozo hondo de amor humano, están de capa caída e incluso van desapareciendo. Aunque sea una simple anécdota, pero entrañable, ahí tenemos la casi total desaparición de la Bota de vino, esa bota que hasta hace unos veinte o treinta años aparecía en todas las fiestas, en los espectáculos y el día del santo del padre, del abuelo o de la mamá, apenas se ve. No, ya ni se ven. Ha perdido su imagen entre un montón de chatarra venida de fuera que nos ahoga en sus estupideces y frivolidades. Ya ni la achuchamos con las manos con furia alegre y degustar el chorrito de vino que caía entre las comisuras de nuestros labios expresando gozo. Pienso que esa bota de España no debe esconderse como un trasto ni olvidarse. Forma parte de nuestras costumbres más cordiales, alegres y juergas caseras.
Nos han impuesto los Papá Noel, los Santa Claus, los días de tal y cual, y los grandes comercios y superficies que inventan chorradas campestres para sacarnos la pasta sin un gramo de gracia. Comprendo que el día de los Reyes Magos es un día POCO disfrutado por nuestros hijos y nietos porque al otro día abren las aulas de los colegios, quedándose la fiesta en algo agridulce, algo que se debiera corregir alargando dos días más de vacaciones y retrasando la vuelta a las aulas. Pero todo esto que señalo es lo que tenemos, una vida que ya no es a la española, tan propia y llena de vitalidad, y no escribo como un nacionalista español politizado, sino como un abuelo que noto en mis carnes, como se nos escapa de las manos no solo lo que nos queda de nuestra gran nación, sino el sentido humanitario de una sociedad cada vez más egoísta, borde y cruel. Ayer me contaba una amiga, cómo su vecino de sesenta años se había quedado «viudo» por que se le había muerto el compañero homosexual, y ella o aquel solitario se había quedado tirado porque no tenía quien endulzarle unas horas de la noche buena o mala.
Leía ayer la carta de un médico, al parecer todavía joven, quejándose de los cientos o quizás miles de enfermos que pasaban por su consulta de la seguridad social, y había sacado la conclusión que un elevado porcentaje estaban enfermos del alma lo que se reflejaba en su cuerpos o en sus espíritus alicaídos y hasta rotos: «NO TENGO PASTILLAS PARA ESO, apostillaba el buen doctor». En cada Centro de Salud debería haber al menos algunos psicólogos y trabajadores sociales que ayuden a aceptar la realidad del ser humano y sus sentimientos y sus flaquezas, chapuzas de la sociedad real y actual que hemos creado, y a no ser tan infelices con ellas. Que cada año se gradúen e incorporen miles de ellos, y no tantos médicos. Nosotros no tenemos la solución.
Lleva algo de razón el autor de la carta, pero el problema es mucho más complicado, injusto y cabrón. Y es que nos están haciendo vivir los políticos, los sacerdotes, los maestros, los médicos y hasta muchos padres, en un sistema de vida inhumano sin que puedas tener ocasión de rebelarte incluso agriamente.
Yo he sufrido en mis propias carnes a los dos grandes hospitales por razones familiares muy queridas con enorme sufrimiento y amargura extrema, descomunales depresiones traidoras, se padece sin que ese sufrimiento sea paliado con sentido humano, salvo por los íntimos que rodean a la familia. He visto la frialdad con que te miran los sanitarios, como si fueras un simple objeto y he visto con el alma en los pies, como mayores, menores y gentes, se pasan horas y horas y hasta días, esperando subir a planta o meterte en urgencias, entre una cola infinita y una indiferencia despreciable. Tantos miles de millones gastados inútilmente en una Región en donde tanto se ha robado, despilfarrado y expoliado, no es de derecho y humanidad que se trate a los murcianos y al resto de los españoles de una forma punible. Y encima, nos están robando nuestro propio ser ante la indiferencia global. Y se ve que es global, cuando en las pantallas de las teles te machacan adrede buscando audiencia, observamos tanto castigo de Dios o quien sea, casi siempre martirizando a las clases sociales menos pudientes. Siento asco, mucha repugnancia, cuando estos millones de casos de inmundicia humana se politizan en los cenáculos políticos, en los parlamentos, en los debates y en la indecentes tertulias del odio y los enfrentamiento con una intensa irracionalidad animal.
No, señores, no. Debemos revelarnos ordenadamente haciendo una revolución tranquila, sin odio pero si con justicia, aunque fuera por volver a rescatar nuestra Bota de vino español.